Margarita Rivas, endocrina del Infanta Luisa, explica por qué nos enfadamos cuando tenemos hambre: "La consecuencia de estos efectos combinados hace que nos sintamos irritados más de lo normal cuando tenemos hambre"

Investigación y Tecnología

La glucosa es esencial para el funcionamiento del cuerpo, especialmente del cerebro

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Mujer enfadada
Mujer enfadada / Canva

Sentirse irritable, cansado o incluso enfadado cuando se tiene hambre no es simplemente una cuestión de mal humor: se trata de una reacción fisiológica con bases biológicas muy claras. A todos nos ha pasado alguna vez: llevamos horas sin comer y, de pronto, cualquier pequeño contratiempo parece multiplicarse, nuestra paciencia se reduce al mínimo y nuestras emociones se descontrolan. Aunque esta sensación suele describirse coloquialmente como "estar hambriento y de mal humor", la ciencia ha demostrado que detrás de esta respuesta hay mecanismos complejos en los que intervienen la glucosa, las hormonas y el sistema nervioso.

La principal responsable de este fenómeno es la glucosa, el azúcar que circula en nuestra sangre y que actúa como fuente principal de energía del organismo. Cuando los niveles de glucosa disminuyen, nuestro cuerpo interpreta que estamos en una situación de carencia y pone en marcha una serie de respuestas para restablecer el equilibrio. Estas reacciones no solo afectan al metabolismo, sino también a nuestras emociones, influyendo directamente en cómo nos sentimos y cómo nos comportamos. Por eso, el hambre puede convertirse en una experiencia mucho más intensa de lo que parece, llegando a alterar nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad para pensar con claridad.

El papel de la glucosa y las hormonas en nuestro estado de ánimo

La doctora Margarita Rivas, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Quirónsalud Infanta Luisa de Sevilla, explica que la glucosa es esencial para el funcionamiento del cuerpo, especialmente del cerebro, que consume aproximadamente un 20% de la energía total del organismo. Cuando no comemos durante un tiempo prolongado, los niveles de glucosa en sangre bajan y el cuerpo activa mecanismos para intentar recuperarlos. Si la situación persiste, empezamos a experimentar síntomas físicos y emocionales como fatiga, confusión, irritabilidad o incluso mareos. Esto se debe a que el cerebro, al verse privado de su fuente de energía, empieza a funcionar de manera menos eficiente, lo que afecta directamente a nuestra capacidad de concentración y al control de las emociones.

Una de las primeras respuestas del cuerpo ante la falta de glucosa es la liberación de grelina, conocida como "la hormona del hambre", que se produce en el estómago, la cual, no solo estimula el apetito, sino que también influye de forma indirecta en la liberación de cortisol, la hormona del estrés, que se genera en las glándulas suprarrenales. El cortisol, por su parte, activa la gluconeogénesis, un proceso por el cual el cuerpo produce glucosa a partir de otras sustancias como los ácidos grasos o las proteínas almacenadas, especialmente en el hígado.

La liberación de cortisol en estos momentos puede tener consecuencias significativas sobre el estado de ánimo, ya que altera la producción y el equilibrio de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, directamente relacionados con el bienestar emocional. Es esta combinación de bajo nivel de glucosa, aumento del cortisol y desequilibrio de neurotransmisores lo que explica por qué nos sentimos tan irritables cuando tenemos hambre. "La consecuencia de estos efectos combinados hace que nos sintamos irritados o enojados más de lo normal cuando tenemos hambre", manifiesta la doctora y apunta que "en casos extremos, cuando el abastecimiento de azúcar escasea por tiempos muy prolongados podemos entrar en estado de coma. Esos son algunos de los síntomas que sirven como señal de que necesitamos comer para restablecer los niveles de azúcar en la sangre. Ante esta situación", continúa Margarita Rivas, "se produce una cascada de reacciones fisiológicas".

Hambre, emociones y cómo prevenir sus efectos

La irritabilidad o el enfado asociados al hambre no son simples caprichos, sino señales del cuerpo que alertan de una necesidad fisiológica urgente. La doctora Rivas advierte que ignorar estas señales de forma recurrente puede tener consecuencias a largo plazo, como desequilibrios hormonales, pérdida de masa muscular, deficiencias nutricionales e incluso problemas cognitivos. La clave está en prevenir los episodios de hipoglucemia, es decir, la bajada de azúcar en sangre, mediante una alimentación equilibrada y hábitos de vida saludables.

Una dieta rica en proteínas de calidad, grasas saludables y alimentos con bajo índice glucémico puede ayudar a mantener los niveles de glucosa estables durante más tiempo, reduciendo así el riesgo de sentirnos descompensados emocionalmente. Evitar los azúcares refinados y las harinas procesadas es también fundamental, ya que estos alimentos provocan picos de glucosa seguidos de bajadas bruscas, lo que favorece los estados de irritabilidad. Asimismo, comer con regularidad, cada tres o cuatro horas, puede prevenir las caídas de energía y mantenernos emocionalmente equilibrados a lo largo del día.

El estilo de vida también juega un papel importante. El descanso adecuado, con un sueño de al menos siete u ocho horas diarias, permite que se regulen correctamente las hormonas del hambre y de la saciedad, como la leptina y la grelina. El estrés, por otro lado, puede elevar los niveles de cortisol de forma crónica, lo que no solo influye en el apetito, sino también en la acumulación de grasa abdominal y en el malestar emocional. Por eso, prácticas como el ejercicio físico regular, la meditación o el yoga pueden ser herramientas útiles para reducir la tensión y mejorar nuestra relación con la comida.

En definitiva, enfadarse cuando se tiene hambre no es una cuestión de personalidad, sino de biología. Conocer cómo responde nuestro cuerpo ante la falta de alimento nos permite no solo comprender nuestras emociones, sino también actuar para prevenirlas y manejarlas mejor. Comer de forma consciente, equilibrada y respetando las necesidades del organismo puede ser la mejor estrategia para evitar que el hambre nos transforme en una versión irritable de nosotros mismos.

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