El Palquillo

El traslado del Gran Poder a Tres Barrios: Una boda, saetas y la leyenda

  • Unos novios que se casaban en Los Negritos tuvieron que atravesar la bulla para llegar al altar

  • La familia Araujo, protagonista involuntaria de las misiones de 1965, estuvo presente en la Sed

El traslado del Gran Poder a Tres Barrios, en imágenes

El traslado del Gran Poder a Tres Barrios, en imágenes / Juan Carlos Vázquez

Toda Sevilla se encontró ayer con Dios en las calles. Unos fueron a su encuentro, otros lo esperaron en sus casas, y otros se lo cruzaron por casualidad, camino a sus quehaceres. Los más madrugadores pudieron ver la versión más dulce del Gran Poder, acariciado por las luces blandas del amanecer, antes de ser bañado por el sol del mediodía, marcando las espinas de su corona con la sombra en sus mejillas.

Una saeta temprana anunciaba la salida del Señor de Sevilla, asomada a un balcón de la Plaza de San Lorenzo, con la oración del Padre Nuestro. Sonaban los obturadores de las cámaras de fotos, entre ellos el del fotógrafo José Antonio Zamora, cazador de miradas desde una de las azoteas. Miradas con la de Miguel Martín, capiller de la cofradía desde el año 81, siempre pegado al Señor. Más abajo, en un balcón, el periodista Paco Robles y su esposa Lola Chaves fijaban sus ojos en la cara del Padre de la ciudad. "Es un hombre, Dios mío", suspiraba una anciana tras una de las vallas que acordonaban la plaza.

Aproximadamente una decena de policías, locales y nacionales, escoltaban las andas detrás de la presidencia. Todo transcurría con naturalidad, sin sobresaltos, sin incidentes. Las radios y televisiones contaban el momento histórico, cuando el techo del Gran Poder ya no era la cúpula de su Basílica, sino el cielo celeste de su reino. Ignacio Soro, actual hermano mayor, tenía cerca a sus predecesores en el cargo, Félix Ríos y Enrique Esquivias. Sonaba el martillo y la voz de Manolo Villanueva, patrimonio vivo de nuestras cofradías.

Avanzaba la mañana cuando el sonido de las cafeteras se fundía con el rachear de quienes portaban las andas, o con el cantar de los pajarillos. Cafés y calentitos; zumos y tostadas. Comercios abiertos que paraban unos instantes para ver pasar al Señor por su puerta, como un aliento o un suspiro que queda para siempre y no se olvida. Ya lo dijo Sánchez-Dalp en su Pregón de la Semana Santa, que "el Gran Poder cuando pasa, no pasa, siempre se queda, porque está en los corazones de todo aquel que le reza, de todo aquel que le mira...".

Las hermandades por cuyas sedes pasó el cortejo salieron con sus estandartes al encuentro con el Señor. Todos querían participar en este gran día, haciendo de Sevilla una gran hermandad. En algunos tramos eran los propios hermanos de estas corporaciones los que portaban las andas. Centenares de cofrades que podrán contar que llevaron al Señor de Sevilla sobre sus hombros. Como los turistas que llegaban con sus maletas, a pasar el fin de semana, sin esperarlo, y que eran recibidos por la imagen del Dios más sevillano. "Este cristo debe ser muy antiguo", comentaba un viajero.

Como un imán, o como un río que arrastra todo a su paso, el Gran Poder iba sumando fieles a su alrededor. Sevilla caminaba junto al él, en una promesa espontánea. Tras las andas se apiñaban sus devotos más fieles, esos que acuden cada viernes a besar el talón al Señor, o simplemente a sentarse en los bancos de la Basílica para musitarle las penas y alegrías de su vida cotidiana. "Mira, lo van a parar para que le de el sol en su cara", decía una mujer emocionada. Se oían murmullos y sollozos, y más saetas, como las de Álex Ortiz, que despertaban tímidos aplausos callados por un generalizado siseo.

Sí se llevó una ovación la novia que se casaba en la Capilla de los Ángeles, a la misma hora en la que la cruz de guía del Gran Poder se acercaba a la calle Recaredo. Un enlace enmarcado dentro de un acontecimiento histórico. La policía local tuvo que abrirle un pasillo entre la muchedumbre para que pudiese llegar al altar. 

Día de detalles, de sensibilidades y de gestos como el de Sergio Morante, del reportero de Canal Sur que no pudo evitar emocionarse en plena conexión en directo, cuando a sus espaldas caminaba el Gran Poder tras la visita a los residentes de las Hermanitas de los Pobres; o como la del Bar Jota, que colgó un letrero en el que podía leerse "Cerrado hasta que pase el Señor". Otro detalle de gracia y pureza fue el que tuvo la Hermandad de los Gitanos, llenando de romero la entrada de su Santuario; o la Hermandad de la Sed, invitando a la familia Araujo para recibir al Señor en la Parroquia de la Concepción Inmaculada y recordar la leyenda del Gran Poder, tantas veces desmentida y tan bella como incierta.

Los últimos gestos se recogen en el barrio de los Pajaritos, donde parecía recrearse la llegada de Jesús a Jerusalén. Todos lo esperaban con emoción. Gentes de todas las edades, de todas clases sociales. Sonaban palmas calladas por otros que guardaban silencio. La ilusión en los ojos de los niños y la emoción en los de los mayores. La tarde tocaba su fin, y el Señor entraba en la Parroquia de la Blanca Paloma cuando sonó la voz rasgada de Jesús Heredia para poner la rúbrica a esta jornada histórica. 

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