'La Virgen estaba ahí, justo ahí dentro'

Y allí se quedó Matilde, sosteniendo en sus manos cruzadas el tiempo detenido que ya fue, volviendo a su yo niña

La Esperanza de Triana presenta el nuevo frontal de altar de cultos

Horario e itinerario del traslado de la Esperanza de Triana a la Catedral el sábado 25 de octubre

La Esperanza de Triana, en San Jacinto
La Esperanza de Triana, en San Jacinto / Fran Santiago

Matilde dice que no es trianera de cuna, pero Triana no entiende de geografías. Nació en la judería, hace ya mucho tiempo, quizás más del que aparentemente se le pueda atribuir. La bautizaron en San Bartolomé pero, siendo aún una niña, sus padres decidieron echar raíces en un Tardón recién edificado, una incipente extremidad del viejo arrabal que ha terminado por integrarse sin fronteras ni peajes. Su hermandad, por tanto, es San Gonzalo (allí se casó, se bautizaron sus hijos), pero su devoción es la Esperanza. De tarde en tarde caminaba con su madre hacia San Jacinto, a cumplir con las tareas y recados. Y si algún día marchaba sola, la indicación en casa era clara y breve: "Ni se te ocurra pasar por Evangelista..."

Matilde, en silla de ruedas y con su leal acompañante, acaba de entrar en San Jacinto, y ha procurado ubicarse en el lugar menos transitado, pero a la vez el más cercano. Se echa las manos a la cara, cierra los ojos y llora. Balbucea algunas palabras inaudibles -varios ayes entrecortados y secos- y el llanto torna en una suerte de honda amargura. Así estuvo un rato hasta que una niña que andaba por allí, sugestioanda por la falta de explicaciones, se acerca a Matilde e, impulsada por la más pura inocencia, le pregunta: '¿Qué te pasa?'. Matilde se serena un tanto, convierte el pañuelo en un espejo de su propia vida y consigue hilar una declaración algo más inteligible: 'Cuando yo era niña, como tú, la Virgen estaba ahí, justo ahí. Ahí dentro. Con el Cristo, claro'. Y la niña replica: '¿Que la Virgen vivía ahí?'. Y Matilde asintió, señalando nuevamente esa estancia -hoy sacristía- ubicada a la izquierda del retablo mayor, donde, en un cielo ocre, y limpio un ancla y dos escudos permanecen, aunque mudos, inmutables a todas las cosas, reliquias vivas de lo que fue.

Matilde intentó sintetizarle a aquella chiquilla no solo una lección de historiografía cofradiera y sentimental; era más bien todo un tratado generacional, la representación viva del paso del tiempo, la cesión de un testigo genético e intransferible que solo así se evita su pérdida y desfiguración. 'Allí estaban el Cristo de las Penas y la Estrella, en el muro, y allí montaban el palio; más allá el Simpecado del Rocío...'

Llegó la madre de la criatura, disculpó esa tierna y finísima impertinencia y se la llevó. Matilde siguió allí, repasando su infancia en la pátina de sus ojos vidriosos, rememorando seis décadas condensadas en un suspiro. 'Me parece tan acertado que hayan llevado a la Virgen a las Tres Mil... Aún recuerdo cuando, en los sesenta, con la llegada del turismo, metieron en un camión a los gitanos y a los vecinos y se los llevaron...'

Y allí se quedó Matilde, sosteniendo en sus manos cruzadas el tiempo detenido que ya fue, volviendo a su yo niña, soñando con aquella Virgen que parecía haber vuelto solo por ella y por otras tantas vecinas, cuarteadas las pieles y cansados los ojos. La Virgen, su Virgen, con las mismas joyas, la misma impronta, el mismo perfil, en el mismo sitio donde la memoria más longeva le alcanzaba... La Esperanza ya no está ahí dentro, en su capilla de San Jacinto, pero está donde tiene que estar: en la patria del ser humano, en su estancia más honda, en su templo infinito e irreductible. En la infancia, donde comienza el tiempo.

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