“He visto desaparecer muchos de los paisajes que he pintado”

José Manuel Pérez Tapias | Pintor

El pintor sevillano expone en la Casa de la Provincia ‘La pintura del lugar. Viajes y paisajes’, donde muestra una variada y sorprendente obra paisajística, desde el Partenón hasta los molinos de Alcalá Manuel León: “El mundo de la cultura destila clasismo” Alberto Marina: “Jimi Hendrix y Tucídides eran dos patriotas”

José Manuel Pérez Tapias
José Manuel Pérez Tapias / Juan Carlos Vázquez

José Manuel Pérez Tapias (Sevilla, 1961) tiene mucho de inglés: alto, fuerte, güero, con los ojos claros. Bien podría haber sido el marinero de la Piquer o el mismísimo Richard Ford. No nos extraña, por tanto, que encontrase en los viajeros románticos británicos la inspiración para su obra paisajística, una selección de la cual podemos ver en la exposición ‘La pintura del lugar. Viajes y paisajes’, comisariada por Pepe Yñiguez y que se puede visitar en la Casa de la Provincia hasta el próximo 30 de enero”. Hombre flemático y tranquilo hasta la hibernación, Pérez Tapias ha recorrido no poco mundo. Su adolescencia scout, los relatos de sus tíos misioneros y las lecturas de Kipling o Verne hicieron del pintor un viajero de diferentes escalas que lo mismo recorre las riveras de la provincia de Sevilla que los desiertos más estrictos y las frondosas selvas. En su exposición podemos ver a un artista que se resiste a repetir incansablemente un mismo estilo, que es capaz de cambiar la pincelada y la técnica según tenga que pintar el Partenón de Atenas, la playa de Zahora, los molinos de Alcalá, la Sierra de Gredos, el Parque de María Luisa o una cabaña en EEUU. Sobre todo, el visitante verá pintura en el más noble sentido de la palabra, concebida más para configurar un mundo poético propio que para buscar el reconocimiento público. (la idea es de Juan Bosco Díaz de Urmeneta).

Pregunta.–Curioso ese proyector de diapositivas antiguo.

Respuesta.–Lo usábamos para ver las diapositivas de un tío mío que fue misionero en la actual Zimbabue hasta 1979, cuando colgó los hábitos, se casó con una nativa y regresó a Sevilla. También tenía una tía teresiana que estuvo destinada en Sudamérica y traía fotografías e historias de allí. Era en cierto modo una ventana al mundo que nos fascinaba. En mi casa había un poso cultural importante fomentado por mi madre, que era licenciada en Químicas y muy lectora. Nos gustaba mucho leer libros de aventuras. Mi madre también nos metió en los Boy Scouts.

P.–Ahora que lo pienso, quizás su paso por los Scouts pudo ayudar en su vocación artística, sobre todo como paisajista.

R.–Creo que sí. El hecho de salir al campo y estar en contacto con la naturaleza me influyó muchísimo. Pero lo que más fue que mi abuelo, desde los ocho años, me apuntó a las clases particulares de pintura de Diego Coca en un chalet de Heliópolis. Ahí empezó mi contacto con el óleo.

P.–De su ya dilatada carrera como pintor yo destacaría dos cosas. La primera es su maestría en el dibujo, como demuestra en libros como ‘La figura desnuda’ o en algunos de los paisajes que ahora expone.

R.–El dibujo es importante para un artista, aunque no lo use en su obra. Te da sentido de la perspectiva y la profundidad. El hecho de haber dibujado te lleva a tener los conceptos muy claros.

Hay una tradición del paisaje en Sevilla que sigue viva

P.–La segunda es una cierta pertenencia a lo que podríamos llamar escuela paisajista sevillana, que viene desde la Escuela de Alcalá hasta los muchos pintores contemporáneos que han tocado este género: Carmen Laffón, Mauri, Joaquín Sáenz, Javier Buzón, López Panea, Daniel Bilbao...

R.–...Incluso el mismo Félix de Cárdenas en su momento. Efectivamente, hay una tradición del paisaje en Sevilla que sigue viva. Pero tanto ellos como yo no somos estrictamente paisajistas, porque también hacemos otras cosas. La tradición del paisaje en Sevilla se hace notar incluso en pintores que no hacen paisajes de forma evidente, como puede ser Concha Ybarra. En la exposición que actualmente tiene en Santa Clara, Una habitación propia, se ve perfectamente.

P.–Lo que es evidente y se ve muy bien en su actual exposición es que al menos una parte importante de su pintura está estrechamente ligada a los viajes.

R.–Siempre me ha gustado mucho viajar. Para mí fue importante la exposición que se hizo en 2007, La Sevilla de Richard Ford, donde pudimos ver obras de Richard y Harriet Ford, Lewis, David Roberts... quedé entusiasmado. Conocí una forma contemplativa de viajar y de plasmar esas sensaciones en dibujos. En vez de hacer fotos en mis viajes me propuse hacer dibujos, sin ánimo de exponerlos, solo para profundizar.

P.–En la actual exposición ‘La pintura del lugar. Viajes y paisajes’ se rastrean muchas influencias: Matisse en los del Mediterráneo, la gran escuela del ‘plein air’ en los de los molinos de Alcalá... Es usted una esponja.

R.–Procuro tener muchos registros. No me gusta hacer siempre lo mismo, porque me aburriría. Intento investigar, cambiar las perspectivas, poner y quitar cosas. Pinto según me lo pida el paisaje. Hay lugares que exigen la pincelada larga, otros la corta...

