La tribuna

Los árboles de Adriano

Los árboles de Adriano

Dicen que las cosas que te gustan definen cómo eres, y a mí me gusta más el calor que el frío. Según la psicología, esto delata rasgos de mi personalidad. Extrovertida, optimista y pródiga en afecto. Mira qué bien. Pero la pura verdad es que prefiero el alegre verano al triste averno para poder quejarme. Relatar por la calor de mi tierra es mi pasión. (Diferenciemos entre el calor y la calor). Sobre gustos no se debe discutir, no es productivo, y yo acepto la desaprobación de aquellos que están deseando comer castañas delante de la chimenea y tapados con un cobertor.

Qué maravilloso es el anticuado término cobertor. Recuerdo escuchárselo a mi abuela. Para seguir con las confrontaciones, reconozco que me inclino más por los arcaísmos que por los neologismos. Le doy más uso a pergeñar, denuedo, sopapo, antier, bolindre, alacena o mandil que a precuela, customizar, antitaurino (puaj), posverdad, biopolítica o meritocracia. Aunque hay dos neologismos que combinados me parecen interesantes: solastalgia, que es la ansiedad provocada por la obsesión con el cambio climático y el deterioro ambiental; y arboricidio, que define la tala injustificada de árboles. Yo siento solastalgia por el arboricidio de Sevilla. Qué tragedia.

Queremos carreteras, puentes, carriles bicis, papeleras, o metro (ejem, ejem), pero no ansiamos árboles, que no son meras adiciones estéticas, sino herramientas que mejoran nuestra calidad de vida. Disminuyen la contaminación, bajan la temperatura, mejoran la salud y hasta revalorizan las propiedades. Son verdaderas infraestructuras climáticas, y no los toldos esos que han puesto en la Avenida para darle sombra al tranvía.

En Sevilla, que es una isla de calor urbano ávida de sombra, hay afición a talarlos. Lo justifican porque estorban para la ejecución de una obra, o porque están enfermos (no lo estarían si se hubieran cuidado y podado correctamente o no se les hubiera dejado el alcorque como para un geranio). Y lo que es peor, quitan un gran árbol frondoso y reforestan con un naranjito de metro y medio.

En plena ola de calor leí en este periódico que barrios periféricos como Los Pajaritos, Polígono sur, Torreblanca o Pino Montano, son los que padecen las más altas temperaturas por su alta exposición al sol. Claro, si no tienen árboles. De hecho, la proporción es de casi ninguno por habitante. Aspiremos a parecernos a Cáceres, que es la ciudad de España con más árboles por vecino. Otra cosa buena de los extremeños, por si fueran pocas.

Es historia dolorosa de Sevilla la tala de los de la Avenida de la Constitución, San Fernando, Plaza Nueva o Almirante Lobo (para que se viera mejor la Torre del Oro, ojo ahí) y en tiempos recientes exterminaron el ficus de la Encarnación, los plátanos de sombra de la Plaza de San Lorenzo, que tanta gloria han contemplado, los de la calle Adriano o los 126 condenados a muerte de la calle Torneo. Ojalá una Tita Thyssen encadenada al ficus de San Jacinto.

A esos árboles que perdimos dedico estos versos de Federico García Lorca: “Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,/ de los ojos de Dios,/ de la pasión perfecta.”

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