El Palquillo

Los "fantasmas" de la Amargura salen de su letargo y ya pisan el suelo de San Juan de la Palma

El ensayo de la Amargura por Doña María Coronel // Ignacio Muruve

No cejamos en nuestro empeño de considerar a Sevilla como una ciudad de contrastes, más que dual. La dualidad existiría sin tan solo constase de dos caras, pero afortunadamente, en nuestra ciudad todo se manifiesta como un caleidoscopio, y quien deje de contemplarla a través de uno de sus objetivos no comprenderá la realidad absoluta de su carácter y personalidad. 

Este domingo, el de la alegría, el universo de las cofradías se despierta soñando con fantasmas. Sí, fantasmagorías en el corazón de la Cuaresma, siluetas irreales que durante unos minutos se manifiestan en carne -e ilusión- viva por entre los naranjos de San Juan de la Palma. La fachada que nos recuerda el dibujo marmóreo del palacio de Herodes se abre alrededor del mediodía, y de su interior abismal emergen estas criaturas casi mitológicas que, al fin y al cabo, son esenciales para contextualizar el sello de una cofradía. 

Una mudá de los fantasmas en una fotografía de hace ya mucho tiempo Una mudá de los fantasmas en una fotografía de hace ya mucho tiempo

Una mudá de los fantasmas en una fotografía de hace ya mucho tiempo

Algo antes que otros años, pero siempre con esa luz característica que solo se dibuja en una mañana, la familia Villanueva mandó levantar el paso con las figuras secundarias que acompañan cada Domingo de Ramos a Jesús del Silencio de la Hermandad de la Amargura. Los conocidos "fantasmas", las imágenes secundarias de este soberbio paso de misterio, abandonan su estado de postración para recorrer una serie de metros antes de traspasar el dintel de San Juan de la Palma. Los cofrades y más aficionados al costal apuntan esta fecha como ineludible en su calendario particular porque marca también un punto de inflexión en la Cuaresma más visual y estética. Y aunque esta mudá no es una práctica ni mucho menos novedosa o reciente, cada vez más curiosos se agolpan en torno a los mandos de Manolo Villanueva, que cómo conocerá este paso de misterio que casi lo dirige de espaldas, mirando hacia delante como un penitente más. 

En el interior de San Juan de la Palma, el paso de palio de la Amargura poco a poco va tomando forma: ya está fundida la candelería y, a falta de algunos detalles, todo está preparado para que la dolorosa y San Juan ocupen el lugar que les corresponde. Cuando se cierran las puertas de la iglesia en las miradas sobrevuela un aire de desazón, incertidumbre y desasosiego, producido por esa necesidad imperiosa del ser humano de querer detener el tiempo cuanto más fugaz pasa... 

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