La tribuna

La cortaíta y el pico duro

La cortaíta y el pico duro

Volver a los sitios donde uno fue feliz un día es un riesgo que a veces conlleva el chasco de que todo ha cambiado, el sitio y tú. Hace poco regresé, en un viaje nostálgico al barrio de mi juventud post trianera, a un bar donde nos juntábamos en los ochenta un nutrido grupo de jóvenes a beber cerveza, conversar y pasarlo bien. Había un tipo mítico que recogía vasos, (entonces sí que había tanques en la calle) formando una inverosímil columna sobre su hombro y transportándolos hasta el interior del bar, Remigio se llamaba si no recuerdo mal. Allí se despachaban cañas, las menos, y tanques, los más, en aquellos vasos altos de Duralex que solo conservan sitios cabales como el Tremendo de Santa Catalina o Casa Julián en La Salle. Pero el otro día me ofrecieron allí, los dueños al parecer han cambiado, “una cortaíta”, ya saben, ese vaso de sidra servido por debajo de la mitad. Tempus fugit.

A ver, todo va cambiando y tampoco hay que rasgarse las vestiduras porque los bares se inventen cosas para intentar mover el mercado. Yo soy de la caña y el tanque, “el cortado” nació de este último, o sea, era un tanque que no se llenaba hasta arriba. La misma fábrica del final de Luis Montoto se ha inventado eso de “el cañón”, y es que los departamentos de marketing tienen que justificar los sueldos. ¿Me da coraje que me ofrezcan “una cortaíta”? Pues sí, porque a la traición al tanque cabal “detodalavida” se une esa irritante moda de los diminutivos que suelen emplear ahora tanto los camareros. Y vamos con el acompañamiento, las tapas y los picos que ahora te ponen en todos los bares de Sevilla. Parece que los hosteleros y los panaderos han firmado un acuerdo con el gremio de odontólogos. ¿Se han fijado lo duro que están los picos? No sé por qué se han puesto de moda esos picos pequeños, puntiagudos, renegridos, que te cascan la dentadura o se te clavan en la encía a poco que te descuides. No hay donde comerse un pico de los de antes, blanco, durito por fuera y blando por dentro, bueno sí, en Cádiz. El otro día en un bar de El Puerto de Santa María me pusieron unos picos extraordinarios, algo más pequeños que aquellos cilindros gordos de antes, pero con una textura fantástica, sin que te tuvieras que joder un empaste.

Los de barra fija conocemos el dicho “empujas más que el pico de la ensaladilla”, la metáfora vamos a tener que cambiarla por “te cargas más bocas que un pico de tapa”. De lo de cobrar las bolsitas, aunque no las abras, de picos y regañás, que ahora vienen surtidas, ni hablamos. O bueno sí, comentémoslo, porque hace poco, en un bar de esos de un grupo de los que se están quedando con todos los negocios de Sevilla, me pusieron, ¡para una tapa!, un canasto con dos rebanadas de pan y dos bolsas de picos y regañás, 2,40 € en el ticket, el pan ni lo probé y solo abrí una bolsita, que siii, a ellos les cuesta dinero.

Ya sé que el mundo está fatal y estos problemas, que tanto nos gustan, son muy locales y jartibles para algunos, pero todos no vamos a escribir de la “flotilla de la libertad” y de María Pombo, joé.

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