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Alberto Marina Castillo | Profesor de Filología Clásica

“Jimi Hendrix y Tucídides eran dos patriotas”

  • Entre la ornitología y la filología clásica, el jazz y la edición, este traductor de Marcial y aventurero de las letras participa en el último libro de la factoría Athenaica: ‘Hablaban con las bestias’

Alberto Marina.

Alberto Marina. / Juan Carlos Vázquez

Algunos le llaman Alberto Marina ‘Niño’ para distinguirlo de su padre, el histórico gestor cultural Alberto Marina. Pero nuestro invitado de hoy (Sevilla, 1977) ya no es ningún párvulo, aunque sus camisas –las más atrevidas y chulas de Sevilla– y su trato jovial y desenfadado le den un aire de eterno Peter Pan. Son muchas las almas de Alberto Marina: la del ornitólogo y aficionado a los bichos en general, la del saxofonista, la del latinista, la del editor, la del ‘sportman’... todas viven en un revoltijo de entusiasmo que contagia fácilmente al entrevistador. Formado en la Universidad de Sevilla y la Eberhard-Karls Universität de Tubinga, obtuvo el título de Doctor Europeo con una tesis sobre Marcial, cuyos epigramas ha traducido, en colaboración con su maestra Rosario Moreno Soldevila, para la editorial Akal. Impulsor de la editorial Piedra Lunar, crítico de jazz guadianesco en este diario y agitador cultural, en la actualidad es profesor de Filología Clásica en la Hispalense. La editorial Athenaica acaba de publicar el libro colectivo ‘Hablaban con las bestias. Aproximaciones literarias a la historia natural’, en la que Marina participa con un capítulo sobre las aves parlantes en la Antigüedad.

–¿Ser hijo de Alberto Marina Senior debe ser una responsabilidad?

–La vez que estuvo mi padre más tiempo en prisión fue pidiendo una Amnistía seria, no la patraña de ahora. Aún recuerda cómo, cuando lo detuvieron, un guardia civil muy jovencito le puso el arma en la sien. Estaba más nervioso que él. Lo tuvo que tranquilizar. Desde luego, tanto él como mi madre han sido dos modelos morales para mí. Estuvieron en primera línea cuando hubo que estar. Después vino el desencanto.

–Fue uno de los grandes impulsores de la cultura sevillana en los años 80.

–Eso me permitió conocer a gente muy importante desde niño. El tener a tíos como Patricio Cabrera y Curro González es una auténtica suerte.

–El tópico señala al latinista como alguien demodé y polvoriento. Sin embargo, usted es un modernazo. El hombre con las camisas más atrevidas de la ciudad.

–Ahora estoy releyendo a la helenista Jacqueline de Romilly, que fue la segunda mujer que entró en la Academia Francesa, tras Marguerite Yourcenar. Romilly era una persona absolutamente rompedora y moderna. Buscando modelos más cercanos también están Agustín García Calvo o Nacho Garmendia.

–Con Garmendia hemos topado.

–Yo lo espiaba en el bar de la Facultad. Mi padre me hizo leer su currículum, porque decía que era una obra de arte. La verdad es que era una joya. La fama le precedía. Era un ilustre.

–Volvamos a su modernidad.

–Mis maestros Juan Fernández Valverde y Rosa Moreno Soldevila me encargaron dar las clases de cultura grecolatina en la Universidad Pablo de Olavide, con un auditorio jovencísimo y continuamente renovado. Se me pedía que fuese una especie de cheerleader de las humanidades. Lo que hice fue poner en comunicación el programa de lecturas de autores grecolatinos con iconos de la cultura pop. Mi sorpresa fue cuando me di cuenta de que desconocían más a Jimi Hendrix que a Safo. Al final les estaba descubriendo dos cosas a la vez. Pero eso a mí no me desalentó. Soy optimista y entusiasta por naturaleza.

Llevo años haciéndole a los alumnos playlists de la asignatura de cultura grecolatina

–Pero tampoco hay que pasarse con la modernización de la filología clásica, porque puede acabar en caricatura, ¿no?

–Sí, de hecho a mí me escandalizó, incluso me dolió, un artículo en el que se comparaba a Ovidio con Eminen. Eso no puede ser. En todo caso, la comparación es entre Ovidio y Leonard Cohen. Cuando les pongo a mis alumnos a Jimi Hendrix destrozando con su guitarra el himno de los EEUU y lo relaciono con Tucídides y su crítica de la guerra, el efecto es narcotizante. Pretendo que vean el paralelismo entre la protesta contra la guerra de Vietnam y la crítica del historiador griego al papel de Esparta y Atenas en la guerra del Peloponeso. Ambos tienen una postura crítica pero, sin embargo, ambos eran unos patriotas, por mucho que cuando somos jóvenes no queremos darnos cuenta. Hendrix contaba en las entrevistas que él amaba a Estados Unidos. Hay un patriotismo democrático que deberíamos frecuentar.

