Al ecuador se llega con tintes toreros
Miércoles Santo. La salida del Baratillo y de la cofradía de San Bernardo hacen que este día se convierta en el día más torero de la Semana Santa de Sevilla

Llegamos al ecuador del gran drama. Ya es miércoles y todo arranca con una cofradía joven que sale del corazón de un barrio preñado de cofradías, el de la Feria. Lucharon denodadamente los hermanos del Carmen Doloroso para meterse en los días grandes, días de farolillos si estuviésemos hablando de Feria y no de Semana Santa, de toros y no de cofradías. A las tres en punto pone su Cruz de Guía en el dintel de Omnium Sanctorum la Hermandad de Carmelitas de las maravillas de María y Cofradía de nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Paz y Nuestra Señora del Carmen en sus Misterios Dolorosos, dos pasos.
Viene a modo lo del símil taurino con eso de los días de farolillos que ya agarró el Carmen Doloroso porque el Miércoles Santo es día con muchas connotaciones del mundo del toro. Por lo pronto, tras la del Carmen Doloroso, la también joven del Cristo de la Sed y la franciscana del Buen Fin llegará a la Campana la cofradía de San Bernardo, el barrio más torero de Sevilla. El Santísimo Cristo de la Salud y María Santísima del Refugio con sus peculiares varales dorados son los motores de un barrio que estuvo muerto durante un tiempo dolorosamente largo y que tenía en este día de Miércoles Santo el júbilo del reencuentro de tantos vecinos como tuvieron que dejar el barrio. Era un reencuentro lleno de nostalgia y de pena por culpa de un exilio que nadie quería, pero que era obligado por la degradación del barrio en aquellos años de posguerra interminables. Eso se arregló en los ochenta, el muy taurino barrio de San Bernardo recobró el pulso y nuevamente la cofradía es el nexo que une a tantos y tantos que volvieron y también a los que nunca lograron hacer el camino de vuelta a sus raíces.
Y si San Bernardo tiene a gala la cantidad de toreros que parió, la del Baratillo tiene la satisfacción de vivir en los aledaños de la plaza de toros y cuenta con la peculiaridad de que su cuerpo de nazarenos se forma en el mismísimo templo de Tauro. Por lo tanto, ¿hay quien dude de que estamos ante el día de Semana Santa más taurino?
Lo demás es mucho. Lo demás es, por ejemplo, vivir con intimidad conventual la del Cristo del Buen Fin con sus hábitos franciscanos encaminarse a rendirle pleitesía al Señor de Sevilla en su casa de San Lorenzo. Y será también este Miércoles Santo el de un retorno clamoroso de ese mismo Cristo del Buen Fin a San Antonio de Padua, a su paz conventual mientras que la Lanzada surcará el dédalo de la Europa para un viaje de ida y vuelta preñado de vivencias antiguas, sobre todo de cuando ese rincón fronterizo con el centro sufría unas circunstancias que van alejándose felizmente para que las cosas discurran de forma bien distinta e indiscutiblemente más acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir.
Se trufará en todo esto la irrupción en las calles de Sevilla de un cortejo venido como de otras tierras, de la ancha Castilla, y que le pondrá el punto final a la jornada. El Cristo de Burgos hierático, solemne, al contraluz decadente de la calle Imagen cuando el sol va alejándose en busca del Aljarafe. La tarde estará dando sus últimas boqueadas cuando el Cristo de Burgos entre en la Campana tras la hermandad de las Siete Palabras, que viene de San Vicente por Baños y la Gavidia.
No se sabe por dónde irá el Carmen Doloroso a esta hora, pero sí que la del Cristo de la Sed va alejándose camino de Nervión por Luis Montoto, llegan recuerdos lejanos de Viernes de Dolores en Alejandro Collantes con cruces de saetas carceleras y en San Bernardo ya no cabe un alma por lo que está por venir. Paralelamente, el Buen Fin y la Lanzada van como dos líneas divergentes en el camino de vuelta y cuando la noche se venga arriba veremos cómo el Arenal entero se hace fiesta a la espera del Baratillo, que todo se irá precipitando con sus pausas, sin prisa alguna.
Miércoles Santo con nueve cofradías en la calle. ¿Muchas? Sí, muchas. ¿Demasiadas? Eso no seré yo quien lo afirme, pero da la impresión de que en este día en que se hace realidad el ecuador de la fiesta, el violín tiene un número desmesurado de cuerdas. Algo que no impedirá que cuando ya se frisen los confines primeros del Jueves Santo, haya mucho que ver y muchísimo que vivir al rebufo de momentos que merecen muchísimo la pena.
Y merece mucho la pena, una barbaridad, ver cómo el Baratillo se gusta en el Postigo y en todo el Arenal, con esa magnífica Pietá entre la arboleda de Adriano. Ha sonado Caridad del Guadalquivir en la revirá a Tomás de Ibarra y alguna saeta será dardo hiriente desde cierto balcón neomudéjar. Luce la Virgen del Refugio antes de llegar al barrio en esa revirá imposible de Fabiola a Madre de Dios. Y si el día anterior se hacía hincapié en el retorno de la Bofetá, que nadie obvie cómo la de los Panaderos lleva el Prendimiento hasta las últimas consecuencias mientras la Virgen de Regla ocupa el eje de la Sevilla de siempre y se hace carne que ya es Jueves Santo en Sevilla. Casi nada.
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