El Palquillo

El Cristo de las Tres Caídas de Triana con el clásico de La Amargura

El Cristo de las Tres Caídas en la vuelta de Rioja // Vídeo de Onda Pasión

Triana es Triana. Indefinible, propia, sincera, suya. Jamás -nadie lo pretenda- modificará su forma de ser y, sobre todo, de estar. En el infinito abanico de la Madrugada sevillana resalta una virtud de valor incalculable: la diversidad espacio-temporal y las cofradías que procesionan, cada una respondiendo a la impronta que la historia y sus circunstancias han ido modelando. 

El Cristo de las Tres Caídas en la calle Pureza la pasada Madrugada El Cristo de las Tres Caídas en la calle Pureza la pasada Madrugada

El Cristo de las Tres Caídas en la calle Pureza la pasada Madrugada / Víctor Rodríguez

Desde la calle Pureza, levantando el asombro y la expectación, asoma el Cristo de las Tres Caídas. El Altozano es un hervidero de flashes, ovaciones y lágrimas. A esta hora de la madrugada Triana no pregunta; actúa. Se desenvuelve, única y sin complejos, en el corazón de la Semana Santa. El tiempo se ha desmoronado y existe un vacío sideral en la memoria y en los relojes. En Triana eso no importa. Solo se atiende al andar inequívoco que atrae multitudes y refuerza la identidad del barrio. 

Los contrastes 

Sin embargo, la Semana Santa de Sevilla es generosa con los contrastes, que no contradicciones. Nada aquí se contradice; todo tiene su por qué, su momento, su significación. Los mismos hombres marineros que ahora abren en canal sus cornetas a espaldas de su Cristo, fueron a su vez el Domingo de Ramos baluartes del más imperecedero clasicismo de la música procesional. Del silencio al alborozo; del estallido al recogimiento. El caso es que en la Madrugada también se invierten esas tornas, para mayor supervivencia de nuestra fiesta. 

Calle Rioja. Tras arriarse el paso a la música, con el consiguiente reconocimiento entusiasta del público, se levanta el paso de las Tres Caídas. Y haciendo honor a la inspiradora melodía, el pueblo enmudece. Aquello que se presuponía la antesala de un nuevo delirio, se convierte en una atmósfera sobrecogedora. Suena Y se hizo el Silencio...

El paso gira de manera imperceptible, con insultante delicadeza, con esa pausa necesaria que  Es uno de esos instantes especiales. Lo sabemos en el momento mismo que se desarrolla. La proa recobra su sentido natural, el canasto se asienta sobre sí mismo y basta solo una voz. Con tono casi lastimoso, las cornetas se unen y se deshacen en su propio oro, líquidas sobre el asfalto. El paso echa a andar. Algunos aplausos nos regresan a la realidad. Y anda, y anda, y anda, y anda... Como solo anda Triana. 

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