Tribuna

Álvaro Pastor Torres

Profesor de Historia

Réquiem por una calentería

El barrio de la Alfalfa ha perdido este domingo uno de los pocos negocios autóctonos que quedaban en la zona La calentería de la Alfalfa echa el cierre y se va a Gelves

La calentería de la Alfalfa que ha echado este domingo el cierre.

La calentería de la Alfalfa que ha echado este domingo el cierre. / D. S.

De las muchas frases geniales que nos dejó don Francisco Gómez –Paco Gandía en los carteles de la Sala Oasis que pegaban en los derribos de la Sevilla de los 70 y los 80 del siglo XX– debe estar muy arriba en la clasificación de las mejores esa de “tienes más salidas que la Alfalfa”. Pues precisamente en una de ellas, la que conforma la plaza con la calle Guardamino –recuerdo de una victoria isabelina en la guerras carlistas– estuvo hasta ayer la calentería de Antonio Paz Tejada, lugar de peregrinación matinal, ora los días de diario para tomar los calentitos en la barra del antiguo Bar Manolo que daba a un ventanal con derecho a buenas vistas, ora los fines de semana para subirlos a casa y empezar de la mejor manera un día feriado. Pero el local era también lugar de tertulia en el recodo de la puerta, donde lo mismo se hablaba de las últimas novedades del barrio y de sus moradores que de una ciudad soñada ya más perdida para siempre que el barco del arroz.

Ayer, bajo el bello y piadoso azulejo del Señor de Pasión, salieron de las sartenes las últimas ruedas de calentitos de la Alfalfa, y también los cestos rebosantes de calentitos de papa, como unos últimos de Filipinas, sin uniforme de rayadillo pero con el estriado dorado de principio a fin. También Antonio vendió pollos asados bañados con su peculiar y sabrosísima salsa, secreta cual alquimia; las últimas garrafitas de fino chocolate con sus asas de vivos colores, y cómo no, las postreras almendras y patatas fritas.

Llegarán los viernes de cuaresma y las mujeres venidas de los pueblos circundantes –ahora área metropolitana– echarán en falta la mesa del rincón con sus vasos de café y una rueda recién hecha de calentitos tras la visita al Cautivo de San Ildefonso. Llegará la Madrugada del Viernes Santo y no habrá ajetreo de papelones en ese rincón de la plaza lleno a esas horas de caritas demudadas y lejanos redobles de tambores. Llegará la mañana única del Corpus y las pandillas de enchaquetados no harán ordenada cola delante del toldillo que proclama “CALENTERÍA” antes de salir con su cirio en la procesión. Llegará el 15 de agosto y las ancianas amigas no podrán celebrar que un año más estuvieron allí tras oler los nardos y pedir las tres gracias.

Y llegarán las mañanas de frío en torno a San Clemente o la Inmaculada y no tendremos ese rincón para que el cuerpo entre en calor y el alma, dormida, recuerde cuán presto se va el placer, cómo [de rápida] se pasa la vida y cómo se viene la muerte, tan callando, pues “a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”.

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