Juan López-Herrera: “Sevilla es una buena ciudad para echarla de menos”

Juan López-Herrera | Diplomático y Escritor

El entrevistado cuenta con una dilatada carrera diplomática y acaba de publicar su cuarta novela, ‘Como un río que me cruza’, en la que narra el desconocido mundo de los maquis españoles en Francia Andrés Trapiello: “El 27 me parece un grupo de poetas sin demasiado recorrido" Alfredo Valenzuela: “Mi mejor entrevista fue a la ex de Foxá. Después dijo que lo inventé todo”

Juan López-Herrera, durante la entrevista.
Juan López-Herrera, durante la entrevista. / José Ángel García

Juan López-Herrera (Sevilla, 1961) es amable y serio, con un fondo de nobleza que apenas puede disimular. En definitiva, estamos ante un perfecto diplomático, carrera en la que ingresó en 1988 tras dedicarse a mal estudiar Derecho en la vieja Fábrica de Tabacos, montar un bar de copas con los amigos y “vagabundear” para aprender inglés. Este sevillano en fuga , que se debate entre la admiración y cierto rechazo –muy matizado por los años– a una ciudad natal con la que nunca podrá cortar sus lazos, ha desempeñado su profesión en los países más variopintos: Brasil, Perú, Cuba, Reino Unido, Francia... En la actualidad es cónsul general de España en Orán (Argelia). Como nunca la Diplomacia embotó la pluma, sino más bien lo contrario, López-Herrera tiene ya a sus espaldas una carrera literaria que comenzó con su sátira sobre la Sevilla post Expo ‘La cream coneshion’ (novela que levantó ciertas ampollas entre junteros y capillitas), a la que le siguieron otras dos, también en tono paródico: ‘La ínsula inefable’ y ‘Las aventuras del ingenioso detective Frank Stain’. Ahora vuelve con ‘Como un río que me cruza’ (Funambulista), una novela muy diferente y seria (incluso melancólica) en la que se narra la historia de los miles de españoles que formaron parte del maquis francés durante la II Guerra Mundial.

Pregunta.–Sea sincero, ¿se metió a diplomático para huir de Sevilla?

Respuesta.–No, no... Yo no tenía vocación para diplomático. Estudié Derecho en Sevilla de forma muy mediocre. En esa época tenía con un grupo de amigos un bar en Resitur, Los Apaches, que se puso de moda. Entre ellos estaba León Lasa, que creo que lo conoce.

P.–¿León Lasa? Cuerpo a tierra.

R.–Fue un negocio ruinoso, pero nos lo pasamos como enanos. Vendí mi participación, porque iba camino de no acabar los estudios. Tuve que decidir entre el bar o la carrera. Me encerré en el campo, en Morón, para sacar todas las asignaturas que tenía pendientes.

P.–¿Y después de la carrera?

R.–Sí, hice la mili en la IMEC y estuve vagabundeando. Me fui a Inglaterra a aprender inglés, porque en Portaceli yo había estudiado francés. Fue el último curso que en el que se optó por este idioma antes que el inglés. Nos daba clase el famoso monsieur Juan Dejean Colman, todo un personaje. La leyenda en el colegio era que M. Dejean era rexista [fascita belga], lugarteniente de Léon Degrelle, pero nadie recuerda elementos concretos que la sustente. Después de dos o tres años mareando la perdiz mi padre me dijo que tenía que hacer algo y decidí irme a Madrid a preparar el ingreso en el cuerpo Diplomático. Lo conseguí en el año 1988.

P.–¿Y desde entonces ha estado viviendo fuera de Sevilla?

R.–Siempre, menos dos años, entre 1996 y 1998, periodo en el que pedí una excedencia y me vine a Sevilla. Estaba un poco saturado. Había estado trabajando en el departamento de protocolo de Presidencia del Gobierno con Felipe González. Por las circunstancias acabé de jefe en funciones. Fue demasiado intenso.

P.–El protocolo es un asunto bien conflictivo. He presenciado peleas en actos oficiales por ver dónde se sentaban los políticos.

R.–Afecta a la vanidad de las personas. La cercanía física al poder es una manera de mostrar dónde estás en la escala. Todo el mundo quiere estar cerca del mandamás. Ves cosas... mi jefe siempre me recordaba el dicho “no hay gran señor para su mayordomo”.

P.–Dígame una anécdota que no le comprometa.

R.–(Duda). Eran los años finales de Felipe González, que fueron muy complicados políticamente. La prensa estaba muy enfrentada al Gobierno. Viajé con el presidente a Estrasburgo y tenía que organizar una cena en el hotel con eurodiputados españoles. Al final decidieron cenar fuera y tuve que cancelar en el hotel. El director me dijo que, sin problemas, pero que el primer plato, que era un foie fresquísimo, había que pagarlo. Lo hicimos, pero me llevé el foie para ponerlo en el catering del avión de vuelta. Al día siguiente, vi caras muy largas en Moncloa. Me dijeron que tenía que ir a ver inmediatamente al secretario general de Presidencia, que estaba que trinaba. Alguien le había contado el tema a la periodista Encarna Sánchez y estaba diciendo en la radio que éramos unos miserables. Simplemente, habíamos ahorrado dinero público, pero tuve que dar muchas explicaciones.

P.–Como novelista usted ha tenido unos orígenes un poco gamberros, con mucho humor y parodia. Su estilo fue calificado de “surrealismo mágico”

R.–Cuando volví con la excedencia a la Sevilla post Expo me encontré una ciudad que había cambiado mucho formalmente, pero poco en la esencia. Todo estaba muy aggiornado, con la Junta en su pleno poderío. Empecé a escribir mi primera novela, La cream coneshion, como una broma. Es una parodia de novela policíaca que hizo mucha gracia en sectores de Sevilla... Pero molestó a otros.

