La Esperanza de Triana, de San Jacinto a la Catedral: la luz con el tiempo dentro
La dolorosa más castiza ya está en el templo metropolitano para celebrar los 75 años del dogma asuncionista
La procesión comenzó sin apreturas de público para acabar con la bulla propia que rodea a esta imagen cada vez que sale
"La Virgen estaba ahí, justo ahí dentro"
Lo dijo Juan Ramón Jiménez. Y lo refrenda Triana cada vez que la Esperanza sale a la calle. Ya sea de la recoleta capilla de los Marineros o del vasto templo dominico de San Jacinto. En plena Madrugada o con las primeras luces del alba. La Virgen castiza, la de la mano adelantada, siempre trae la luz con el tiempo dentro. El ayer y el hoy. Y lo hace, además, con ese estilo propio, inconfundible. Sello lo llaman algunos, personalidad otros. Sin complejo de ser uno mismo. En cualquier parte. En el Polígono Sur, en el antiguo arrabal o en las entrañas de la vieja Híspalis.
Es de noche aún cuando la Virgen de la Esperanza sale de San Jacinto. Han pasado 63 años desde la última vez que se contempló esta estampa. Entonces, en plena Madrugada, cuando esta jornada estaba aún lejos de rompérsele las costuras. En este 25 de octubre lo hace en los prolegómenos de la aurora. En el cielo se atisba la alboreá (bello nombre que sirve de advocación a la imagen mariana con la que la dolorosa compartió altar en Las Letanías), fondo perfecto para los fuegos artificiales que hacen las veces de diana pirotécnica en este sábado de otoño, último día antes de que el horario de invierno anticipe la noche.
Banderolas, guirnaldas, pólvora... la carta de presentación de una hermandad que convierte cada salida extraordinaria (siete en un mes) en motivo de felicidad. También para el reencuentro con la memoria, de aquellos que presenciaron esta escena hace ya más de medio siglo. Viene la Esperanza con la candelería encendida, que refulge en las joyas de su tocado, al estilo de Persio. Aquí no se da puntada sin hilo. Una época, en blanco y negro, recreada sin necesidad de Inteligencia Artificial, sino con criterio y gusto. Mucho gusto. La corona de Medina, el manto de los dragones, la saya inspirada en la de Belmonte, la icónica toca de volantes...
Por el antiguo arrabal
A esta hora de la mañana el público se agolpa delante y alrededor del palio, pero se puede estar cómodamente a pie parado, sin demasiadas apreturas. Incluso resulta fácil acompañar a la Virgen por las aceras hasta llegar al Arenal. Primera parada en la capilla de la Estrella. Quienes acuden a ver la procesión constituyen un claro ejemplo de la vestimenta de entretiempo. Desde chalecos y chaquetas hasta la manga corta. Sin olvidar la sempiterna sudadera, prenda propia de esta época del año, la cual empieza a estorbar en cuanto el reloj sobrepasa las once de la mañana.
Cuando la Virgen aún discurre por el antiguo arrabal, es posible desayunar con desahogo en los bares. Las barras todavía no acumulan platos y vasos sin limpiar (postrimerías culinarias) y los camareros mantienen cierta amabilidad antes de que la bulla dibuje en ellos la mueca agria del hartazgo. Cola en el puente para comer calentitos. El humo del aceite hirviendo se confunde con el sahumerio de los acólitos. El sol ya ha despuntado por completo y los regatistas entrenan en el río, ajenos a todo lo que sucede en las alturas.
No faltan turistas. Algunos han madrugado por curiosidad. Otros han venido especialmente a la cita. Sus acentos los delatan. Y hay quien (maleta incluida) se ha encontrado con la sorpresa de un paso de palio en calle. Las marchas que se interpretan cumplen el cometido de ser el mejor despertador a esta hora aún somnolienta. La fanfarria que caracteriza la mayoría de las composiciones dedicadas a esta imagen sienta mejor que un café cargado. La gente se viene arriba con el peculiar andar del paso. Lejos, muy lejos, de formas globalizadas y políticamente correctas (que hasta en esto hay sus posicionamientos). Suenan los vítores en esta mañana de finales de octubre, que ya empieza a despojarse de la mínima ropa de abrigo.
En el Arenal
La procesión toma por Pastor y Landero, antesala del Arenal. Es aquí, en la antigua cárcel, donde surgió la célebre Soleá dame la mano, cuando venía de vuelta la Esperanza que habitaba en San Jacinto. La comodidad da paso a la apretura. La bulla es ya una realidad en Adriano. Se escuchan sevillanas en la capilla del Baratillo. Se suman más ciriales, hasta 12, a modo de apostolado mariano. Giro de 360 grados. El tramo de cangrejeros crece de forma inconmensurable. Cuesta mantener el equilibrio entre tanto roce, pisotón, codazo y varazo. "¿Pero qué van viendo ahí?", se pregunta una señora que lleva más de media hora parada en la acera y a la que arrastran en este maremoto de chaquetas azules y teléfonos móviles en alto.
Un discurrir que se vuelve angosto en García de Vinuesa, cuando el calor hace aparecer los primeros abanicos. El traslado ha entrado ya en la horma de un día de Semana Santa. No hay resquicio libre por donde pasa la Esperanza. La Virgen que hasta hace una semana estuvo en la periferia de la ciudad, se adentra en el entorno de la Catedral, donde los turistas se asoman a los balcones para contemplar esta manifestación de religiosidad popular en una urbe donde no queda fin de semana libre de procesión.
Del café a la primera cerveza. El mediodía se ha vestido de una fingida primavera. Se cumplen los horarios del traslado que sumerge a la dolorosa de la calle Pureza en la penumbra pétrea del templo metropolitano (lo de Seo lo dejamos mejor para las tierras mañas). Bajo sus bóvedas góticas permanecerá una semana por los 75 años del dogma asuncionista, el que rotula la calle con más vida de Los Remedios. El sábado volverá a Triana, iluminando con su nombre un mes de crisantemos y camposantos. La Esperanza nunca defrauda. Siempre triunfa. A prueba de almanaque. Y de excesos. La luz con el tiempo dentro.
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