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José María Miura | Profesor titular de Historia de la UPO

“Los conventos eran lugares de empoderamiento femenino”

  • Este investigador es uno de los mejores conocedores de la Sevilla conventual durante la Baja Edad Media, además de un especialista en historia del urbanismo y de la Iglesia

José María Miura, en la Olavide, durante la entrevista.

José María Miura, en la Olavide, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Por el maestro Paco Correal, el Homero de San Lorenzo, nos enteramos de que el entrevistado es un egregio parroquiano de Casa Rafita, lugar de encuentro de algunas de las eminencias del barrio. Más allá de eso, José María Miura (Sevilla, 1960) es profesor titular de Historia en la Universidad Pablo de Olavide y uno de los mejores conocedores de la Sevilla conventual de la Baja Edad Media, ese periodo inmediatamente anterior al descubrimiento de América en el que la ciudad ya se estaba conformando como emporio del sur de Europa. Miura, también ha trabajado en asuntos como la religiosidad popular andaluza, la historia del urbanismo o las redes de poblamiento en Andalucía. Con antepasados japoneses (de los que conserva unos ojos ligeramente rasgados), sus años escolares transcurrieron en los Maristas, desde donde, previa escala en el Instituto Bécquer para estudiar COU, saltó a la Hispalense, en la que se doctoró. Después de haber ocupado algunos cargos de gestión universitaria, actualmente es codirector del Master y Doctorado en Historia de América Latina: Mundos Indígenas y profesor invitado en Doctorado y Postdoctorado en la Universidad Andina Simón Bolívar. También ha colaborado, entre otros, en cursos de doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (París).

–Solemos vincular el esplendor de la Sevilla conventual a la colonización y evangelización de América. Sin embargo, ya antes, durante la Baja Edad Media, en la ciudad había numerosos monasterios.

–Muchos. Con América las cifras se disparan, pero el punto de partida de la Sevilla conventual es la propia conquista de la ciudad por Fernando III, quien prácticamente rodea Sevilla con elementos conventuales. Hagamos un recorrido empezando por el norte: San Clemente, Capuchinos (que al principio era San Leandro), la Trinidad, San Agustín, San Benito, el salto de la Judería, San Francisco, San Pablo, La Merced, El Carmen (un poco más tardío) y llegamos a Santa Clara. A esto el historiador Julio González lo llamó la segunda defensa de Sevilla, la espiritual. La primera eran las murallas.

–¿Y por qué los primeros reyes cristianos favorecieron tanto este proceso?

–Hay que entender que el hombre del siglo XIII era profundamente religioso. Tras vaciar la ciudad de musulmanes, Fernando III tenía que atraer a nuevos pobladores, para lo que debía dotar a Sevilla de servicios que la hiciesen atractiva, como eran entonces los religiosos. Los conventos de las nuevas órdenes mendicantes serán los que se encarguen de dar estas prestaciones espirituales, un proceso que dura hasta Pedro I. Luego habrá un parón debido a la gran abundancia de conventos que ya se registraba.

–Hablemos de esas nuevas órdenes mendicantes que surgen en el siglo XIII, un fenómeno europeo estrechamente vinculado al fenómeno urbano. Pasamos del monasterio altomedieval, rural y autosuficiente al convento íntimamente unido a la ciudad, a la evangelización de sus pobladores, al fenómeno universitario...

–Las órdenes mendicantes, además, tenían un papel simbólico muy importante: en un lugar como la ciudad, donde la riqueza es el elemento diferenciador, la pobreza también lo es. De alguna manera las órdenes muestran una vida alternativa a la riqueza burguesa. Ese es el significado de San Francisco de Asís despojándose de sus vestidos en el centro de la plaza; o el de las predicaciones de Santo Tomás de Aquino. La ciudad es un lugar propicio para el pecado y los conventos se asientan allí donde tienen que combatirlo.

–Volvamos a Sevilla. Todo este fenómeno conventual tuvo un impacto decisivo en el urbanismo de la ciudad.

–Impresionante. Esta gran cantidad de conventos en el siglo XIII también nos habla de la incapacidad de la monarquía de llenar enormes espacios en el interior de Sevilla. Por ejemplo, las dimensiones del convento de San Francisco eran espectaculares.

Toda Sevilla estaba rodeada de conventos, lo que Julio González llamó la segunda defensa de la ciudad

–¿Cómo de grande?

