La imaginería procesional, la gran riqueza de la provincia
Las hermandades y cofradías de la provincia de Sevilla cuentan con un riquísimo patrimonio artístico en sus imágenes titulares, y ello a pesar de las destrucciones y alteraciones sufridas con el tiempo. En este sentido, las consecuencias de la invasión francesa (1808-1812) y la Guerra Civil (1936-1939) fueron especialmente dramáticas, desapareciendo un largo número de esculturas que tuvieron que ser reemplazadas. No menos trascendentes han sido las repercusiones de las intervenciones que han alterado irremediablemente la fisonomía de las imágenes para adaptarlas al gusto del momento. Así sucedió durante el Barroco, cuando esculturas góticas y renacentistas, sobre todo imágenes marianas, fueron mutiladas para ser vestidas o se las transformó con postizos (pelucas, pestañas, ojos de cristal) para humanizarlas. Un ejemplo significativo es la Virgen del Castillo de Lebrija, la imagen más antigua que procesiona en la Semana Santa de la provincia, pues data de época fernandina (mediados del XIII). Originariamente era una escultura de talla completa, estofada y policromada, pero se le añadió un candelero para poder vestirla, se le separó el Niño (era imagen de gloria) y se le hicieron manos nuevas.
Este tipo de alteraciones (retallados, cambios de policromía, sustitución de manos entrelazadas por manos separadas) han sido muy frecuentes en las Dolorosas y dificultan enormemente el trabajo de los historiadores del arte a la hora de datarlas o proponer una atribución. En el caso de los Cristos, el gusto contemporáneo ha impuesto la eliminación de las pelucas y los sudarios de tela, aunque aún hay imágenes que han resistido a los designios de la moda y continúan mostrando el aspecto mantenido durante siglos, como el Cristo de la Vera Cruz de Albaida del Aljarafe, el Cristo de la Vera Cruz de Benacazón o el Cristo de la Sangre de Pedrera.
Del siglo XVI poseen las cofradías una extensa serie de Crucificados que muestran el tránsito desde las expresivas formas góticas (Cristo de las Misericordias, de Las Cabezas de San Juan; Cristo de la Amargura, de Carmona; Cristo de la Vera Cruz, de Coria del Río; Cristo de la Salud, de Écija; Cristo del Perdón, de La Puebla del Río; Cristo de la Vera Cruz, de Salteras) a las del clasicismo renacentista (Cristo de la Vera Cruz, de Tomares; Cristo del Amor, de El Viso del Alcor). Es ya en la segunda mitad del siglo XVI cuando aparecen documentadas las primeras obras afines a la estética manierista: el Cristo de la Sangre de Écija (1567) y la Virgen de los Dolores de Marchena (1570), de Gaspar del Águila; el Cristo de la Expiración de Écija (1597), de Miguel de Vilches; y el Nazareno de Utrera (1597), de Marcos Cabrera. La escultura sevillana de la primera mitad del siglo XVII está marcada por la personalidad de Juan Martínez Montañés, cuya obra de corte clasicista marca el tránsito del Manierismo al Barroco. A pesar de ser el escultor más influyente del momento, en la provincia de Sevilla no existe ninguna imagen procesional suya, contándose tan solo en la capital con el portentoso Jesús de la Pasión, que no está documentado. Sin embargo, la importancia de Martínez Montañés trasciende su propia obra pues en su taller se formaron numerosos discípulos, quienes reproducirían y difundirían las formas del maestro. A ese círculo montañesino pertenecieron Francisco de Ocampo, creador del Nazareno de Carmona (1607), de talla completa, y los menos conocidos Juan Gómez y Luis de la Peña, autores del Cristo de la Vera Cruz de La Campana (1616) y del Cristo Yacente (1619) de Morón de la Frontera respectivamente.
Pero, sin lugar a dudas, el discípulo más aventajado de Martínez Montañés fue el cordobés Juan de Mesa y Velasco, un artista olvidado hasta su recuperación por la historiografía artística en el siglo XX y que ha alcanzado fama universal gracias a su impactante Jesús del Gran Poder (1620). A pesar de morir joven, Mesa superó los modelos clásicos de su maestro y abrió su arte a la senda del naturalismo, creando una espléndida serie de imágenes procesionales, en la que destacan los crucificados, de los que hay dos espléndidos ejemplos en la provincia: el Cristo de la Misericordia de Osuna (1623) y el Cristo de la Vera Cruz de Las Cabezas de San Juan (1624).
