“El confinamiento fue muy negativo para la sociedad”
Esteban Fernández Hinojosa | Médico
Este conocido médico del Virgen del Rocío, especializado en Cuidados Intensivos, acaba de publicar con CEU Ediciones ‘Confines. Medicina al borde del abismo’, un ensayo para todos de altos vuelos humanistas
Esteban Fernández Hinojosa (Cádiz, 1961) es un doctor cordial, reflexivo y afable, forjado en la dureza de los cuidados intensivos del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, y con una sólida formación cultural que lo hace miembro del selecto club de los médicos humanistas. Prueba de sus conocimientos, que van mucho más allá de la medicina, son los artículos que con frecuencia escribe en los periódicos del Grupo Joly. Ahora, CEU ediciones publica su libro ‘Confines. Medicina al borde del abismo’, que recibió un accésit del II Premio de Ensayo ‘Sapientia cordis’. ‘Confines’, como el propio Fernández Hinojosa afirma, es un libro que pretende estar al alcance de cualquier persona con un mínimo interés por los grandes retos de la medicina actual. Todas sus páginas están llenas de sabiduría y de una serena y permanente provocación que no duda en poner en solfa algunos de los dogmas del mundo actual: el aborto, la eutanasia, la medicina de género, el transhumanismo... Este gaditano y miembro de la Real Academia de Medicina de Cádiz, pero vecino de Sevilla, es autor también del ensayo '¿Qué es la enfermedad?', publicado por Editorial Senderos.
Pregunta.–Todos hablan ahora de la ciencia de una manera casi religiosa. ¿Tiene las respuestas de todo?
–Han convertido a la ciencia en una religión sin Dios. No soy un científico, soy un médico clínico que se nutre de los conocimientos científicos. Pero, efectivamente, la ciencia no puede explicarlo todo. Sí puede explicar una parte de la realidad que es cuantificable, medible, todo aquello que es objeto del método científico. Pero hay misterios que la ciencia no alcanza, singularidades como el propio ser humano a las que no llega.
P.–¿La ciencia se ha politizado?
–Se ha politizado el uso que se hace de ella. Uno no puede politizar un dato físico, pero sí su aplicación. Se puede hacer ideología con los resultados de la medicina. Estamos teniendo serios problemas en ciertas facetas de la biología, de las aplicaciones biotecnológicas en medicina...
P.–Un ejemplo, por favor.
–El que ha sido el mayor experimento no controlado en la modernidad en medicina científica, el llamado paradigma de la salud reproductiva de la mujer. Hoy en día las mujeres han sido castradas hormonalmente. Se conoce una parte muy parcial de toda la constelación hormonal de la mujer y se castra a todas las mujeres con el objeto de ofrecerles una libertad sexual. Y eso tiene consecuencias sobre el embarazo y la percepción que ellas tienen sobre su propia corporalidad. Los problemas con los índices de fertilidad y natalidad son hoy evidentes.
P.–¿Está usted en contra de los métodos anticonceptivos?
–Se está produciendo un experimento sobre la mujer a nivel mundial en un tema concreto que, en realidad, no conocemos. Nadie conoce las consecuencias de esa manipulación hormonal que se produce cuando se toman anticonceptivos. Después, por supuesto, está la libertad de la mujer de tomarlos o no. Pero este conocimiento no ha sido ofrecido de manera libre y transparente a la población femenina.
P.–Dígame más manipulaciones ideológicas según su criterio.
–Cómo se está usando la tecnología en diagnósticos de la trisomía del par 21 en embarazos en fases muy precoces. Me refiero a la detección del síndrome de Down en las primeras fases embrionarias con objeto de inducir al aborto. Se dice que se está acabando con el síndrome de Down, como en los años 50 se acabó con la polio. Pero con la polio no se terminó eliminando a los poliomielíticos, sino que se buscó una vacuna. Estamos acabando con el síndrome de Down eliminando a los síndromes de Down.
Estamos acabando con el síndrome de Down eliminando a los síndromes de Down
P.–En su libro ‘Confines. Medicina al borde del abismo’. Se habla del fin de esa “gran esperanza” que supuso la medicina en el siglo XX.
–Sin duda, tenemos todos los medios técnicos y educacionales para estar esperanzados. La medicina se hizo realmente eficaz después de la II Guerra Mundial, cuando se desarrollaron los sistemas sanitarios, la estructura gerencial y financiera que da acceso a la medicina a la mayoría de los ciudadanos de occidente. También se desarrollaron las anestesias, las cirugías, la quimioterapia... Pero a finales del siglo XX y principios del XXI se ha producido un extraordinario avance tecnológico y biotecnológico que ha sido absorbido por el sistema sanitario y trasladado inmediatamente a la medicina, lo cual está llevando a cambiar ciertos valores clásicos y esenciales de la medicina: la compasión, la empatía, el cuidado, la atención, el acompañamiento... que se cambian por una visión más tecnologizada y burocratizada que se centra en la productividad, la eficiencia, la gestión... Al final, vemos al paciente como un conjunto de datos monitorizados y nos olvidamos de que es un ser humano que arrastra una biografía. Se está produciendo una desconexión entre la práctica clínica y los principios del humanismo médico.
