"El nombre se le ocurrió a Álvaro Peregil", asegura Manolo Ramos. Él fue uno de los fundadores del Bar Iscariote. Probablemente el mejor mirador hacia la plaza del Museo. Un mirador con nombre y sello cofradiero. La bolsa con las monedas con las que Judas Iscariote traicionó a Jesucristo sirven de logotipo para este templo laico que se acerca ya a las dos décadas de vida.
Antes hubo un restaurante llamado Maracaná, propiedad del ex jugador bético Isidro Sánchez. Después, otro con nombre El Museíto. Y justo antes de ser Iscariote, hubo un club de jazz. Ahora, la particularidad es que tiene como vecino a otro de los antagonistas del Nuevo Testamento: Barrabás, que da nombre a un restaurante en la acera de enfrente.
La historia de este bar comienza en otro de la calle Corral del Rey: En la espero te esquina. Allí se reunió Ramos con otros amigos para crear una sociedad y gestionar el recién bautizado Bar Iscariote. Más de 120 socios tomaron parte, poniendo 300 euros cada uno. Recientemente, Iscariote ha cambiado de estética y de propietario. Las sutiles referencias a escenas costumbristas sevillanas se mezclan con el olor del incienso durante la cuaresma y las imágenes cofradieras en el televisor enmarcado encima de la barra.
Y como si de una cofradía de barrio se tratara, abre a las cuatro de tarde y termina su procesión de copas y cafés pasada la medianoche. El Iscariote sigue teniendo devotos y, al igual que una hermandad, en cuaresma y Semana Santa se multiplican.
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