La tribuna

Los otros internacionales

Los otros internacionales

No es fácil llegar a las cotas 369 y 408, entre los pueblos de Perlleces y Llabra, en Asturias. El lugar está impenetrable en zarzas, cambrones y helechos hasta la altura del sufrido visitante. Las clásicas líneas de trincheras en diente de sierra que aparecen en Google Maps resultan inalcanzables. Y fue en la toma de esas cumbres donde en octubre de 1937 cayó mortalmente herido el capitán Henry Bonneville, medalla militar individual a título póstumo. Luego, en el cementerio de Llabra, solo nichos modernos y una amplia zona donde estarán las fosas de aquellos soldados, ya sin lápida, y una cruz oxidada, pequeña, en el centro.

Eran los voluntarios extranjeros que vinieron al bando sublevado en mayor medida de lo que se cree y cuya memoria ha quedado solapada por los internacionales frentepopulistas. No se habla hoy de ellos ni se habló de ellos tras la victoria, porque la gesta se quería lo más española posible, y bastante había con el recuerdo de la Legión Cóndor y el CTV italiano.

Los franceses se apuntaban al Requeté, a Falange o en la Legión, que no ponía pegas, y el grado militar que decían tener había que demostrarlo en combate. No lucharon en unidades de su país al completo, e incluso en fechas como agosto de 1936 el general Mola rechazó la colaboración de varios centenares de derechistas que venían a luchar por sus ideales, como exactamente harían los que la Komintern reclutó a partir de noviembre de ese mismo año para estrenarse en el frente de Madrid. Luego se tuvo manga más ancha y voluntarios de todo el mundo llegaron para defender el credo de los alzados, con un sueldo, no se olvide, mucho más bajo que las diez pesetas diarias que cobraba un miliciano del ejército popular.

Los franceses se agruparon en la brigada llamada Jeanne D´Arc, formada con voluntarios en el Requeté o en Falange, pero no con los de la Legión, cuya curtida estructura no quería tocarse.

En la devota Irlanda se seguía muy de cerca el conflicto y el carácter de guerra religiosa entre ateísmo y catolicidad. Consecuente fue la llegada de numerosos irlandeses, capellanes incluidos, a finales de noviembre del 36, cuando las brigadas internacionales izquierdistas llevaban ya semanas combatiendo en España. Parece que los irlandeses resultaron un tanto indisciplinados y nada abstemios, como les ocurriría también a los pocos voluntarios británicos nacionalistas que también aparecieron.

Era también inevitable que exiliados del país de la revolución por antonomasia hallaran en España un escenario donde luchar por sus ideas y sobre todo contra las que les habían expulsado de su tierra. Así, por el zar, por la patria y por la fe hicieron su procelosa singladura voluntarios rusos, muchos de ellos con considerable experiencia bélica. El alto mando ruso Blanco ofreció varios millares de hombres para la lucha, pero las condiciones puestas por el transporte por el mando franquista disuadieron a muchos de ellos. Además se contestó que las tropas nacionales eran por el momento suficientes para el conflicto.

Desde Rumanía llegaron los llamados Legionarios de San Miguel Arcángel. De Austria y Alemania también aparecieron voluntarios que solían ir a la Legión, así como de los países bálticos y por supuesto de los lugares de habla hispana. De Portugal, la Legíón Viriato dio sobradas muestras de valor en combate.

La documentación sobre esos voluntarios extranjeros se guarda en el Servicio Histórico Militar de Madrid, y allí aparecen nombres, acciones y recompensas que la prensa nacionalista solía silenciar por el comentado prurito de españolizar lo más posible la contienda. Y sobre los extranjeros nacionalistas referidos, con el título de este artículo se editó hace una veintena de años un excelente estudio a cargo de José Luis Mesa, cuya recepción entre los lectores fue mucho menor de lo que el tema y la minuciosidad de su trabajo merecían. En línea de la más eficaz propaganda izquierdista que antes comentábamos …

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