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Mª del Carmen Fernández Albéndiz | Profesora titular de Historia Contemporánea

“El rey Alfonso XII y María de las Mercedes no se casaron por amor”

  • Fue una de las primeras que investigaron la Sevilla de los duques de Montpensier, cuando la ciudad experimentó un particular renacimiento y se convirtió en la llamada “corte chica”

María del Carmen Fernández Albéndiz, durante la entrevista.

María del Carmen Fernández Albéndiz, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

María Fernández Albéndiz (Sevilla, 1965), tuvo muy claro desde la infancia que quería ser historiadora. Esta “niña del Velázquez” –entonces el famoso instituto del centro era femenino– decidió que quería hacer su tesina sobre la Sevilla de los Montpensier después de leer un artículo de Antonio Burgos sobre los duques. Fruto de sus investigaciones son una tesina de licenciatura y un libro editado por el Ayuntamiento, ‘La corte sevillana de los Montpensier’. Aunque su tesis la dedicó a las visitas reales a nuestra ciudad durante el XIX, con el tiempo centró sus trabajos en temas relacionados con la llamada ‘memoria histórica’. Así, esta profesora titular de la Hispalense ha realizado investigaciones sobre la represión de la masonería y publicado libros como ‘Tomares: de la Segunda República a la Guerra Civil’ y ‘Memoria de Guillena. Tierra de Rosas silenciadas’. Pese a sus trabajos ‘republicanos’, afirma con un toque de nostalgia que “siempre me gustaron los temas de la realeza”.

–Usted decidió investigar sobre los Montpensier a principios de los noventa, cuando, incomprensiblemente, apenas había estudios sobre el duque don Antonio de Orleans y su mujer, la infanta María Luisa Fernanda de Borbón (María Luisa para los sevillanos), hermana de Isabel II.

–El problema principal fue que, por entonces, la familia aún no había creado el archivo. Los documentos los custodiaba un señor que vivía en Granada que prácticamente no dejaba a nadie acceder a los mismos. De hecho, cuando terminé mi tesina tuve que dejar el tema y centrar la tesis doctoral en las visitas reales a Sevilla en el siglo XIX. Eso sí, el Ayuntamiento me publicó el libro La corte sevillana de los Montpensier. Mucho tiempo después, la familia crearía el archivo, que se guarda en el Botánico, en Sanlúcar de Barrameda.

–Se ha dicho que la Sevilla de los Montpensier fue tecnológica y económicamente avanzada, pero política y socialmente reaccionaria.

–A los Montpensier hay que agradecerle muchas cosas: la innovación tecnológica, la apertura cultural… Pero Sevilla es Sevilla y tenía –y sigue teniendo– un sector muy inmovilista en sus costumbres y sus actitudes culturales.

–Lo cierto es que los Montpensier se implicaron mucho en las tradiciones de la ciudad.

–Sí, la Semana Santa que tenemos hoy en día es gracias a los duques. También el Corpus Christi. El palco principal de la carrera oficial se creó para ellos. Invirtieron muchísimo dinero en los ajuares de las cofradías y hermandades. Restauraron el pendón de la romería de Valme, potenciaron el Rocío… También se implicaron en la Feria. La primera caseta que instaló el Ayuntamiento fue para que los Montpensier tuviesen un sitio digno donde estar y recibir. Restauraron La Rábida y todo el patrimonio colombino... Hicieron muchísimas cosas.

–¿Y la cultura?

–Por San Telmo pasaron algunas de las figuras de la cultura internacional más importantes del momento: pintores como Delacroix, poetas como Gautier o escritores como Mérimée o Dumas. Sin olvidar su mecenazgo con escritores o artistas locales o nacionales: Fernán Caballero, Joaquín Domínguez Bécquer, Cabral Bejarano... La continua asistencia de los duques a teatros como el de San Fernando hizo que muchas compañías incluyesen a Sevilla en sus giras.

La primera caseta municipal de la Feria se montó para que los Montpensier tuviesen un sitio donde recibir

–¿Cuándo y por qué llegaron los Montpensier a Sevilla?

–Llegaron a Sevilla en 1849, huyendo de la Revolución de 1848 en Francia. Y se quedaron hasta la muerte. En principio habían intentado vivir en Londres, pero los ingleses no les dejaron. En Madrid tampoco los quisieron, porque la reina Isabel II ya tenía formada su camarilla y no querían a don Antonio de Orleans por allí intentando ejercer de príncipe de Asturias. Se llegaron a plantear vivir en Granada, en el Palacio de Carlos V, pero las gestiones no fueron bien. Sevilla fue, de alguna manera, el último reducto. Empezaron a vivir en el Alcázar, un sitio bastante inhóspito para residir, y decidieron buscar un lugar mejor. Tenga en cuenta que la infanta Luisa Fernanda venía embarazada de su primera hija, Isabel, que nacería en el Alcázar, como se recuerda en una placa. El duque quiso restaurar el Alcázar para convertirlo en un auténtico palacio residencial, pero no era de su propiedad. Isabel II le dijo que no daría ni un duro.