P.–¿A cuáles?

R.–No gustó nada a la Junta de Andalucía de entonces, la de la época de Chaves. Al fin y al cabo el discurso de la novela era que, pese a los discursos y las maneras modernas, se estaba haciendo lo de siempre. Tampoco hizo gracia entre los capillitas. Sí gustó a la izquierda del PSOE, porque les divertía que se pusiera en solfa todo el tinglado.

P.–¿Sigue teniendo la misma opinión de Sevilla?

R.–Sí, es una ciudad gatopardesca. Hay una mentalidad profunda sevillana que, para bien o para mal, no cambia. La ciudad tiene una mentalidad tan fuerte que se acaba imponiendo a todo: a los partidos, a los regímenes políticos... Es una ciudad que se sigue mirando el ombligo, tan autosuficiente que a veces es autista. La escala de valores sigue siendo la misma.

P.–Cuando se jubile, ¿piensa vivir Sevilla?

R.–Me encanta Sevilla, pero no sé si podría vivir aquí permanentemente. Bryce Echenique decía que Lima era más hermosa desde París. Sevilla es una buena ciudad para echarla de menos. Pero tampoco me podría desvincular del todo.

P.–Fue segundo de la embajada en Cuba entre 2007 y 2009.

R.–Era la época en que Fidel Castro vivía, pero ya había renunciado al poder formal. Como todos los diplomáticos que han estado destinados en Cuba en los últimos 30 años pensé que yo vería la llegada de la democracia a la isla. La situación ahora es durísima. No hay de nada. La gente se está marchando de una forma brutal.

P.–Aquello le dio para una novela, ‘La ínsula inefable’, donde no se escribe la palabra Cuba.

R.–También tiene un tono paródico. En esa época era un estilo que me divertía y me permitía hablar de cosas que por mi trabajo eran complicadas de hacer. Además, el humor es lo que más solivianta al poder. Irrita más. Es mejor poner un pequeño aguijón y reírte de ciertas situaciones. Solo con su historia personal, cualquier cubano podría alimentar toda la producción cinematográfica de Hollywood durante diez años.

Mi jefe en Protocolo siempre me recordaba: “no hay gran señor para su mayordomo”

P.–En su reciente regreso a las librerías, con ‘Como un río que me cruza’, cambia completamente de registro. Es una novela muy seria, incluso melancólica. ¿Qué ha pasado?

R.–Han pasado dos cosas: la edad y que el tema no se presta a demasiado humor.

P.–El tema, resumiendo mucho, es el de los españoles que combatieron en la Resistencia francesa a la invasión alemana. Es una historia que cada vez se conoce más.

R.–Pero se conoce sobre todo la historia de “La Nueve”, la unidad del Ejército de De Gaulle compuesta principalmente por españoles republicanos e integrada en la División Leclerc. Cuando llegué de cónsul general a Lyon me sorprendieron las invitaciones que recibía de asociaciones memoriales de maquis rurales en los que habían combatido españoles, muchos de ellos declarados “muertos por Francia”. Yo sabía que Toulouse era la capital del exilio, pero aquello no me encajaba en la zona en la que yo estaba, Auvernia-Ródano-Alpes. También ocurrió así en muchas otras: Bretaña, Normandía... Muchos de los maquis del interior de Francia lo montaron españoles que no querían ir a trabajar a Alemania y que habían combatido con el ejército republicano. Fueron fundamentales, porque muchos de los jóvenes franceses que se alistaban no sabían lo que era un fusil. Al final de la guerra de liberación se calcula que había entre 12.000 y 14.000 guerrilleros españoles distribuidos por toda Francia. No solo republicanos, sino emigrantes e hijos de emigrantes económicos. Estos últimos se vincularon más a la resistencia urbana. En los combates de París –además de la famosa Nueve– participaron hasta 4.000 resistentes españoles.

P.–Hasta ahí la parte épica. Pero también toca un asunto más siniestro: el odio y el enfrentamiento, a veces sangriento, entre comunistas y anarquistas. Una vieja historia que se arrastra desde la Guerra Civil.

R.–Esas luchas intestinas se reprodujeron en el maquis francés, y curiosamente ocurrió lo mismo que en la Guerra Civil, se acabaron imponiendo los comunistas aunque eran minoritarios. Además, los comunistas no participaron en la resistencia hasta que Alemania invadió la Unión Soviética, en el verano de 1941. Hasta ese momento tenían órdenes de Moscú de no hacer nada por el pacto Ribbentrop-Molotov.

P.–¿Por qué fueron olvidados estos españoles?

R.–El relato de la resistencia de De Gaulle fue el de la Francia que se liberó a sí misma y ahí no cabían los extranjeros como los españoles, los polacos, los italianos, los judíos... Por su parte, los comunistas se atribuyeron el protagonismo prácticamente en solitario.

“Muchos de los maquis del interior de Francia lo montan españoles republicanos”

P.–A Francia le está costando mucho admitir que, en realidad, fue un país colaboracionista y perdedor.

R.–Fue una genialidad de De Gaulle convertir a Francia en uno de los países vencedores y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU...

P.–En cualquier caso fueron historias apasionantes.

R.–Son historias humanas de gente que vivió con mucho valor y mucho coraje... Mi intención no era escribir un panegírico al estilo Almudena Grandes, sino reflejar una realidad con blancos, grises y negros. La historia parte de un hecho real que me contó una persona que conocí en un acto de homenaje. Se me acercó y me dijo: “la historia no fue realmente así”. No todo fueron historias heroicas, también hubo sucesos muy tristes.

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