Ya en la segunda mitad del siglo XVII cabe mencionar a Andrés Cansino, autor del Nazareno de El Viso del Alcor (1669). Cansino se formó con el flamenco José de Arce, introductor de las formas del Barroco romano en la escultura sevillana y del que recientemente se ha documentado el Cristo de las Penas de la hermandad sevillana de la Estrella. Discípulo a su vez de Cansino fue Francisco Antonio Ruiz Gijón, creador del Cristo de la Expiración de Triana, el popular Cachorro, y a quien se atribuye de manera convincente el Jesús atado a la columna de Utrera.
La personalidad artística más influyente de la segunda mitad del seiscientos fue, no obstante, Pedro Roldán. Como en el caso de Montañés, en su taller se formaron numerosos discípulos, entre ellos su hija Luisa Roldán, La Roldana, que abastecieron de imágenes el mercado sevillano hasta bien entrado el siglo XVIII. Obras de Roldán son el Ecce Homo de Carmona (1657) y el Cristo de la Expiración de Écija (1680), perteneciendo a su círculo el Cristo de la Humildad y Paciencia de Constantina, El Nazareno de Las Cabezas de San Juan y el Nazareno abrazado a la Cruz de Écija (1699), además de la Virgen de los Dolores de Carmona (1696), realizada por su yerno José Felipe Duque Cornejo.
El siglo XVIII arranca con la personalidad de José Montes de Oca, quien, a pesar de formarse en el taller de Pedro Roldán, va a ser el autor de imágenes fuertemente expresivas influenciadas por la estética de Martínez Montañés y Juan de Mesa: Virgen de los Dolores de La Puebla de Cazalla (1717), Virgen de los Dolores de Villanueva del Ariscal (hacia 1725-1730) y Jesús sin Soga de Écija (c. 1732-1733), siéndole atribuible también el Nazareno de La Campana. A su discípulo Benito de Hita y Castillo corresponde la Virgen de la Mayor Dolor de Carmona (1762).
A pesar de que son muchas las imágenes dieciochescas que existen, sobre todo Dolorosas, hay muy pocas documentadas. De la segunda mitad del siglo apenas tenemos dos: el Cristo azotado de Carmona, de Manuel García de Santiago (1789), y el Cristo de la Humildad y Paciencia de Marchena, en cuyo interior apareció, durante la restauración a la que fue sometido en 1996, la inscripción "Mayorga Patroni escultor", alusiva a José Mayorga y Juan Bautista Patrone, imagineros activos en Sevilla a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Con el ochocientos llega el fenómeno académico y el intento de sustitución de las viejas fórmulas barrocas por las del idealismo clasicista. Miembro de la Real Escuela de Tres Nobles Artes de Sevilla fue Juan de Astorga, autor del Cristo del Descendimiento de Sanlúcar la Mayor (1820), pero que ha alcanzado renombre gracias a la dulce interpretación impregnada ya de romanticismo que hizo de la Virgen Dolorosa. A él cabría atribuir la Virgen de la Soledad de Bollullos de la Mitación y la Virgen de los Dolores de Gines, ésta última desgraciadamente perdida en un incendio hace pocos años y reconstruida por Juan Manuel Miñarro.
Hijo de Juan de Astorga fue Gabriel de Astorga, autor de la de la Virgen de las Angustias de Las Cabezas de San Juan (1850), que fue muy transformada en una desacertada intervención en 1987, y de la Virgen de las Angustias de Marchena (1867). Dentro de esta corriente academicista y romántica de la segunda mitad del siglo XIX podrían citarse la Virgen de los Dolores de La Rinconada, de Manuel Gutiérrez Reyes Cano (1860), y la Virgen de los Dolores de Écija, del cordobés Antonio Poz (1853).
La mayoría de las imágenes procesionales de la provincia pertenecen a la escuela sevillana, pero en los pueblos de la zona oriental se aprecia la influencia de la escultura de Granada, el otro gran centro artístico del Barroco andaluz junto a Sevilla. De Diego Márquez, escultor activo en Antequera a finales del siglo XVIII, están documentados el Cristo de la Humildad y Paciencia de Estepa (1772) y el Nazareno de Lora del Río (1776). De raigambre granadina también son el Nazareno de Estepa (primera mitad del siglo XVIII) y, sobre todo, la Virgen de los Dolores de Osuna, una excepcional obra de talla completa que se mantiene inalterada y que el profesor Hernández Díaz atribuyó a José de Mora.
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