–Y compran San Telmo.

–Y los terrenos de alrededor, muchos de ellos huertas que ocupaban lo que hoy es el Parque de María Luisa. En esa época aquello era el extrarradio, una zona muy denostada, por la que pasaba el Tagarete y con fama de insalubre. Ellos transformarían lo que había sido un edificio escolar en un auténtico palacio. El duque venía muy influenciado por la arquitectura y la jardinería francesa y construye en Sevilla un palacio a su medida.

–Antes hablábamos de que la tecnología y la economía experimentaron un auge en Sevilla con los Montpensier.

–Cuando llegaron los duques, Sevilla aún no había experimentado la revolución agrícola que sí se había dado en países como Inglaterra o Francia. Introdujeron en sus huertas maquinaria de vapor y cañerías de hierro para regadío, y la fabricación de ladrillos refractarios que el propio duque comercializaba. Igualmente jugó un papel importante en el acondicionamiento del puerto de Bonanza o en la mejora de la navegabilidad del Guadalquivir. Impulsó la recogida de las naranjas que había en la ciudad para vendérselas a las fábricas inglesas de mermelada agria. En general, trajo una mentalidad nueva capitalista aplicada al campo, y muchos agricultores le siguieron. Además, costeó los trabajos de varios inventores locales, como Manuel Palomino, y apoyó las industrias locales, como la de los Pickman. Todos los palacios de los duques se abastecían de los comercios sevillanos, dando origen al surgimiento de nuevos comercios en Sierpes y Tetúan.

–Lo cierto es que Sevilla les respondió y de alguna manera adoptaron a los duques como sus señores naturales.

–De hecho, los duques crearon una corte paralela, lo que se conoce como “la corte chica”. ¿Hasta qué punto esa corte se construye desde un primer momento para entrar en competencia con la de Madrid? Creo que, al principio, no había esa idea. Hasta finales de los años 50, una vez que nace el príncipe de Asturias, el que luego sería Alfonso XII, no hay una competencia consciente. Repito, consciente.

–Al nacer Alfonso XII, Luisa Fernanda deja de ser Princesa de Asturias y, por tanto, el duque vio frustradas sus aspiraciones a ser rey de España. Desde ese momento que usted dice, no paró de conspirar.

–Sí, en esos años el duque tiene ya un auténtico proyecto de asalto al trono.

–¿Sólo el duque?

–Y su mujer, que en este asunto apoya directamente a su marido. Lo que pasa es que parece políticamente incorrecto señalar esto de la infanta Luisa Fernanda, quien se ha convertido para Sevilla en una intocable: una santa mujer, muy vinculada a la iglesia y muy caritativa quien, además, nos dejó el parque que se ha convertido en el pulmón de Sevilla. Pero, insisto, en este asunto iba de la mano de su marido.

Don Antonio de Orleans trajo una nueva mentalidad capitalista aplicada al campo. Muchos le siguieron

–¿Cómo querían hacerlo?

–El primer paso era tirar por tierra la imagen de Isabel II para forzarla a abdicar en su hijo, que era menor de edad, y ellos convertirse en los regentes. En esto, Isabel II facilitó mucho la labor de los duques, protagonizando todo tipo de escándalos. El duque fomentó cualquier mala noticia, costeó periódicos, apoyó a los políticos más críticos con la reina…

–Su participación en la preparación de la revolución de 1868, la Gloriosa, que terminaría derrocando a Isabel II, es evidente, ¿no?

–Sí, pero la información que tenemos no nos viene directamente de los duques, sino de otros implicados en la conspiración que guardaron la documentación de los pagos que les hizo don Antonio de Orleans.

–Al final se llevaría una decepción tremenda, porque no lograría su ansiado objetivo de alcanzar el trono. Entre otros, el general Prim lo vetó.

–Pero las aspiraciones del duque tenían su lógica. Desde que tiene lugar el Pacto de Ostende y comienza a gestarse lo que luego será la Revolución de 1968, los conspiradores no le hicieron ascos a su dinero. Nunca le dijeron que no a sus pretensiones.

–¿Y por qué el nuevo Gobierno y especialmente Prim vetaron de una manera tan drástica al duque?

–Un factor importante fue que en el pueblo se había ido gestando una profunda antipatía por la figura de Isabel II, lo que se traduce ya en el 68 en un fuerte rechazo a los Borbones en general. El grito será “¡Mueran los Borbones!”. Tenga en cuenta que la Gloriosa fue un movimiento con una importante base popular y en esos momentos ya hay que tener en cuenta esas voces. Se juntan el rechazo de los miembros más destacados del Pacto de Ostende hacia los Montpensier con el rechazo popular a los Borbones.

–Antes de que estallase la Revolución, Isabel II expulsó a los duques de Montpensier.

