Antonio Rivero Taravillo

Revalorización de un poeta

Revalorización de un poeta
Revalorización de un poeta

01 de junio 2025 - 06:59

Durante años su nombre fue el de uno de los escritores más vendidos de España, con más que notable éxito tanto en la novela como en el teatro o el articulismo, sin olvidar sus trabajos para la televisión, donde era frecuente verlo hasta el punto de que se convirtió en famoso. Todo ello le conformó a Antonio Gala una máscara, alentada por él mismo, que eclipsó la faceta raíz de su literatura: la poesía, género en el que comenzó de adolescente a finales de los cuarenta y que, guadianescamente fue creciendo hasta componer una obra extensa en verso, casi siempre olvidada por el gran público aunque en ocasiones tuvieron también importante presencia y resultados contantes y sonantes en las librerías.

Ahora, Cantaré mañana todavía. Antología poética (1949-2005), publicado en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, trae a las mesas de novedades y anaqueles una cabal muestra de ese quehacer poético dado a conocer inicialmente con Enemigo íntimo (1960, accésit del Premio Adonáis). Quien recordara algunos sonetos de Gala, barrocos y en la línea de los del amor oscuro de Lorca, podrá enfrentarse aquí a una obra mucho más amplia y diversa que atestigua el valor poético del cordobés (aunque nacido en Brazatortas, Ciudad Real). Con una estética y una postura vital que lo asemeja a los poetas de Cántico, Gala fue una las grandes voces andaluzas de la Generación del 50, y él mismo fue fundador de revistas tan señaladas como la sevillana Aljibe o la arcense Alcaraván.

Si lo amoroso es el eje de su lírica con momentos de alzada plenitud y desescombro luego, cuando se apaga la llama y los amantes se distancian, Gala tocó también otros registros con segura mano. Destacan los poemas dedicados a lugares, y de entre ellos, por la cordialidad de lo próximo, los escritos sobre ciudades o parajes de su tierra en Testamento andaluz.

Gala podía ser cargante, relamido, melifluo, lisonjero, melindroso, impertinente hasta lo atrabiliario en ocasiones; sus novelas pueden verse limitadas a la condición de best sellers dirigidos a un tipo de lector (fundamentalmente lectora) que él supo crear y alimentar, consiguiendo que pasara por caja y colmatara las colas que perseguían su firma en la Feria del Libro de Madrid, en ese parque del Retiro tan lejano pero complementario, porque hizo posible esta, vía derechos de autor, de su casa o vergel de La Baltasara, en Alhaurín el Grande. Pero esta poesía raya muy alto y en ella consigue, y consigna, una gran obra marcada por la musicalidad, por el esplendor de la palabra, dueña de una eficacísima retórica libre por lo general de excesos y que da numerosas veces en la diana, buena discípula de la tradición petrarquista que ha dejado su indeleble impronta en la formulación de las relaciones amorosas y a menudo eróticas. Lo demuestran perdurables endecasílabos (su verso más usado) como “Acordarse del agua en la sequía / no hace brotar ni florecer los ramos”, o esta sentencia: “porque las horas huyen, no el amor”. Esta es la obra literaria suya que más permanecerá, pero no sería justo olvidar la otra obra, hecha posible gracias a su éxito comercial con El manuscrito carmesí o La pasión turca, de la Fundación que, heredera suya universal, lleva su nombre en Córdoba, donde desde el cambio de siglo han ido formándose y dando alas a su creatividad veintitrés promociones ya de jóvenes artistas, músicos y literatos. A su muerte hace dos años dejó cuentas corrientes, acciones, fondos de inversión, cuadros, dibujos y esculturas y, estamos hablando de Gala, confundido con su iconografía, cuatrocientos veintiún bastones. Da igual que el hombre (o más bien el personaje) cayera bien o mal: su obra de generosidad ha favorecido lienzos, versos y partituras de quienes, como él un día, se iniciaban aún con torpezas en la expresión de una vocación muy sólida. Este ha sido el caso de Luis Cárdenas García, becario de la Fundación, que se ocupa de la edición de Cantar mañana todavía en colaboración con quien fuese secretario del escritor: Pedro J. Plaza González. Da, como decía, igual que cayera bien o mal: su poesía sigue cantando aún hoy.

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