Surge un amplio y rico en varillas abanico sobre la posibilidad de dotar al fútbol que viene de una banda sonora que sustituya lo más que se pueda al sonido natural de todo partido de fútbol. Se trata de atenuar la sensación que da un partido de fútbol sin aficionados y de hacer que no se amenice el espectáculo con el único sonido de las voces de los futbolistas y de los golpes al balón, pero a ver cómo se ata esa insólita mosca por el rabo.

La tarea principal recae en los clubes que arrancarán como locales, que hay algunos que le temen al graderío desierto más que a una vara verde. Se habla de rentabilizar el uso del servicio de megafonía, pero puede rozar lo ridículo, ya que el griterío puede no estar ajustándose a guión, ya que lo enlatado no tiene por qué ir en consonancia con lo que ocurre en la yerba. Alguno hay también que anda dándole vueltas a cómo hacer de la virtualidad un elemento que dé alas al local.

De la primera jornada se pueden sacar consecuencias para que se obre más racionalmente en adelante. Por eso entiendo que el que empieza como local parte con cierta desventaja en cuanto a utilizar medios a su alcance a fin de que el estadio no dé la sensación que da sin público. No obstante, y aunque lo mejor es, a veces, enemigo de lo bueno, hay que congratularse por la realidad palmaria de que esto avanza y que el tiempo de vísperas galopa en pos de la realidad.

Quizá este fútbol que se nos viene encima sea la llave que abra una puerta nueva, que la grada no tenga tanta incidencia como desde siempre se ha creído. Y digan lo que digan los que se manifiestan cada vez que una hoja se mueve, mejor es que el fútbol despierte y vuelva a darnos pie a comentar hechos y no hipótesis. Sin público es un dolor el fútbol, pero mucho más doloroso sería que perdiese su hegemonía universal mientras se espera a que la gente pueda ir al campo.