Últimamente se habla mucho de Chaves Nogales, que suscita recelos tanto en la derecha como en la izquierda, y resulta que esto , a mi juicio, es su principal virtud. Yo soy nieto de un represaliado por Franco y durante la Transición, de forma natural, me posicioné en la izquierda, pero nunca me decanté por ningún partido, no me explicaba por qué había tantos partidos de izquierdas en vez de unirse todos en uno. Aun así, siempre votaba izquierda. En aquel tiempo leí a Marx, Engels, Luxemburgo, etcétera, pero paulatinamente me fui informando sobre la España de la Guerra Civil y me di cuenta del drama: o se optaba por el bando sublevado, fascistas de libro, o por contra se optaba por la izquierda, un montón de partidos incapaces de tener una estrategia común, seguidistas de los independentistas, como si la derecha catalana o vasca fueran menos derecha que la del resto del Estado, con el añadido de los comisarios políticos de Stalin. Entonces pensé que si me hubiera tocado vivir esa época hubiera optado por desertar, pues no me apetecía morir por ninguno de los dos bandos.

Al parecer yo era un bicho raro. Por eso, cuando leí A Sangre y Fuego y Enemigos de la República de Chaves me di cuenta de que lo que yo sentía era lo mismo que había sentido el periodista sevilllano. Y resulta que ahora estamos viviendo un momento político muy parecido. Tenemos unas derechas fascistoides o ultra-liberal-conservadoras, una izquierda fraccionada y estúpida, en algún caso con reminiscencias leninistas, y un independentismo construido sobre bases falsas. Había un camino por el centro, que Albert Rivera tiró por la borda por culpa de su torpeza con Ciudadanos, que podía haber sido un “partido bisagra” con posibilidades de llegar a ser de gobierno y que hubiera impedido los pactos con nacionalistas, apoyando a PP o PSOE según el caso. Quien ignora su historia seguro que la repite. La fidelidad ciega está bien para sevillistas y béticos, pero no para la política. Lean a Chaves.