DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Mi vecino Pedrito

Porque Pedrito miente como respira, con naturalidad, sin cargo de conciencia, sonriendo siempre

C ERCANA ya la Navidad, es costumbre desde hace unos años que nos reunamos en casa unos cuantos amigos, charlemos, festejemos y, no sé cómo ni por qué, acabemos en torno a algún juego de mesa, aunque lo más importante sea la charla que mantenemos mientras. Tampoco sabría decir cómo a estas reuniones se unió Pedrito, un vecino. ¿Quién lo invitó? ¿A quién conocía él del grupo? La cosa es que Pedrito llegó como el que no quiere la cosa y, pese a no quedar claro en virtud de qué se sumaba a las reuniones, porfió por quedarse, y aquí lo tenemos. Aquí lo padecemos. Porque Pedrito sonríe mucho pero no escucha nada. Va a lo suyo. Está obsesionado con el juego de mesa, que ahora es el Monopoly, como podría ser cualquier otro. A él le dan igual la conversación, el clima agradable, la tertulia... Sólo quiere ganar, ganar, ganar. Ya lo pillamos haciendo trampas con los dados, pero nadie dijo nada, más por rubor que por otra cosa. Tampoco nadie le paró los pies cuando comenzó a cogerle las cartas a otros jugadores, adueñándose de sus logros en el juego. Es muy difícil hablar con él, porque es un vecino al que no le importa mentir. Pedrito te dice que vive en el quinto si es necesario, aunque todos sabemos que no es cierto. O te asegura que no le gusta el fútbol, o que es ingeniero, o que es padre soltero. Lo que sea. Porque Pedrito miente como respira, con naturalidad, sin cargo de conciencia, sonriendo siempre. En la última reunión ha dictado nuevas normas en el Monopoly, porque dice que no le gusta las que hay establecidas, y se sacó un papel del bolsillo donde venía escrito, con su letra, que él posee la potestad para variar tales normas. Pedrito, el dichoso Pedrito, que ya no se limita a hacer trampas en el juego, a robarnos los billetes de colores del Monopoly, sino que también roba objetos de la casa y hasta carteras de los amigos que participan en la que se suponía una reunión agradable. ¿Quién invitó a Pedrito? ¿Quién se hace cargo ahora de decirle que no lo queremos, que todo lo que ha hecho ha sido para desbaratar, afear, estropear unos encuentros que se suponían dichosos? Pedrito no se entera de nada, o hace como el que no se entera. Insiste en no faltar a una reunión, y lo último es que se lleva también el Monopoly a su casa, aunque no es suyo. Sí lo es, ha dicho él, con total tranquilidad, mintiendo con el sosiego del que está genéticamente preparado para ello. Pedrito, no sé qué vamos a hacer contigo. No sé cómo vamos a arreglar la que has liado.

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