Fiesta, inquietud, drama, gozo y petición agónica de la hora, agítese y eso es lo que dio de sí la reaparición del Betis en Europa. Al final, un 4-3 que sabe a gloria y que sirve, entre otras cosas, para que el Betis, este Betis que ha modelado Manuel Pellegrini, gane en autoestima. Un partido para el recuerdo, una rosa que olió estupendamente pero que guardaba un buen número de espinas en su tallo, y que tuvo un final feliz, muy feliz.

Ambiente de fiesta en Heliópolis y jolgorio grande en la vuelta del Betis a la competición continental. Pero ocurre que la fiesta va convirtiéndose en duelo, pues el Celtic se ha adueñado de la pelota y el equipo bético vuelve a las andadas de padecer una retaguardia feble y muy vulnerable. Atrás es un flan y en un santiamén, el Celtic se pone por delante, con dos goles que han evidenciado la falta de fiabilidad del sistema defensivo, pero quedaba mucho, un mundo, por delante.

Pasa que el Betis se viene arriba, Miranda le pega un obús al poste, Hart hace un paradón y el propio Miranda en un alarde de raza acorta distancias en el marcador. Y en cinco minutos mágicos, el Betis logra tablas para que la vida se vea de mejor color. Y así al descanso, la continuación se afronta en un mar de dudas, conque a ver qué Betis es el que surge tras el empate. Y el que surge es un torbellino, inesperado huracán que puso en la lona al Celtic en cinco minutos.

Un taconazo excelso de Borja y una ajustadísima volea ponían aquello resuelto, o así lo parecía. En el plan de rotaciones, Pellegrini fue haciendo cambios que no dieron el resultado de otras veces. Carvalho no fue el soporte que se buscaba, Álex tuvo más problemas de la cuenta con Jota y lo cierto es que aquello fue complicándose con el Betis ya sin la pelota y los escoceses yendo a por todas en la batalla aérea. El 4-3 llenó de inquietud, pero bien está lo que bien acaba.