Utrera. Cante hecho de estirpe

Pitín Hijo, Gaspar de Perrate y Manuel Peña (Hermano Mayor de los Gitanos), en la Casa de la Cultura de Utrera.
Pitín Hijo, Gaspar de Perrate y Manuel Peña (Hermano Mayor de los Gitanos), en la Casa de la Cultura de Utrera.
J. Bernabéu / Sevilla

16 de octubre 2009 - 05:01

Hablar de flamenco en Utrera es hablar de una estirpe. Intentar abordar la significación y el calado del cante en esta zona de Campiña baja es acudir a una familia que sólo el tiempo sabe cuándo llegó a este lugar. Pero aún así, Gaspar de Perrate se fija en fechar en cinco o seis mil años de historia esa presencia, sin base histórica, pero en un claro intento de remarcar que, desde que el tiempo es tiempo, Utrera tiene gitanos para el cante.

Y lo afirma una rama viva de ese árbol grande de sentir jondo, que buena sombra da a los suyos. Porque Gaspar de Perrate es hijo de José Fernández Granados y de Fernanda Soto Loreto. Sangre utrerana y de Jerez, flamenca a dos caños. Pero es que también es primo del Cuchara, cuñado de Turronero, primo hermano de Gaspar de Utrera y de Bambino y sobrino de María la Perrata. Y hay más. Pepa de Utrera y Pepa de Benito, primas hermanas de su madre; Enrique Montoya y Curro de Utrera, compadres de Perrate padre; y las niñas de Utrera, Fernanda y Bernarda, junto a Manuel de Angustias, primos de su padre. En el escalón de más arriba, más enjundia, en este caso jerezana, de la mano de Manuel Soto Loreto, Manuel Torre, el abuelo.

No va más para explicar lo que el cante, el flamenco, lo jondo es en Utrera. Una manera de decirlo, una manera de vivirlo que se agolpa en cuatro o cinco apellidos. Y a cualquiera de ellos que se le pregunte, dirá que son de allí "de siempre", como acostumbra a decir el Cuchara.

Esa es la razón, según Pitín hijo, continuador de la guitarra utrerana, de que se siga "guardando la manera de decir el cante añejo como siempre se ha cantado en Utrera". ¿Que cómo es ese cante?. Gaspar de Perrate dice que es "más de escuchar", y lo compara con el que hacen sus parientes de Jerez y el de Lebrija. Comenta el sexagenario cantaor que en la campiña gaditana el compás es más "ligerito", en Lebrija se hace "mediano" en ritmo, y en Utrera se para aún más, dentro del tres por cuatro flamenco y cabal de la Baja Andalucía.

Es como si lo jondo, en su viaje hacia el noreste, se fuese adormeciendo poco a poco, parándose a escucharse y a gustarse a sí mismo. Y con otra peculiaridad añadida. Para Pitín hijo, en Utrera, "los artistas que han marcado talla son todos diferentes entre sí". Es la riqueza del flamenco en este enclave sevillano. El cante salta de una casa a otra y se transforma. Con el mismo fondo familiar, porque todo es de la misma teta, pero con distinta expresión. Y ocurre que Utrera pasa de la rumba gitana de Bambino a la soleá desgarradora y expresionista de Fernanda, de las coplas flamencas de Enrique Montoya a esas mismas coplas por bulerías en Gaspar de Utrera o en la Pepa.

Y en ese ir y venir, como el propio Pitín intuye con la seguridad del que escuchó desde el vientre materno, tres o cuatro palos principales. Soleá, bulerías, alegrías y todo aquello que para su abuela, María Peña, hija de Pinini, era lo mismo. Y era lo mismo porque a los flamencos de la estirpe utrerana, lo mismo les da 'colar' en compás una u otra cosa, saltando sabiamente de palo sin perder el amarre de sus nudillos en la mesa.

Todo es tres por cuatro, todo es ese ritmo casi primitivo, que sale casi de las túrdigas, en el que se sujetan y arrostran las venas de la familia cantora de Utrera.

Tan es así que Gaspar de Perrate, con vivencias para llenar tres baúles, echa atrás la vista y afirma que en este pueblo, "cuando se bebía el vino a granel, había veinte o treinta gachós que cantaban pa' crujir". Quizá se pueda decir de otra manera, pero no con tanta claridad.

Y recuerda el hijo de Perrate a Araújo, que hacía los fandangos por soleá -bendita maña utrerana- "como nadie". Y se acuerda de los fandangos bravos naturales, que es la sustitución que este enclave de lo jondo ha hecho de los cantes de trilla jerezanos. De la provincia de Cádiz a la de Sevilla, en ese viaje al noreste, el cante a pleno sol campiñero se sale de los límites trilleros para irse a buscar un fandango que, para Gaspar, es "parecido al del Gloria", de menos a más, con el que se tira 'palante' con la bestia en el penoso trabajo. "Es la única manera de decir un fandango que sale en el campo, pasando tanta fatiga" -concluye Pitín-.

Pero llega la hora de la autocrítica, y como si de una estrofa flamenca se tratase, la savia nueva de la guitarra utrerana, Pitín hijo, saca a relucir la "mala suerte" que su pueblo ha tenido a la hora de "vender" su manera genuina y genial de decir el cante.