P.–Pese a las desorbitadas cantidades de dinero público que se invierten en la sanidad, nunca parece suficiente. Estamos ante un problema, ¿no?
–No tiene solución, porque social y culturalmente se le ha dado un valor desproporcionado a eso que le llaman el “progreso médico”. La muerte ha desaparecido como una fase natural de la vida, algo aceptable y aceptado que supone la culminación de un proyecto existencial. Hoy día la muerte se considera un problema más que hay que solucionar. Sectores de la medicina están incluso apoyando algunos de los postulados poshumanistas. Ya no solo es cuestión de curar al enfermo o acompañarlo hasta la muerte, sino de mejorar al que no está enfermo.
P.–Se juguetea mucho con la idea de la inmortalidad del cuerpo.
–Creo que no es posible. Se están alcanzando edades muy prolongadas, pero, ojo, no estamos revirtiendo las consecuencias de la propia evolución corporal. Es decir, vivimos muchos años pero la arteriosclerosis se sigue produciendo, los vasos se siguen deteriorando, la presbicia sigue apareciendo a partir de los 40 años, también las fases más benignas de la degeneración ósea... Estamos logrando personas de largas edades, pero que no dejan de ser alcayatas biológicas, sin posibilidad de desarrollar proyectos existenciales. Eso tiene muchísimas consecuencias para la sociedad.
P.–Queremos mantenernos vivos pese a que ya no tenga ningún sentido y solo nos produzca dolor.
–Yo no defiendo la eutanasia, pero tampoco el ensañamiento terapéutico. Se ha perdido de vista la integración de la muerte como la fase final de la vida. Eso produce unos grandes costos, con la consiguiente merma de fondos que la sociedad necesita como el respirar.
P.–¿Hay un gran negocio detrás de todo esto?
–Hay grandes compañías y fondos de inversión globales que apoyan y financian determinadas vías, como el transhumanismo, la medicina de género, la medicina genética personalizada...
P.–Hay quienes dicen que todos estos desarrollos van a traer grandes desigualdades. Habrá ricos superhombres apoyados por la biotecnología y el resto de los mortales.
–Es un riesgo que debe conocer la sociedad. Existe el claro peligro de que determinas tecnologías y biotecnologías de mejoramiento, independientemente de que tengan una finalidad noble, solo queden al alcance de los más ricos. Esto provocará una gran desigualdad.
P.–Se muestra también muy crítico con algunos aspectos de la medicina que favorece el cambio de sexo en menores.
–Es que muchos de los trabajos en los que se han basado estas prácticas tienen muy poca calidad científica. En el norte de Europa ya se está dando marcha atrás. Desde hace ya muchos años se está tratando a jóvenes hormonalmente para bloquear la pubertad y, más adelante, proceder por la cirugía al cambio de sexo. Esto implica la creencia de que el sexo genético, el sexo cromosómico, se puede variar, algo falso. El sexo es algo que da la naturaleza y, por tanto, su modificación es inviable. La ideología de género, como tantas ideologías radicales, manipula la realidad para adaptarla a sus postulados. Detrás de esto hay cantidades inmensas de dinero. En la actualidad ya vemos los efectos deletéreos de unas prácticas que, además, son irreversibles.
Hay una desconexión entre la práctica clínica y los principios del humanismo médico
P.–No es partidario de la eutanasia. Pero a muchos nos cuesta admitir que se pueda obligar a vivir a quien ya no puede.
–Me resulta difícil de aceptar la eutanasia en un país que todavía no ha desarrollado los cuidados paliativos, que tienen un gran desarrollo y que evitan muchos problemas de dolor o asfixia. Yo no tengo ningún inconveniente en que una persona, libremente, decida quitarse la vida. Lo que no me parece justo es obligar al médico a que lo haga.
P.–En el libro trata también la pandemia del covid. ¿Fue un acierto el confinamiento?
–Mi experiencia personal fue muy positiva, porque tengo una casa grande y tuvimos la oportunidad de tener a mis dos hijos en casa. Además, al trabajar en el Virgen del Rocío salía todos los días. Sin embargo, para mucha gente fue muy duro y eso tuvo consecuencias morales, psicológicas, económicas, criminales... El confinamiento fue profundamente negativo para la sociedad.
P.–¿Y las vacunas?
–Algo había que hacer y se hizo con inteligencia colectiva. Todos los científicos del mundo colaboraron en sacar adelante las vacunas. Fue una novedad. Se produjeron las vacunas y, de forma general, podemos decir que fue algo positivo al inmunizar a una parte importante de la sociedad. Pero hay aspectos que todavía están pendientes. El primero fue la falta de transparencia. El segundo es el tema de las consecuencias. A día de hoy no sabemos el mecanismo de acción de las moléculas ni conocemos qué pasó con la pequeña mortandad secundaria que se produjo. Tampoco sabemos cuáles pueden ser las consecuencias futuras de estas inoculaciones... Hay muchos debates abiertos que todos debemos conocer. La transparencia es necesaria y beneficiosa. La población toma de buen grado las dudas. Habría sido deseable que los gobiernos hubiesen sido más transparentes en la cuestión de la vacunación, entre otras cosas para evitar especulaciones. Siempre es mejor la transparencia que las milongas ridículas que nos contaban cada mañana. Pero no tengo dudas de que las vacunas fueron positivas.
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