P.–¿Qué pincelada pide Doñana?

R.–Para pintar esos horizontes lejanos se requiere una pincelada sosegada. Todo lo contrario a cuando se pinta un bosque, paisaje que pide una pincelada vibrante que capte los contraluces.

En la exposición ‘La Sevilla de Richard Ford’ conocí una forma contemplativa de viajar

P.–Tiene algunos paisajes urbanos, pero predominan claramente los naturales.

R.–La verdad es que el paisaje urbano no me interesa mucho. Me aburre eso de tener que pintar ventanitas y fachadas. Me pongo incluso un poco nervioso. Te ciñe mucho al modelo, te da poco margen de libertad.

P.–¿Siempre pinta al aire libre?

R.–No siempre. También uso el recurso de la fotografía, algo que ya hacían los mismos impresionistas. Pero el pintar al aire libre motiva mucho.

P.–El problema son los elementos. Te puede caer un chaparrón o achicharrarte de calor.

R.–Es más sufrido, desde luego. Los mosquitos, el calor, la falta de sombra. A veces tienes que cambiar sobre la marcha. Si te metes debajo de un puente, porque está lloviendo, pues pintas lo que ves desde allí.

P.–¿Cuáles son sus referentes en el paisajismo?

R.–Me gusta la forma con la que Cézanne construye los paisajes, pero sobre todo me gusta Gauguin, cómo borda el paisaje, esa pincelada vertical que va arrastrando con sosiego, el colorido. Se nota que ha hecho los cuadros con placidez. También Van Gogh, pero es muy visceral, tiene una pintura muy temperamental. Me gusta su pintura, pero mucho más sus dibujos, que son extraordinarios. Usa la plumilla de una forma increíble. A cada cosa le da su forma.

Los fauvistas interpretaban el paisaje de una forma muy libre y valiente

P.–¿Alguno más?

R.–Munch, Hopper y, sobre todo, Hockney... el expresionismo alemán, los fauvistas. Estos últimos eran pintores con una carga emocional muy grande e interpretaban el paisaje de una forma muy libre y valiente. De ellos he aprendido muchísimo y mis primeros paisajes se inspiraban en esa pintura.

P.–Pintar paisajes es captar una realidad cambiante y que en cualquier momento puede desaparecer.

R.–He visto desaparecer muchos paisajes de los que he pintado. Ahora mismo se me viene a la cabeza uno de Zahora que está en la exposición. Son dos casitas y le han construido detrás un bloque de dos plantas. De joven tuve una novia que tenía un chalet desde el que se divisaba todo Alcalá de Guadaría. Hice un dibujo que aún conservo. Se veía todo el valle que hay antes del castillo, lleno de bocoyes de vino... hoy está todo construido, lleno de adosados. No se adivina nada de lo que pinté. Cuando plasmas un paisaje haces un documento. Después puede cambiar, aunque muchas veces no es por la mano del hombre, sino por la misma naturaleza. Cuando vemos cuadros de Sánchez Perrier o de cualquier otro autor nos damos cuenta de que hay vistas que se han transformado completamente.

P.–Hay gente a la que el género del paisaje le parece ñoño.

R.–Sí, hay una especie de ninguneo. El paisaje no está hoy valorado. Se considera un tema machacado, manido, que no aporta nada al arte contemporáneo, poco moderno. De hecho, a mí nunca me han llamado las galerías privadas para proponerme una exposición. Siempre han sido las instituciones las que se han interesado.

P.–Sin embargo, el paisajismo cobra mucho interés en unos tiempos como estos en que la banalización de la imagen es absoluta.

R.–Efectivamente, todo paisaje coge un mayor interés en el momento que el artista le da una visión personal, una identidad propia.

P.–En la exposición hay muchos paisajes foráneos, pero remata con una serie netamente sevillana, del Parque de María Luisa. Presumo que es un viaje al pasado, a sus orígenes de niño criado en El Porvenir.

R.–Con el Parque de María Luisa tengo una relación sentimental grande, porque lo he vivido intensamente desde pequeño. Me pasé la infancia jugando allí y, de alguna manera, es como el jardín de El Porvenir. Lo he recorrido numerosísimas veces y conoz co bien sus rincones. Cuando veo que le hacen daño sufro mucho. También cuando veo que no se cuida bien. Para esos cuadros del Parque elegí perspectivas frontales, que me encantan. La perspectiva frontal es algo inquietante y misteriosa. Es el camino que lleva a un lugar. El camino es uno de los elementos de mis paisajes, porque está cargado de metáforas, de poesía.

Cuando veo que le hacen daño al Parque de María Luisa sufro mucho

P.–¿Qué más elementos destacaría de sus paisajes?

R.–Las casas, por todo lo que conllevan de cultura, de humanización del paisaje. También el agua y el árbol. Esos cuatro elementos siempre están en mis paisajes.

P.–El de María Luisa es uno de los parques más originales de Europa.

R.–Eso se debe en gran parte a que antes fue un jardín privado.

P.–Hay momentos en que casi lo sigue siendo; tardes en las que uno puede pasear por allí en la más absoluta soledad. Una maravilla.

R.–Hay partes increíbles. Cuando era scout recuerdo hacer allí una película con mi grupo, cuyo responsable era el historiador Juan Marchena, entonces un joven estudiante universitario, un tipo divertidísimo. La película era una locura y hacíamos tomas que parecía que estábamos en Birmania.

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