Así ha sido el Vía Crucis con el Santísimo Cristo de las Tres Caídas de Triana
Alrededor de las doce del mediodía salió en Vía Crucis el Cristo de las Tres Caídas
Cientos de fieles acompañaron a la imagen hasta la Parroquia de Santa Ana
Imágenes del Vía Crucis del Cristo de las Tres Caídas
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De vuelta a casa, con el hachazo suave de esta luz que anuncia nuevas y viejas cosas, pensaba en aquel sol del mediodía sobre las vértebras del puente, cálido y amigo en los costados de la ilusión. Y pensaba también en esa atmósfera distinta, inquieta y febril del barrio de Triana cuando hay revuelo de cuaresmas en la calle Pureza. Se percibe en los ojos, en los reencuentros en el Altozano, en el sabor centenario de una arteria esencial que lleva la sangre de los tiempos al corazón mismo de la Semana Santa.
Hoy ha salido a la calle el Cristo de las Tres Caídas. Sin otro apellido, sin más aderezo que su cruz y su presencia toda sobre la sinceridad de tantas almas entregadas a su personalísima figura. Y sin más compañía que el silencio detenido en cientos de gargantas. Porque no hay nada más sincero que el silencio de Triana. A pocos minutos de las doce, y acompañado por un nutridísimo grupo de hermanos con cirio, el Señor de las Tres Caídas recibía las luces cenitales de febrero en el vértice de su calle, vestido de rojo puro sacramental, de un rojo palpitante y encendido. Humanísimo en su penitencia, parecía que la carne misma restallaba sobre la piedra, que las astillas se enzarzaban entre las palmas heridas, que el suspiro de sus labios nos alcanzaba el oído y el sentido... Qué inmensidad en su rostro, cuántos amaneceres definitivos despuntados en su corona.
Por Rocío, Rodrigo de Triana, Pelay Correa... Cuarta, quinta, sexta estación... Las voces unísonas de Triana se agolpaban en un mismo nudo de promesas. Al fondo, sobre los aleros y las cancelas, Santa Ana, de un albero macilento y tibio en esta mañana de domingo. Las persianas de palo sobre los balcones, los geranios soñando la primavera, las persianas a medio descorrer y las miradas entreabiertas... No llegaba el reloj a las dos de la tarde. La Abuela de Jesús y de todos los trianeros, de rojo puro y preciso, abre los brazos al Señor de las Tres Caídas. Son días de Quinario. Es la luz de la Cuaresma, que ha vuelto a Triana en los ojos avellanados de aquel Cristo que cayó tres veces para siempre.
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