De un día que volvieron del revés
Soñando despierto
Vuelto a la normalidad tras la decisión de cambiarle el orden, el tercer día de la gran fiesta combina capa y ruan con una desmesura en la nómina de nazarenos
SEGUIMOS con este soñar despierto que, sin embargo, no nos salva de la enorme nostalgia que dan las calles vacías y los pasos en sus templos. Tercer día del drama, de un drama que la pandemia ha repetido dos mil años después. Capa y ruan, bulla en la Calzada, milagro en cómo se sortean las ojivas de San Esteban y emoción contenida cuando el Cristo de la Buena Muerte pase junto a la casa de tantos Moya como perdimos.
Nazarenos, nazarenos, una ingente cantidad de nazarenos. Hoy es un día riquísimo en el número de nazarenos, con cofradías de cortejos interminables, que usted ve la cruz de guía de San Benito en la Encarnación, va andando a contrapelo y llega a la Calzá sin que haya visto la calle la bellísima Virgen de la Encarnación. Día de nazarenos y de variados contrapuntos, de una cantidad grande de variantes donde la cola y la capa, el terciopelo y el ruan, van a establecer una singular simbiosis de un punto a otro en esta ciudad llamada Sevilla.
Hoy en la normalidad suele haber lágrimas de nostalgia por una cofradía que tampoco sale a la calle, la cofradía que quizá más sepa a pueblo de cuantas componen la nómina de cortejos que forman la Semana Santa de Sevilla. Pueblo sin que le falte un perejil en el Cerro del Águila. Hoy en el Cerro es, como en cualquier pueblo nuestro, el día de la Patrona y ese pueblo se irá tras el manto vinotinto de la Virgen de los Dolores a Sevilla, hasta Sevilla, Héroes de Toledo, hoy avenida de Hytasa, abajo. Más de cinco horas de peregrinaje por grandes arterias hasta llegar a la Campana, pero quedará la vuelta, una vuelta llena de calor hasta el avistaje del antiguo Matadero.
Es la del Cerro, junto a la del Polígono San Pablo, la cofradía más alejada de una ciudad que hoy debería haber acogido un programa variopinto y lleno de contraluces. El ciudadano se va a tener que multiplicar para estar en dos o tres sitios a la vez sin perder el sentido. Hoy, junto al sabor a pueblo de las de capa, la solera de tantos y tantos años de Santa Cruz o de los Estudiantes, el ruan de estas dos cofradías que tendrán el anticipo del jesuitismo exiliado que nos llega de Omnium Sanctorum, de un barrio de la Feria que acogió a la hermandad hace cuarentaicuatro años. Tercera cofradía de una calle que arranca con el Silencio Blanco de San Juan de la Palma, que continuará con el tintineo inconfundible de los rosarios en los varales de la Virgen del Rosario y que culmina junto al Mercado con esta cofradía de los Javieres que se fundó al calor de la orden de San Ignacio en Jesús del Gran Poder.
En este día se alternan los sentimientos y si al bullicio fervoroso del Cerro sucede el ascetismo de los Javieres, tras ésta vendría otra con mucha carga de trompetas y tambores, que de San Esteban llega la del Buen Viaje para gustarse a cada palmo en general y por la Alcaicería en particular. Contrapunto de nuevo con lo que llega inmediatamente después, con ese Cristo de la Buena Muerte derramando tanta muerte por el Postigo mientras el sol le estalla en la cara justo donde cierto Lunes Santo caía un costalero. Si en este día de contrapuntos luce la del Cerro por el Cerro, San Esteban por la Alfalfa o San Benito por cualquier parte, quien no haya visto en el Arco del Postigo al Cristo de la Buena Muerte morirse al sol que se retira por Dos de Mayo no sabe lo que es la Pasión según Sevilla.
Martes Santo que no se acaba ahí, que hay que meterse por unos jardines en tinieblas para comprobar cómo se mueve un palio de Sevilla. Luciérnagas en los umbrales de la madrugada para siluetear a la Virgen de la Candelaria mientras sortea el amurallado palacio de Don Pedro camino de su templo en la auténtica Judería. Y en este día de contrapuntos y de contrastes tan acentuados, a esa hora bulle el Cerro, se supera un año más el tremendo obstáculo de las ojivas de San Esteban y se viste de fiesta la Calzada para estar con su Cristo, ese Cristo que mira serenamente a un pueblo que no acaba de comprender el porqué de todo lo que ocurre, por qué Él y no Barrabás.
Se está agotando la tercera entrega de la Pasión según Sevilla y otro Cristo se muere subiendo por una de las calles más bellas de Occidente, esa Mateos Gago desde donde, según Juan Ramón, la Giralda se ve como un tallo luminoso que emerge de lo más hondo de la tierra. Sobredosis de austeridad entre naranjos mientras resuenan cercanamente lejos los ecos de una apoteosis que empieza en la Plaza Nueva y va a culminar en San Lorenzo. Recorrido de sevillanía auténtica ese camino de vuelta de la del Dulce Nombre por una vía dolorosa que resulta ciertamente gozosa.
Acompañando a la Bofetá desde la Plaza Nueva, Tetuán y Velázquez son ríos humanos muy dados al cangrejeo, esa disciplina que no es deportiva sino autóctona de una tierra que en este año se ha vuelto a quedar sin lo mejor de sí misma. Sería esa manifestación ante la bellísima Virgen del Dulce Nombre el remate de un día de contrapuntos muy definidos, de claroscuros y de una simbiosis perfecta de cofradías de cola y de capa, de ruan y terciopelo, de pueblo y de tradición, de extramuros y Sevilla Eterna, Martes Santo, otro día soñado y no vivido, qué dolor...
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