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En estos días de obligado confinamiento uno de los recursos que más estoy utilizando es el libro. Su lectura, si resulta amena, te abstrae del paso del tiempo. Asumo que mientras mis fuerzas no desfallezcan, pues ya tengo unos años, seguiré recurriendo al formato papel, aun reconociendo que, a diferencia del libro digital, ocupa más espacio y es menos ligero. Pero es que no puedo sustraerme al embrujo del libro tradicional: su diversidad de tipos, su textura, su olor, sobre todo si es antiguo.

El libro adquirido en una librería de antiguo me resulta enormemente evocador, pues no es difícil hallar en su interior una hoja seca, una estampa de carácter religioso o una notificación donde se muestra la tinta apenas perceptible debido al tiempo transcurrido desde que se escribió.

En ocasiones, en esos libros antiguos, suelen aparecer los nombres de los sucesivos propietarios junto con alguna referencia cronológica, no pudiendo sustraerme a escribir mi propio nombre y la fecha en que fueron adquiridos. No olvido la cubierta del libro, mostrando algunas de ellas auténticas obras de artesanía, forradas con diversos materiales, cuero, tela, papel…y adornadas con relieves o vistosas filigranas.

En fin, en un día de tanto significado para la cultura, he querido dedicar unas reflexiones a ese fiel compañero del que tanto he aprendido, el libro. 

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