En la realeza medieval, los matrimonios convenidos, además de hacer que contrajeran esponsales reyes todavía niños y llegaran al matrimonio sin conocerse, incitaban los más buscados y deseados encuentros del concubinato, que no eran solo una íntima complicidad carnal, sino asimismo una relación aceptada que podía atribuir a la favorita el carácter de reina de hecho. Muestra destacada de ello es la sevillana Leonor de Guzmán, que dejó encandilado a Alfonso XI en el verano de 1327, cuando el joven rey, con dieciséis años, tras ser recibido con muy grandes fastos en la ciudad, y marchar hacia Olvera para tomarla a los musulmanes, volvió de nuevo a Sevilla y encontró a Leonor de Guzmán en casa de Enrique Enríquez, su cuñado. Era este un rico hombre sevillano, alguacil mayor de la ciudad y muy influyente en la alta no-bleza de la frontera con los dominios musulmanes. De hecho, con Enrique Enríquez fueron muchos otros nobles sevillanos para acompañar a Alfonso XI en la toma de Olvera. Y grandes hombres iban también con Rui González de Manzanedo, comendador de la Orden de Santiago, que llevaba el pendón de Sevilla y logró recuperarlo cuando en la batalla murió el alférez que lo portaba, de modo que, como cuenta Ortiz de Zúñiga, en sus Anales de 1677, ilustrados y corregidos después por Espinosa y Cárcel en 1795, “pagaran los Moros del Olvera el despiste de los Sevillanos”. En casa de Enrique Enríquez debía de estar celebrándose la victoria en la campaña del rey cuando este vio por vez primera a Leonor de Guzmán, “Sevillana nobilísima, de aventajada belleza”, con diecisiete años, prácticamente la misma edad de Alfonso XI. Un año después de este primer encuentro con Leonor de Guzmán, el rey contrae matrimonio, por alianza acordada, con María de Portugal, en septiembre de 1328. Y el polifacético escritor sevillano Ortiz de Zúñiga, regidor del Cabildo hispalense, cuenta que en agosto de 1330, tras hacerse con la villa de Teba, estuvo el rey en Sevilla, donde “juntándose al amor grande que tenia á Doña Leonor de Guzman poca conformidad con la Reyna Doña Maria, que zelosa discurria la causa, y tener pocas esperanzas de hijos legítimos, avivó sus deseos, y al fin hubo en su poder á Doña Leonor”. Habían transcurrido tres años desde que la conoció y en 1330 ella era viuda, tras su pronto matrimonio con Juan de Velasco. No hubo de transcurrir el tiempo entre ambos encuentros sin pretensiones del rey, que tardaron en ser correspondidas, tal como se advierte en la Crónica de Alfonso XI compuesta casi con seguridad por el notario del rey, Fernán Sánchez de Valladolid. Se detalla, así, en la edición de Francisco Cerdá y Rico, de 1787, que el rey “siempre tovo el corazon puesto en ella”, desde que la primera vez que la vio, “et el Rey sabiendo que era y en Sevilla, trabajóse por la aver; et como quier que lo ovo grave de acabar, pero ovola”.