–Su manzana aún se sigue perfectamente por las calles Joaquín Guichot, Zaragoza, Carlos Cañal, Albareda, Sierpes y el cierre por la plaza de San Francisco. Lógicamente todos estos terrenos se les dieron a los franciscanos porque allí no había ni iba a haber nadie. Aquello era la Laguna de Catalanes, uno de esos residuos lagunares que aún quedaban en el interior de la población y que a medida que se iban desecando ganaban valor.

–Hoy cuesta pensar que la Plaza Nueva fuera un convento.

–Este convento permaneció con estas dimensiones hasta su desamortización y posterior demolición. En cambio, el de Santa Clara, que también era enorme, no fue desamortizado y la comunidad fue vendiendo poco a poco sus huertas exteriores, según sus necesidades, un proceso que culminó con la venta al Ayuntamiento del propio edificio conventual. Toda esa manzana completa, desde Hombre de Piedra hasta Lumbreras, era Santa Clara... Lo mismo ocurría con San Clemente, que era lindero y cuyas huertas llegaban hasta la Alameda.

–Unos auténticos emporios.

–Es que, además, estas comunidades eran propietarias de muchos inmuebles en la ciudad (casas, talleres, huertos, censos sobre tierras...).

El convento de Santa Inés era uno de los grandes propietarios de las casas de la mancebía”

–Incluso tenían burdeles...

–El Convento de Santa Inés, junto al Cabildo Catedral, era uno de los grandes propietarios de casas en la mancebía. Pero ojo, eran dueños de los inmuebles, no del negocio. Eso sí, las rentas las cobraban.

–Del convento de San Francisco quedó muy poco.

–La Capilla de San Onofre y el Arquillo del Ayuntamiento, que era la puerta de entrada.

–Estos conventos, con esos enormes muros sin ventanas, producirían un espacio público urbano un tanto asfixiante...

–El proceso de densificación de la ciudad no sólo se debe a los conventos, sino también a las casas particulares, que igualmente tenían fachadas duras, sin apenas ventanas. Podemos decir que Sevilla era una ciudad colmatada hacia el exterior, pero hacia el interior es verde y abierta, con patios y huertos.

–Imaginemos un paseo por esas calles de largos muros sin apenas vanos.

–Todavía hoy se puede dar alguno. Empecemos en la Pila del Pato y cojamos por la calle Imperial, donde nos encontramos con la rotundidad del muro de San Leandro y enlazamos con el de Pilatos hasta llegar a la calle Águilas. Otro ejemplo sería Las Dueñas, enlazando con el convento del Espíritu Santo.

Como escribió Alonso de Morgado, no había noble que no tuviera una plaza delante de su casa

–Alguien decía que, entonces, la calle no era un lugar de encuentro, sino de mero tránsito.

–Eso lo definía muy bien don Manuel Romero Tallafigo, que decía que en Sevilla se pasea y en Albacete se transita. Bromas aparte, es cierto lo que usted dice.

–Pero en esta ciudad tan densa se empezaron a abrir algunas plazas...

–Es un fenómeno que comenzó a mediados del siglo XV. La primera fue la que hoy es la Plaza del Duque. El Duque de Medina Sidonia decidió ubicar sus casas en lo que hoy es el Corte Inglés y, para darle presencia a su fachada, compró toda la manzana delantera y la arrasó...

–Yo creía que se llamaba así por el Duque de la Victoria, el general Espartero.

–Eso fue posteriormente, cuando reformaron el callejero. Los liberales no querían dedicarle una plaza tan principal a un gran aristócrata del Antiguo Régimen, por lo que le añadieron “de la Victoria”, un título de la nobleza de nueva hornada.

–No sería la única...

–A partir de ahí se abrieron otras más pequeñas para dar visibilidad a las grandes casas nobiliarias, como la de Pilatos, la de Altamira, la que hay en Madre de Dios... Como decía Alonso de Morgado, que en 1580 publicó una historia de Sevilla, no había noble que no tuviera una pequeña plazuela delante de su casa. La última fue la del Pumarejo, que debe su nombre a un rico comerciante con ínfulas, que también mandó a derribar una manzana colmatada para que se viese bien la potencia de su palacio.

–Volvamos a las órdenes mendicantes. Hubo grandes rivalidades y odios entre ellas...