–¿La música es importante en sus clases?

–Llevo años haciéndoles a los laumnos playlists de la asignatura Bases Grecolatinas de la Cultura Occidental.

–¿Y qué me pongo para leer a Marcial?

–Frank Zappa o Mozart.

–Lo digo porque usted es un especialista en Marcial.

–Mi primera intención era hacer mi tesis doctoral con Paco Socas, sobre Plinio, su Historia Natural, concretamente el libro X, que es el que trata sobre la ornitología. Pero Juan y Rosa me convencieron para que me integrase en su grupo de investigación sobre Marcial.

–¿Es Marcial el escritor latino más español?

–Yo diría que sí. Uno de los temas transversales que recorren toda su poesía es la nostalgia por Hispania, presume de los “velludos” y “rudos” hispanos, de los topónimos sonoros y bárbaros de su tierra. Lo gracioso es que, una vez que vuelve a Hispania, empieza a echar de menos a Roma y su cosmopolitismo. Su ciudad, Bílbilis –cuyas ruinas están en el cerro de Bámbola, cerca de la actual Calatayud (pero no exactamente Calatayud)– le parecía un pueblo.

–Escritores como Quevedo no se entienden sin Marcial.

–Quevedo y toda la tradición de satiristas de los siglos XVI, XVII y XVIII... Recuerdo una entrevista que usted le hizo a Juan Fernández Valverde. El titular era: “Las chirigotas de los carnavales son herederas de los epigramas clásicos”. Eso está ahí. Marcial se sabe en un momento posterior a la gran época de los Virgilio y los Ovidio y juega a la falsa humildad del género chico que maneja como nadie. Él podía hacer de todo, desde un gran poema lírico a un grafiti porno pompeyano.

–Sea generoso, dígame algún epigrama fetén de Marcial.

–Ahí va: “Las cosas que hacen la vida más feliz,/ queridísimo Marcial, son estas:/ hacienda no conseguida con trabajo, sino heredada,/ campo no desagradecido, fuego perenne,/ pleitos nunca, toga infrecuente, mente tranquila,/ naturaleza fuerte, cuerpo sano,/ sencillez prudente, amigos iguales,/ alimentación sencilla, mesa sin artificios,/ noche no ebria, pero libre de preocupaciones,/ lecho no mustio y, sin embargo, decente, / sueño que haga breve la oscuridad,/ querer ser lo que eres y no preferir otra cosa,/ el último día ni temerlo ni desearlo”.

–Toda una guía de vida.

–Hay otro que a mis alumnos les divierte mucho. “Quinto adora a Tais. ‘Qué Tais’ Tais la tuerta/ Tais carece de un ojo, él de dos”. Tais es nombre griego, por lo que debe ser una ramera o similar. Marcial está jugando con el tópico del amor ciego. Después están esos otros terribles dedicados a los cazatestamentos, que buscan mujeres u hombres que sean ricos, viejos y enfermos para poder heredar.

Uno de los temas transversales que recorren la poesía de Marcial es la nostalgia de Hispania

–Seamos procaces. Marcial tiene algún que otro epigrama verduscón.

–El Libro III está repleto. Por ejemplo, en el sexo oral se hace una diferenciación entre el irrumator, que es el que introduce su miembro en la boca de otro (que está bien visto) y el fellator, que es el que chupa (está fatal visto). Quizás de ahí venga el “no seas mamón”. Lo peor para un romano es ser un comepollas o un comechochos.

–Bonita entrevista nos está quedando. Hablemos de Plinio y los pájaros, su proyecto inicial de tesis que ahora está retomando.

–La vocación de mi infancia era la Biología. Era lector de Gerald Durrell, coleccionista y todo eso. Pero en el Instituto Luca de Tena me tocaron unos profesores magníficos de literatura, entre ellos Pepa Acosta, estudiosa de Rafael de León. También Carmen Martínez, la mujer de Enrique Valdivieso, una mujer elegantísima que me dio clases de Latín. Cuando empecé a descubrir a Lucrecio y su Rerum Natura quedé completamente maravillado y, con la Historia Natural de Plinio, me pasó igual. Plinio tiene una cualidad para los que tenemos alma de coleccionista y vamos por la playa buscando conchas y huevos de tiburón: es un coleccionista de datos y cita todas sus fuentes. Yo me centro en su Libro X, que está dedicado a la ornitología, con todos sus pájaros fantásticos y exóticos. Las aves en Roma tienen una función simbólica y mitológica, pero también forman parte de la cotidianidad. Con la expansión imperial se incorporan las aves exóticas y extrañas. Gustaban mucho los gorriones, como los que Catulo vincula con Lesbia, y los papagayos y el cuervo, aves y parlantes e inteligentes.

