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Sanidad

Gripe A, el fin de la pandemia

Alfonso Pedrosa Elbal

El 10 de agosto de 2010, la directora general de la OMS, Margaret Chan, declaraba el fin de la pandemia del virus H1N1, causante de la denominada gripe A. Quedaban atrás 14 meses de alerta que pusieron a prueba el temple de los gobiernos y la capacidad de respuesta de las organizaciones asistenciales en todo el planeta. ¿Exageró la OMS al declarar la pandemia? ¿Exageraron los gobiernos al seguir las indicaciones de la agencia sanitaria de la ONU? ¿Exageraron los medios de comunicación, que se dieron un festín de titulares, especialmente en los primeros meses de mayor incertidumbre? Pues sí, todo el mundo exageró. Pero era difícil modular con exactitud la respuesta institucional, política y mediática ante un virus nuevo de rápida expansión. La doctora Chan se fió de los expertos. Pero no le salió gratis el asunto: las dudas sobre la imparcialidad de las valoraciones, las prisas para aprobar las vacunas y el fantasma de las presiones de la industria farmacéutica para hacer caja a costa del pánico global han erosionado, sin duda, la credibilidad de Naciones Unidas.

Los políticos, también los españoles, miraron más al apaciguamiento del personal tirando de talonario para comprar antivirales que a una gestión de la crisis proporcionada a los riesgos sanitarios reales. Los medios de comunicación no dudaron en echar leña al fuego mientras la hubo. Con una mortalidad notablemente inferior a la de la gripe estacional, el H1N1 ha dejado lecciones de las que aprender. Lecciones de economía de la salud, de política sanitaria, de comunicación. Pero la gran lección de la gripe A es la de la reflexión sobre la manera que tienen las denominadas sociedades desarrolladas de afrontar el riesgo: en un mundo obsesionado por la seguridad, la amenaza de un microorganismo de tamaño despreciable penetró en las zonas de confort de las instituciones y de la ciudadanía y las dejó hechas unos zorros. El epílogo de la pandemia lanza, también, un mensaje no menos elocuente: el H1N1 ha venido para quedarse, aunque ya no da miedo. De hecho, sigue circulando en la comunidad. Pero tan sólo es un vecino molesto, no un asesino de masas.

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