–Todo eso, las clásicas peleas entre franciscanos y dominicos, fueron más habituales en Europa que en Andalucía. Tenga en cuenta que aquí el clero parroquial realizaba una actividad cultual mínima (misa, sacramentos básicos y poco más), dejando la catequesis y la evangelización a las órdenes mendicantes, por lo que había una cancha muy grande. Cada una tenía su público. Donde sí se registran tensiones es en la rivalidad por las devociones...

La jerarquía eclesiástica masculina es la que crea la imagen de la monja como decálogo de defectos

Cuente

.–Es un fenómeno de finales del XVI e inicios del XVII, en el que los dominicos chocarán con los franciscanos a la hora de fomentar sus devociones. Los primeros eran de la Virgen del Rosario y los segundos de la Inmaculada.

–Por lo que aún se observa debieron ganar los franciscanos.

–Fue cuando se generó el gran movimiento inmaculista de Sevilla. Los franciscanos promovieron una devoción no constatada por la teología: María fue concebida sin pecado original. Los dominicos, que era una orden muy teológica, se opusieron.

–¿Sólo fue un conflicto devocional y teológico o hubo algún componente social en estos enfrentamientos entre frailes?

–Alguno hubo. Los dominicos eran apoyados por las clases superiores, que tenían el control de la ciudad, mientras que los franciscanos eran más populares. Ahí están esas letrillas contra los dominicos de Regina: “Aunque no quiera Molina,/ ni los frailes de Regina,/ ni su padre provincial.../ Todo el mundo en general/ diga que sois concebida/ sin pecado original” y “Al fraile de los anteojos/ malditos tenga los ojos/ María fue concebida/ sin pecado original”.

–El convento de Regina, que estaba donde actualmente la calle homónima.

–Sí, otro gran convento que, como el de San Francisco, desapareció con la desamortización.

–Como decíamos al principio, el fenómeno americano disparó las cifras de la Sevilla conventual. La ciudad era, por así decirlo, la base de entrenamiento de los frailes que iban a evangelizar las Indias.

–Sólo acoger a los que esperaban para poder cruzar el Atlántico requería de unas instalaciones importantes. También los formaban. Ya en 1516 los dominicos crearon el Convento-Colegio de Santo Tomás, que es la gran universidad sevillana, mucho más fuerte que el Colegio Santa María de Jesús (origen de la Hispalense).

–Los conventos propiciaron toda una literatura poblada por personajes pecaminosos: las trotaconventos, las monjas enamoradas, los donjuanes...

–Todo ese mundo fue creado por la Inquisición, que es la que escribe el relato en el que luego se basaría la literatura, sobre todo la romántica. Cuando uno analiza a estos grupos de mujeres, que viven solas en comunidad, haciendo vida religiosa, se encuentra a muchas que son ricas y propietarias de bienes o que buscan la sororidad y que fundan conventos y monasterios. Son mujeres sueltas, con negocios, que no suelen ser muy bien vistas por la jerarquía masculina clerical. De esta jerarquía nace la idea de que en el convento no están las que quieren, sino las que son viejas, pobres, feas... La monja se convierte en un decálogo de defectos.

–¿El convento como refugio femenino?

–Los conventos fueron uno de los primeros sitios de empoderamiento femenino. Doña María Coronel, la fundadora de Santa Inés, venía de estar casada con uno de los grandes nobles de Castilla y tenía un patrimonio impresionante. Se refugió en el convento y desde allí gestionó sus bienes. En Carmona, por ejemplo, la duquesa de Arcos, Beatriz Pacheco, que fue esposa de Rodrigo Ponce de León, también ingresó en el convento de Santa Clara, al que le dejó todo su patrimonio.

–Ahora que habla de Carmona, sólo hemos tratado de los conventos intramuros...

–Hubo muchos en el entorno más inmediato de Sevilla: la Cartuja, San Jerónimo, San Diego (donde hoy está el Casino de la Exposición), Los Remedios, las Mínimas, San Isidoro... Uno muy importante era San Isidoro del Campo, apenas a una legua de Sevilla, que era el monasterio de los jerónimos isidros en el que estuvo Casiodoro de Reina, el protestante español que sería el autor de la Biblia del Oso, la primera traducción de la Biblia al castellano desde sus fuentes originales y que hoy es el libro más vendido en América Latina gracias al movimiento evangélico. Este año es su 450 aniversario, un acontecimiento que está pasando desapercibido. En palabras de Antonio Muñoz Molina, la Biblia del Oso es la gran joya de la literatura en lengua castellana del siglo XVI.

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