El penúltimo de la generación de la Transición
Justo Padilla ha reconocido que, cuando el 3 de abril de 1979 se enteró de que el Partido Comunista había ganado las elecciones en Guillena y él -un mecánico de 25 años- iba a ser alcalde, se le hizo "un nudo en la garganta". Pasadas tres décadas, se va con 55 años y convertido en el penúltimo alcalde, de los que hicieron la Transición, que ha resistido al frente un gobierno local. El último será Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de IU en Marinaleda, del que el propio Padilla afirma que tiene una "mentalidad mesiánica" y no se irá mientras sea útil a sus vecinos.
Con Padilla dice adiós una generación que asumió la gestión en un mal momento para los municipios por causas distintas a las actuales: poblaciones empobrecidas y ayuntamientos sin dinero, donde las infraestructuras que faltaban no eran polideportivos ni teatros, sino agua corriente o asfalto. El carisma fue determinante. Padilla dejó el PC, pero siguió sacando mayorías con una lista independiente en el 91 y cuando se pasó al PSOE. Esta fidelidad se ha dado con otros del 79, como Manuel Ruiz Lucas, de la vecina Castilblanco, que se pasó del PC a Nueva Izquierda y sólo un pacto entre el PSOE y el PP le impidió en 2007 seguir como alcalde.
Fuera de Guillena, Padilla adquirió relevancia en los 90, cuando los pueblos de la N-630, la "carretera de la muerte", se movilizaron para exigir la autovía. Mandaba una esquela a Fomento por cada fallecido y salió en la foto en la que el ministro Francisco Álvarez Cascos inauguró el primer tramo de la A-66. Su última etapa ha estado marcada por el urbanismo. Para lo bueno -Guillena ha crecido, tiene una gran bolsa industrial, más viviendas y ha realizado grandes inversiones- y para lo malo. Su gestión urbanística ha sido cuestionada, el TSJA ha anulado el PGOU dos veces por denuncias de personas que se sentían perjudicadas, ha acumulado denuncias y está pendiente de un juicio que podría costarle la inhabilitación por dar licencia a unas naves sobre zona verde.
Él defiende que no hubo dolo y es su competencia, otro denominador común de los políticos que aprendieron a gobernar cuando había menos legislación, técnicos y control sobre las decisiones en los ayuntamientos. Padilla se va seguro de que sus vecinos le juzgaron cuando le refrendaron en las urnas al poco de la polémica. "Me quedo con el cariño. Las encuestas revelan que me vota el 60%, pero en el resto no provoco rechazo". Los alcaldes de la Mancomunidad de la Vega le han ofrecido trabajo, asegura, aunque insiste en que no se he generado grandes necesidades. "Mi sueldo ha sido de 1.970 euros, mi mujer tiene una papelería, mis hijos, un autorrepuesto y yo trabajo si lo necesito".
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