Salud y Mujer

Cuidados, desigualdad y salud de las mujeres

  • La ONU reconoce la desproporcionada carga de cuidados que asumen las mujeres y las repercusiones en su salud

Los cuidados no remunerados están fuertemente feminizados, invisibilizados y no reconocidos.

Los cuidados no remunerados están fuertemente feminizados, invisibilizados y no reconocidos. / Jesús Hellín / Europa Press

Concha relata su experiencia durante una de las investigaciones realizadas por nuestro grupo: “Es difícil cuidar de alguien. Las noches son largas, hay que vigilarla continuamente. Es agotador. Tengo dolor de cuello, mareos, problemas de espalda, me duelen las piernas, no puedo descansar. Es muy duro. Creo que hay muy pocos hombres dispuestos a hacer esto”.

Recientemente la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 29 de octubre Día Internacional de los Cuidados y el Apoyo. En su resolución, la ONU reconoció que el trabajo de cuidados no remunerado sigue siendo invisible y está infravalorado y que “las mujeres y las niñas, incluidas las adolescentes, asumen una parte desproporcionada del trabajo del cuidado y doméstico no remunerado de generación en generación, así como la necesidad de adoptar medidas para reducir, redistribuir y valorar ese tipo de trabajo promoviendo el reparto equitativo de las responsabilidades entre mujeres y hombres en el hogar”.

Durante el primer año de la pandemia por COVID-19 la igualdad de género retrocedió en el mundo 35 años. Lo afirmaba el Foro Económico Mundial, en su informe Global Gender Gap Report 2021, y concluía que “otra generación de mujeres tendrá que esperar a alcanzar la paridad de género”. Este paso atrás en igualdad se puede atribuir en gran parte a las consecuencias de la pandemia, y de las medidas para su control, sobre los cuidados y su consecuente repercusión en la salud y calidad de vida de las mujeres. Un artículo publicado en la revista The Lancet afirmaba que en el primer año de pandemia las mujeres tuvieron más probabilidades de perder su empleo y de renunciar al trabajo remunerado para cuidar a otras personas que los hombres. Y es que, a pesar de que se ha proclamado que “la pandemia ha puesto los cuidados en el centro”, lo cierto es que durante este periodo han aumentado las desigualdades de género en los cuidados, que ya existían en tiempos prepandémicos.

Los cuidados, de manera amplia, se pueden definir como aquellas actividades que ayudan al sostenimiento de la vida humana. En un sentido más restrictivo, los cuidados no remunerados son la prestación de cuidados a personas dependientes (menores, mayores, enfermas o dependientes) por parte de familiares u otras personas del círculo social cercano, que no reciben retribución económica por la ayuda que ofrecen. En cualquier caso, comprenden tanto tareas de apoyo directo (ayuda para las actividades cotidianas), como la llamada gestión mental (estar pendiente de, tener la responsabilidad de…), que supone una carga mental muy relacionada con sus consecuencias para la salud.

Los cuidados no remunerados, fuertemente feminizados, invisibilizados y no reconocidos, constituyen el “núcleo duro” de las desigualdades de género en diferentes ámbitos, también en la salud. La Estrategia para la igualdad de género 2020-2025 de la Comisión Europea informa de una brecha de género en empleo del 11% en la UE, un 15% de brecha salarial y un 30% de brecha en pensiones. Estas brechas hunden sus raíces en profundas desigualdades en los cuidados: las mujeres europeas invierten 22 horas semanales en tareas domésticas y de cuidados, mientras que los hombres dedican solo 9, y el 75% de las personas cuidadoras informales son mujeres. Los estereotipos de género son una de las causas profundas de estas desigualdades: el 44 % de la población europea considera que el cometido más importante de una mujer es cuidar del hogar y la familia, mientras que el 43% piensa que el cometido más importante del hombre es ganar dinero.

España es uno de los países con una desigualdad de género en cuidados más acentuada y donde se presta un cuidado más intensivo. En un reciente Informe de la Comisión Europea, con datos anteriores a la pandemia, se muestra que el promedio de horas de cuidado informal era mayor en Estados miembros del Sur y del Este, con un máximo de 28 horas semanales para las mujeres en España (21 para los hombres), donde más del 30% de las mujeres que cuidan dedicaban más de 40 horas semanales. La reciente Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y Situaciones de Dependencia 2020 pone también de manifiesto estas desigualdades de género en los cuidados, y sigue señalando como perfil predominante a las mujeres cuidadoras entre 45 y 64 años, la llamada “generación sándwich”.

La desigualdad en los cuidados no solo se refleja en que las mujeres asumen una carga desproporcionada de la responsabilidad de cuidar, también ellas cuidan más intensamente, realizan más tareas de cuidado personal (más cotidianas, penosas y demandantes) y afrontan los cuidados de manera diferente a los hombres. El rol de cuidadora es asumido por las mujeres de manera naturalizada (“es su papel”), mientras que para los hombres el cuidado es un rol “prestado”, que no les es propio. Estas múltiples desigualdades implican un mayor impacto de cuidar sobre las vidas y la salud de las mujeres, que se llevan la peor parte. Los cuidados actúan como un estresor crónico y constituyen un factor de riesgo para la salud. Ya antes de la pandemia la literatura científica mostraba que las consecuencias de cuidar sobre la salud y otras dimensiones de la vida (empleo, uso del tiempo, relaciones sociales, economía…) son más frecuentes para mujeres.

La pandemia ha profundizado las brechas de género en los cuidados y sus consecuencias se han agravado: más personas se han convertido en cuidadoras informales, han aumentado las horas de cuidado, han sufrido más sobrecarga y estrés y ha empeorado su salud física y mental. Y estas consecuencias han sido especialmente severas para las mujeres. Algunos estudios en nuestro país indican que, un año después del inicio de la pandemia, 45 de cada 100 mujeres cuidadoras de personas dependientes calificaba su salud como mala, frente a 30 de cada 100 hombres. También ellas percibieron con más frecuencia que su salud emocional había empeorado a consecuencia de la pandemia.

¿Hemos aprendido las lecciones que nos ha brindado esta pandemia para reducir las desigualdades de género? Esta podría ser una gran oportunidad para avanzar en equidad en la carga de los cuidados, entre mujeres y hombres y entre familia y estado. Algunas recomendaciones para lograrlo podrían ser: reconocer, redistribuir y reducir los cuidados (objetivo de las 3R propuesto por ONU-Mujeres); desarrollar un sistema global de cuidados (en línea con la Estrategia Europea de Cuidados); democratizar los cuidados mediante la corresponsabilidad del conjunto de agentes y aumentando los servicios públicos de cuidado; incrementar la implicación de los hombres mediante políticas e intervenciones específicas e investigar más sobre la importancia y el impacto de los roles de género en los cuidados en situaciones de emergencia social.

Aprovechemos este Día Internacional de los Cuidados para hacer visibles las inmensas contribuciones de las mujeres al bienestar de la población, especialmente de aquellos grupos más vulnerables y dependientes, y mejorar la equidad en los cuidados con medidas específicas de apoyo y redistribución.

María del Mar García-Calvente es profesora de la Escuela Andaluza de Salud Pública y directora del Diploma de Especialización en Género y Salud del Área de Salud Pública.  

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