Y las culpas, benditas culpas por haber dignificado este arte, van a la necesidad de crear "espectáculos flamencos", que le restan espontaneidad a lo jondo. Porque según Pitín, el flamenco como puesta en escena hace que la improvisación se pierda.

Tira otra vez de sus años Gaspar de Perrate, y se acuerda precisamente de cuando se improvisaba y las "fatiguitas" estaban a la orden del día para seguir y tenerse tieso. "Antiguamente, cuando se le cantaba a los señoritos, había que meterse en los cuartitos a cantar, y todo era improvisación y pureza". Época añorada en pureza, y denostada en las penurias que el cantaor pasaba por elegir este arte como forma de vida.

"Cuando terminabas te decían que te iban a dar pal' canasto". Así expresa Gaspar la limosna que recibían y que les alcanzaba sólo para echar en la capacha de ir al campo a trabajar un poco de pan para el día siguiente. Y lo remata bordando la descripción de cómo el cante malvivía en Utrera; "pasar fatigas era cantar sólo para llenar el canasto".

Era tan precario aquel tiempo para el cante utrerano que, otra vez el de Perrate, recuerda que Curro y Gaspar de Utrera, lo mismo que Enrique Montoya, iban a cantar "por dos pesetas y lo que entrara por el pico".

Y fue el hambre, como recuerda Pitín de su abuelo, el Cuchara, lo que hizo a este abandonar a su suerte a Gaspar de Utrera en el tren. Porque ambos habían estado en una fiesta contratados en Sevilla y, mientras que el Cuchara entretenía al señorito, Gaspar se zampaba todo lo que había en aquella mesa, ante la mirada atónita de su compadre. Y tanta rabia le dio al abuelo de Pitín que, cuando Gaspar cayó dormido con el tableteo del viejo tren, pidió al revisor que lo dejara descansar, y con el sueño llegó hasta Cádiz, mientras que Cuchara se apeaba en Utrera. Ingenio y gracia que, por supuesto, como están en familia, se perdona sin más.

Pero de vuelta al presente, Pitín hijo alerta sobre otro fenómeno que, a su juicio, viene ocurriendo, como es el de la uniformidad en el flamenco. Y lo ilustra diciendo que "se está perdiendo el aire de cada sitio, el aire que da la tierra para cantar y tocar". Porque para este seguidor de la estirpe flamenca utrerana, "antes los únicos cantes que se escuchaban eran los de la propia familia, y ahora todos podemos oír cualquier música y recoger esos estilos nuevos".

Frente a esa estandarización del flamenco, el joven guitarrista cita una ventaja que hará que la manera de decir lo jondo en esta localidad siga adelante. "Los artistas de Utrera somos todos mu' daquí'".

Tanto es así, retoma Gaspar, que hace poco viajaron a Jaén para actuar, "pero estuvimos dos meses pensando si ir o no". Porque así son los flamencos de Utrera, "mu de la calle, mu de estar en el pueblo". Y lo mismo le ocurre a Pitín, que viajó hasta Oporto en coche con tal de no montarse en un avión. Allí la cosa terminó de arte, porque el artista invitado era Pitingo, y el joven onubense fue después el cantaor que acudiría a la siguiente edición del Potaje Gitano.

Poquitos viajes, mucha Utrera. Ese es el antídoto que esta localidad flamenca aplica frente la estandarización del cante. Y sus hijos, sus flamencos, están de acuerdo. Por eso cuando llaman a Pitín hijo para una gala fuera de su municipio, se lo piensa e incluso deja pasar la oportunidad si tiene "para seguir tirando".

Una manera de dejar venir el día a día que, en los tiempos que corren, es casi como apuntarse a la existencia contemplativa. A esa que aporta calidad de vida al que la practica.

Es casi como que Utrera reinventase, en su estirpe flamenca, un día a día sin reloj y sin apreturas en ese minutero que nos lleva arrastrados de un lado para otro. Así lo entendió Gaspar de Utrera cuando, reconocido en el Madrid flamenco, decidió volverse para no perder su partidita de dominó y su paquetito de Winston.

Y sin saberlo, aquel Gaspar, que en paz descanse, estaba inventando el flamenco zen. No cantando, sino viviendo. Porque si algo conserva la impronta, la seña y el rasgo del cante de Utrera es el apego de sus intérpretes a su patria chica. Mu' de Utrera, como Gaspar de Perrate, como Pitín, como los que contemplan la vida sin prisas desde esa flamencura zen que instauró el primo Gaspar del Gaspar que ahora forma parte de esta historia.

De principio a fin, el relato del cante utrerano lo escriben en la propia Utrera los que siempre fueron de allí, que siguen sintiendo lo jondo con ese sello singular, único y genuino que hace que esta localidad sea parada obligada en el flamenco. Un cante para el que, además, hay una guitarra. Una guitarra que sabe de nuevas formas, que juguetea con lances de Morón y de Lebrija, pero que tiene como máxima ir de la mano con el cantaor de Utrera. Esa es la bajañí que espera a Fernanda en el fandango, para que la Niña se vuelva a romper en la Gloria: jugando al mismo juego / por qué me besaste y te besé / y luego total, pa qué / ni me debes ni te debo / porque me engañaste y te engañé.

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