No me gusta en absoluto esta expresión impuesta, como otras tantas, a las que parece que todos nos tenemos que ir acostumbrando. La normalidad la asume cada uno individualmente a su propio albedrío, según  su forma de vivir. Como dice un amigo: “yo pago mi cuota de libertad cada día”, y eso se lo puede aplicar cada uno personalmente según el sentido que le vaya a dar a su vida a partir de ahora.Es una realidad que, tras el tiempo de pandemia, algo en nuestras vidas ha cambiado. Eso es indiscutible.

Indudablemente, un sentido tendremos que darle a nuestras vidas, y si sacamos lo mejor de esta experiencia, le daremos plenitud y sentido de trascendencia. Nuestra biografía es personal y nada ni  nadie nos la puede construir ni modificar.

Nada de lo que nos están tratando de imponer, desde mi punto de vista, es normal. Todo es un sinsentido.

Lo normal es aquello a lo que estamos habituados y forma parte de nuestra cotidianeidad, y una “nueva normalidad” supondría borrar todos nuestros proyectos personales de vida. Y yo me niego a secundar algo que diseñan desde fuera: entrar en un “Nuevo Orden Mundial”.

A ver si detrás de esta expresión de “nueva normalidad” se oculta un concepto totalitario en contra de nuestros derechos fundamentales…

Según la Doctrina Social de la Iglesia, el Estado tiene un papel subsidiario respecto del individuo, la familia y sus derechos, que le son inalienables.

El Estado sólo debe ejecutar una labor orientada al bien común, cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente o sea por cualquier otra razón.

Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, grupos, asociaciones, realidades territoriales, etcétera.

La iniciativa, libertad y responsabilidad de estas instituciones no deberían ser suplantadas por el Estado.

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