¿Por qué no hacer más de tres favores a la misma persona?: así lo explica esta psicóloga

Si se convierte en una costumbre acaba siendo una obligación en la que no se valora el esfuerzo

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Pareja / Freepik

Hacer favores a la misma persona se puede convertir en obligación. Según la psicóloga Silvia Severino, esto no es maldad de la persona, sino que se convierte en costumbre. Cuando se ayuda sin medida, sin pausa y sin límites la otra persona deja de percibir el esfuerzo y empieza a verlo como algo que no ha costado ni tiempo ni energía ni paz mental.

Detrás de frases como "yo puedo con todo" o "tranquilo, yo te ayudo, no te preocupes" existe una necesidad mucho más profunda. Realmente, hay un miedo a decepcionar a la otra persona, a perder el afecto del otro e, incluso, a sentirte inútil si no estás ayudando al otro a resolver sus problemas del día a día.

Desde el agotamiento, lo que se da deja de ser generosidad y se convierte en autoabandono. Poner límites no significa egoísmo y uno no está solo ante esta serie de decisiones. Sin duda, se aprende a poner límites y es una forma de cuidarse uno mismo.

En qué se diferencian los favores de las obligaciones

Entre ellas, los favores y las obligaciones son dos conceptos que a menudo se confunden, pero que presentan diferencias esenciales. Comprender esta distinción es importante para reconocer cuándo un acto nace del altruismo y cuándo responde a un deber o compromiso.

El favor es un acto voluntario, desinteresado y libre. Quien realiza un favor lo hace porque desea ayudar, sin que exista una norma, contrato o exigencia que lo obligue. Se trata de una acción movida por la solidaridad, la amistad o la empatía, sin esperar una retribución a cambio. Por ejemplo, cuando una persona ayuda a un vecino a cargar sus compras, presta dinero a un amigo o cuida de un niño por unas horas, está realizando un favor. Estos actos tienen un valor moral y social muy importante, pues fomentan la convivencia, la cooperación y la confianza entre las personas. No obstante, los favores no son exigibles, es decir, nadie puede obligar a otro a hacerlos o repetirlos, ya que su esencia radica en la libertad y la buena voluntad.

Por otro lado, la obligación implica la existencia de un deber que debe cumplirse, ya sea por mandato legal, compromiso moral o acuerdo social. Las obligaciones limitan la libertad individual, porque quien está obligado no puede decidir libremente si cumplir o no; debe hacerlo para evitar consecuencias negativas. Un ejemplo claro de obligación legal es el pago de impuestos o de una deuda contraída mediante contrato. En el ámbito moral, se puede hablar de la obligación de cuidar a los hijos o de decir la verdad, mientras que en el aspecto social existen obligaciones como respetar las normas de convivencia o ser puntual en el trabajo.

A diferencia del favor, la obligación genera derechos y deberes recíprocos. Por ejemplo, si una persona firma un contrato de trabajo, tiene la obligación de cumplir con sus tareas, y el empleador tiene la obligación de pagarle por ellas. Si alguna de las partes no cumple, la otra puede reclamar o exigir el cumplimiento, incluso por vías legales. Por eso, las obligaciones son exigibles, mientras que los favores no lo son.

En el ámbito jurídico, esta diferencia es aún más clara. Las obligaciones forman parte del derecho civil y se definen como un vínculo jurídico mediante el cual una persona (el deudor) se compromete a dar, hacer o no hacer algo en beneficio de otra (el acreedor). En cambio, el favor carece de valor jurídico, ya que no genera un vínculo legal ni puede reclamarse ante un juez. Si alguien presta un favor y la otra persona no lo agradece o no lo devuelve, no existe una sanción legal posible, porque el favor se entiende como un acto de buena voluntad y no como un deber.

En el plano moral y social, sin embargo, los favores sí pueden generar expectativas. Aunque no exista obligación formal de devolver un favor, socialmente se valora la reciprocidad. No devolver un favor puede interpretarse como una falta de cortesía o de gratitud, pero nunca como un incumplimiento de una obligación en sentido estricto. En cambio, no cumplir con una obligación —como no pagar una deuda o faltar a un compromiso asumido— puede dañar la reputación, la confianza o incluso acarrear sanciones legales.

Referencias bibliográficas:

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