–Isabel II sabía desde hacía mucho tiempo que los duques estaban detrás de la conspiración. De hecho, antes de expulsarlos, la reina le dijo a su hermana que no volviese por Madrid. Se fueron a Lisboa para estar cerca de España, pero cuando intentaron volver una vez que estalló la Gloriosa el gobierno provisional les dijo que no regresasen a Sevilla, argumentando el clima antiborbónico que había en España. Como bien recoge Eloy Arias en su libro sobre la Revolución del 68 en Sevilla, por las calles de la ciudad se gritaba “¡abajo los Montpensier!”. Cuando el duque consigue volver, el Gobierno provisional ya está instalado, se ha decidido la elaboración de una constitución y se está buscando monarca por Europa. Prim ya tiene todo bajo control.

La infanta Luisa Fernanda, duquesa de Montpensier, se ha convertido en Sevilla en un mito intocable

–Todo indica que el Duque participó de algún modo en el asesinato de Prim en el Callejón del Turco. ¿Qué opina usted?

–El problema es que no hay un solo documento que demuestre la implicación directa del duque. Lo que sí existen son cartas del secretario de don Antonio a los artífices del crimen. Yo considero que el duque era un hombre muy inteligente e íntegro. No me cuadra mucho que estuviese implicado en el asesinato. Otra mengua de las posibilidades del duque para llegar al trono fue el hecho de que había matado en duelo al duque de Sevilla.

–Pero fue el duque de Sevilla quien insultó a Montpensier en un panfleto.

–Sí, pero podía haber templado más la sangre. Es cierto que el duque de Sevilla, quien había perdido el norte por completo, no le dio muchas alternativas a un hombre de honor como él. No paró de atacar a los Montpensier. La muerte del duque de Sevilla, Enrique de Borbón, cortó cualquier aspiración de don Antonio de Orleans al trono.

–No en vano había derramado sangre real española. Don Antonio fue un personaje romántico.

–Cien por cien. Los duques son fruto de su época, profundamente románticos y trágicos... Tienen el romanticismo muy impregnado.

–-Con la boda de Alfonso XII con una de las hijas de los duques, María de las Mercedes, ya en la Restauración, volvieron a encontrar un camino para acercarse al trono.

–Fue un nuevo intento. Aunque él ya había renunciado a la idea de ser Rey de España, encontró un camino por la puerta de atrás para que su hija y sus nietos, su sangre al fin y al cabo, reinasen.

–¿Qué hay de verdad en el romance entre Alfonso XII y María de las Mercedes?

–Alfonso XII y María de las Mercedes no se casaron por amor. Se querían mucho, pero no estaban enamorados. Probablemente hubiesen tenido un muy buen matrimonio, pese a que Alfonso XII, como buen Borbón, era muy mujeriego. María de las Mercedes reunía muchos requisitos. Alfonso XII le tenía cariño y era una jovencita muy guapa, popular y de buen corazón. Además era una infanta de España, porque a todos los hijos de su hermana Luisa Fernanda, Isabel II les dio el título de infantes de España.

Aparte de sus ambiciones, el duque sentía amor por España y pensaba que podía ser un buen rey

–¿Había alguna motivación política en el enlace?

–Lo cierto es que con el matrimonio Montpensier quedó desarmado. No sólo no iban ya a conspirar contra la corona, sino que la iban a apoyar a muerte. Aparte de eso, el duque le cogió cariño a Alfonso XII y pensaba que podía ser un buen monarca. Además de sus ambiciones personales, el duque sentía amor por España y pensaba que él también podría haber sido un buen rey, era un hombre muy preparado.

–Adiós, entonces, al bonito mito del romance.

–Pero quiero que quede claro que Alfonso XII y María de las Mercedes se querían como personas.

–La muerte de María de las Mercedes sería un palo tremendo para los duques, tanto personal como políticamente.

–Fue tremendo, pero todavía consiguió que Alfonso XII se comprometiese con otra de sus hijas, la infanta Cristina. Pero también murió en San Telmo, justo cuando el rey venía para Sevilla a pedir su mano. Se tuvo que contentar con ir a su entierro. Esto terminó ya de hundir a los duques, que tiraron la toalla de cualquier pretensión. Fue una vida muy trágica en lo personal. De los nueve hijos que tuvieron les premurieron siete.

–Finalmente el duque moriría en Sanlúcar.

–En la finca Torrebreva, en una jornada de caza, a la que era muy aficionado. A don Antonio le gustaba mucho Sanlúcar, tanto que intentó comprar el Coto de Doñana. Su palacio en esta localidad era una segunda residencia en toda regla, a la que iban no sólo en verano, sino muchas otras veces. También era un lugar para que los infantes, que tenían muy mala salud, pudiesen estar en contacto con el mar. Desde que era pequeña, la duquesa acompañaba a Santander a su hermana Isabel II, a quien los médicos habían recomendado baños de mar. Luisa Fernanda tenía muy asumido que la buena salud estaba vinculada al mar.

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