El Jubileo de la pestaña

Semana Santa de Sevilla 2022: Mucho para recordar y un tanto para olvidar

El Cristo de la Conversión sale de la Capilla de Montserrat al mando de los Villanueva.

El Cristo de la Conversión sale de la Capilla de Montserrat al mando de los Villanueva. / Víctor Rodríguez

1.092 días. Anoten esta cifra. La hemos repetido hasta la saciedad cofrades y periodistas para subrayar el tiempo esperado en recuperar una Semana Santa con normalidad, como las de antes de la pandemia. Una fiesta que, en términos generales y emulando a Antonio Muñoz, regidor hispalense (expresión rancia donde las haya), ha sido "pletórica", aunque ha tenido también momentos de obligado olvido. 

Dejando al margen la aparición de la lluvia y el caos que provocó el Lunes Santo, sobre lo que ya se han vertido ríos de tinta y tuits (las redes sociales se han convertido en el vomitorio de frustraciones, soberbias desmedidas y odios a granel), vayamos al envoltorio que contribuye -o debería- a la principal finalidad de la fiesta: conmover al público y llevarlo hacia Dios. Para eso se crearon las cofradías, aunque algunos se empecinen en que sean unas perennes ONG. (Les garantizo que no me ha dado un arrebato místico).

Dicho lo cual, sabiendo que las predicciones confirmaban la lluvia, no hubiera estado mal que ciertos priostes tuvieran a mano el recurrible plástico para evitar la imagen poco grata de mantos empapados. Los hubo que hasta cambiaron de color con el agua. 

Bueno, vayamos al grano, que me desvío de lo que venía a escribirles. Pues empiezo por el público, que fue menos del esperado el Domingo de Ramos, cuando se temía una masificación en las calles que finalmente no llegó a tanto, especialmente en las horas centrales de la primera jornada. Sí hubo más gente cuando la noche se echó encima, también porque el termómetro bajó unos cuantos grados. 

El misterio de las Siete Palabras con la Giralda al fondo. El misterio de las Siete Palabras con la Giralda al fondo.

El misterio de las Siete Palabras con la Giralda al fondo. / Pablo Lastrucci

La verdadera toma de la ciudad se produjo el Miércoles Santo, tras dos días de lluvia y un martes sin pasos. Además, para la mayoría de los asistentes era un viernes adelantado. El público que llenó las calles impedía moverse con facilidad. De hecho, el eje desde el Salvador hasta la Plaza de San Andrés resultó infranqueable y dividió el centro en dos mitades. Había que llegar a la Alameda o a la Puerta de Jerez para ir de un extremo a otro. Una dificultad a la que se añadía el ambiente poco propicio para ver cofradías. Demasiado niñateo que fue incrementándose conforme pasaban las horas. El último paso en entrar lo hizo cerca de las cuatro de la madrugada del Jueves Santo. Un horario más parecido al de las cofradías de Málaga. Esto tampoco contribuye, ni los parones que sufrieron los cortejos penitenciales. Conviene revisar a fondo esta jornada.

El Domingo de Ramos abundaron los colores en tono pastel en el vestuario femenino, que en las siguientes jornadas se volvió más casual (como dicen los modernos). En los hombres debe anotarse el uso excesivo de pantalones estrechos y tobilleros (que se convierten en ridículos cuando forman parte de un traje y a partir de cierta edad) así como las chaquetas cruzadas, un resurgir vintage de aquella España de la Transición (época de la que datan algunos trajes vistos en los palcos, dignos de ser expuestos en un anticuario de la calle Acetres). 

Jóvenes vestidas adecuadamente de mantilla la mañana del Jueves Santo. Jóvenes vestidas adecuadamente de mantilla la mañana del Jueves Santo.

Jóvenes vestidas adecuadamente de mantilla la mañana del Jueves Santo. / Juan Carlos Vázquez

En cuanto a las mantillas, se ha percibido un resurgir de esta indumentaria. Hubo más mujeres con esta prenda, aunque muchas no la lucían de forma apropiada y, sobre todo, sin saber su principal finalidad: acudir a los oficios religiosos y visitar los monumentos del Jueves Santo. Es una vestimenta de luto, por lo que su presencia en bares y otros locales de ocio no es nada apropiada.  

Vayamos ahora a los adornos florales. Continúa la innovación comenzada hace poco más de una década en este tipo de exorno, que había quedado un tanto fosilizado. Eso es meritorio. La combinación de varios colores se acentúa, tanto en los pasos de Cristo como de Virgen. Ahora bien, esta variedad cromática ha rozado, en varios casos, la ordinariez. No todo vale. Especialmente cuando se introducen elementos decorativos más propios de un paso de gloria, de una carreta del Rocío o de una boda de escaso gusto. Por muy popular que sea el carácter de una cofradía, no debe olvidarse que se trata de cortejos penitenciales. Algo positivo: la recuperación de las esquinas para ciertos pasos, que habían quedado olvidadas por una especie de complejo priosteril ante los excesos de décadas pasadas. Con mesura, aportan bastante encanto.

La Esperanza de Triana regresa al antiguo arrabal sobre un río de capirotes verdes. La Esperanza de Triana regresa al antiguo arrabal sobre un río de capirotes verdes.

La Esperanza de Triana regresa al antiguo arrabal sobre un río de capirotes verdes. / Aníbal Díaz

Respecto a las vestimentas, dos me han parecido sublimes: la Soledad de San Buenaventura y la Esperanza de Triana, que además de aportar la novedad de la saya burdeos ha sido un buen ejemplo de lo que es una dolorosa bien enjoyada, partiendo de fotos antiguas. También aquí debemos despojarnos de complejos, como ya se hace en las túnicas de los Cristos. Ha costado lo suyo que obras con excelentes bordados abandonen las vitrinas estos días santos y luzcan donde deben hacerlo: arriba de los pasos. De agradecer es lo contemplado en San Roque, San Gonzalo, Pasión y el Cristo de las Tres Caídas, por citar algunos ejemplos. Las túnicas lisas han de quedar para el camarín y el tiempo ordinario, adjetivo que les viene como anillo al dedo. 

Y para rematar, aunque no soy experto en asuntos costaleriles, aplaudo las bambalinas que escupen, que para eso fueron pensadas. Un andar en peligro de extinción ante el preocupante dominio de los palios rígidos e inmóviles, moda que se ha copiado en cofradías de barrio y de la provincia (la falta de personalidad acarrea tales consecuencias). Una pena habernos quedado sin el sonido de las caídas de la Bofetá, una de las mejores melodías de la Semana Santa. Por cierto, hablando de palios, la Virgen del Valle bajo el cielo del Jueves Santo -por mucha literatura que provoque la estampa- es una imagen de justo olvido. Una y no más, por favor. Recuperemos la normalidad. En todo.