–¿El pagagayo?

–Los primeros loros llegaron de la India.

–Hay un ave simbólica fundamental en Roma, el águila de sus legiones.

–Claro, el águila es la insignia. El nazismo también la usó. Yo he visto en las bibliotecas de Tubinga los sellos del águila agarrada a la esvástica en los libros. Lo curioso es que había un matasellos para hacer la damnatio memoriae borrando la esvástica, pero se respetaba al águila. Hasta ahí llega el respeto a esta ave.

–Hay dos grandes animales al que le debemos respeto: el lobo y el águila.

–Representan la nobleza.

–Ahora, precisamente, la editorial Athenaica publica el libro ‘Hablaban con las bestias. Aproximaciones literarias a la historia natural’, escrito por Míriam Librán, Miguel Cisneros, Mercedes de la Torre y usted.

–Con el libro pretendemos superar la falsa dicotomía entre la ciencias y las letras, explorar esa tensión que se establece entre los dos campos. Las ciencias aportan a las humanidades rigor y sujeción al método. Ayudan a evitar todo ese argot postestructuralista de Michel Foucault, Gilles Deleuze...y, en general, esa French Theory absolutamente deleznable y que todavía contamina el ámbito de las humanidades fatalmente. Todo eso lo desmontó un libro fundamental Imposturas intelectuales, de Alan Sokal y Jean Bricmont.

–Volvamos al libro.

–Está escrito por cuatro filólogos pero aprovechamos nuestras aficiones, como la ornitología o la ictiología, para desarrollar nuestra labor e iluminar ciertos aspectos. Evidentemente, traducirá mejor a Konrad Lorenz quien combine mejor el conocimiento del alemán con el de la etología.

A los romanos les gustaban mucho los cuervos y los papagayos, aves parlantes e inteligentes

–¿Cuándo surge el interés del hombre por los pájaros?

–Desde el principio hay una atracción por las criaturas voladoras, por los errantes del cielo. Lo fascinante es que los orígenes de la racionalidad científica están en el ritual, en los auríspices que desentrañan las víctimas y creen encontrar allí el futuro. La Escuela de Auríspices Etruscos, que fue el último resabio que quedó de lo etrusco en Roma, tuvo mucho poder. De esta se conserva el Hígado de Piacenza, que es una reproducción de un hígado de oveja en bronce de tamaño natural, cuartelado y anotado que sirve para instruir a los aprendices. Estamos ya ante una manera de categorizar y pautar la observación. En los relatos de la conducta del ave Fénix –que para algunos es el quebrantahuesos– se habla ya del libro que consultaban los sacerdotes para comprobar que, efectivamente, estaban ante un ejemplar de Fénix. Es un antecedente de las guías ornitológicas.

–¿Sigue tocando el saxo?

–Qué va, pero lo tengo ahí. Es una tarea pendiente.

–Otra de sus grandes pasiones es el jazz, materia de la que escribe a veces en este periódico.

–Lo fascinante del jazz y de toda la música es aquello que va más allá de la palabra, de la razón y del estudio. Es, sobre todo, el disfrute. Suelo hablarle a los alumnos de la necesidad de disfrutar, del entusiasmo, de ir al corazón de las cosas. El otro día escribía Irene Vallejo una columna maravillosa, La vida es juego, donde recuerda que el término escuela viene de la palabra griega scholé que significa ocio; que studium, en latín se traduce por “afición, mimo”; y que la ludus pertenece a la misma familia que ilusión y servía para nombrar a la vez el juego y la escuela.

–¿Los estudiantes de hoy no dan la talla ?

–Abandoné hace mucho esa cantinela de “los jóvenes de hoy es que...”. Lo que encuentro en mis clases, año tras año, es sed de conocimiento, mentes receptivas. Y no me desalienta, todo lo contrario, cuando responden “no” a preguntas como “¿habéis leído a Cortázar?”, tras leerles unas líneas, porque les leo mucho. Nuestra función es despertar el entusiasmo, pero no se puede mover a la aventura si no participa uno de cierto espíritu aventurero.

–¿Sigue viendo a su maestro Juan Fernández?

–Sí y me sigue regalando perlas que son como sacadas de Braudel. El otro día me dijo: “La historia, una larga variación”.

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