El Palquillo

Una mañana de marzo: la mudá de los pasos de la Borriquita y el Amor

Así entraba en el Salvador el paso de la Borriquita // Hermandad

Estamos a cuatro días -parece que es la hora, y no es la hora- de recibir entre las manos la luz dorada y campanera del Domingo de Ramos, y ya nada se sostiene. Todo se desborda por las costuras de la ciudad y las horas se descuentan en un rosario de instantes que marcan el único reloj posible. 

A buen seguro el estimado lector, de manera sigilosa pero decidida, habrá caminado ya, deseando la indiferencia de los demás, sobre la rampa del Salvador. Unos segundos bastan para sentir en lo más hondo el latido grave y áspero de la madera -¿o del tiempo?- cuando caminamos por esta pendiente que nos lleva a lo que nunca quizá fuimos, o a lo que deseamos ser cada Domingo de Ramos. Sobre los mármoles vidriosos y refulgentes de las naves de la Colegial ya se alzan los pasos de la Hermandad del Amor, que hubieron de subir la rampa para bajarla, definitivamente, en la tarde de las palmas antes de entregarse a la ciudad toda. 

Rufino Madrigal en la mudá de la Borriquita Rufino Madrigal en la mudá de la Borriquita

Rufino Madrigal en la mudá de la Borriquita / Rafael Martínez

Desde su almacén, el pasado domingo recorrieron el centro de la ciudad los pasos de la Borriquita y el crucificado de Juan de Mesa, unidos pero distintos, en una sola cofradía pero en dos universos diferentes. Lo que pronto será cascabel y olivo, luego será astilla y sangre. En torno a estas parihuelas revoloteaba un enjambre de chiquillerías, como apicultores de infancias labrando los panales de los canastos. Imaginan la burra y las campanas, y los mayores sueñan los ojos cerrados y la muerte. Será la vida, suponemos, que se manifiesta de igual modo en según qué estadios y qué tiempos. 

Se abrió la cancela y en su agudo chasquido los niños se deslizaron, como en el patio de casa, por las losas y los retablos. Cuánta magnificencia, cuánta solemnidad de luces que terminarán tornándose blancas y con un aspa roja en el pecho. Los pasos del Amor ya están en el Salvador, y otra vez nos preguntamos cómo hemos llegado hasta aquí, qué ha sido de nosotros en este tiempo, qué será de nuestra vida cuando estemos a espaldas del Cristo del Amor en la noche última del Domingo de Ramos. 

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