A los pies de Guadalupe
La Semana Santa que perdimos
En la capilla del Rosario duerme su sueño de eternidad el niño que talló a la Virgen de Guadalupe l En este Lunes Santo, de tristezas y dolores, Ella no sale y se queda junto a él
DESDE que salió por vez primera, en 1969, la Virgen de Guadalupe ha reinado todos los Lunes Santos en su paso de palio. Primero en San Bartolomé, cuando recorría las sinuosas calles de la Judería para acercarse a la Catedral. Después desde la capilla del Rosario, en la calle Dos de Mayo, en la que entró el Lunes Santo de 1977. Empezaba otra etapa, en la que salía a las calles del Arenal para sentir de cerca la brisa del río, para dejarse llevar por la corriente que la acompaña y que culmina de noche, al regresar por el Arco del Postigo, y cuando le cantan las últimas saetas y es mecida antes de entrar en su capilla.
Será un Lunes Santo diferente en el Arenal. Y no sólo porque la Virgen de Guadalupe, como el Cristo de las Aguas y la Virgen del Mayor Dolor, no estarán en sus pasos. Será el primer Lunes Santo en que faltará el niño imaginero que sacó de un sueño a la Virgen-Niña. Todas las mañanas de Lunes Santo, a la llamada de Guadalupe, acudía Luis Álvarez Duarte. Para verla de cerca, una vez más, para admirar y rezar a esa Virgen que era tan especial y querida para él.
El rito se renovaba todos los años. A su lado solían estar sus amigos, entre ellos Joaquín Delgado-Roig y Efigenio Ladrón de Guevara, que eran los mayordomos de la hermandad de Las Aguas cuando un chaval del barrio de San José Obrero talló aquella Virgen, que le enseñó al hermano mayor, Juan Delgado Alba, en la oficina de Winterthur de la plaza de Cuba. Le pidió doce mil pesetas por la imagen, pero se la rebajó a diez mil, ya puestos. Quería que fuera su primera Virgen para la Semana Santa de Sevilla.
Pasados los años, a Luis Álvarez Duarte lo aguardaban en la capilla, en esas mañanas de Lunes Santo, otros amigos y cofrades de las Aguas, entre ellos algunos que fueron hermanos mayores, como Manuel Díaz-Jargüín y Antonio Arrondo. Y, desde el año pasado, el actual hermano mayor, Narciso Cordero. Todos ellos han visto el brillo de los ojos del imaginero depositado en su Virgen. Todos ellos aguardaban el veredicto de Luis, que se fijaba en cómo iba vestida la Virgen ese año. Cuando le gustaba, había suspiros de alivio, aunque no siempre sucedía. Porque para él, Guadalupe era especial y no quería que nada, ni nadie, ocultara o rebajara la profundidad serena de su belleza.
En este Lunes Santo de coronavirus, nada será igual. Guadalupe no estará en su paso, esperando la hora para salir al Arenal, donde los primeros en verla serían los ancianitos de la Caridad, que la aguardaban expectantes en el compás de la capilla. Luis Álvarez Duarte tampoco podrá recibir a los amigos, escuchar los comentarios de los cofrades que se acercaban a verla. Para él, algunos años, la Semana Santa fue Guadalupe y sólo Guadalupe. Amaba a todas las imágenes que esparció por Sevilla y por el resto de Andalucía. Pero, con los años, ya no le agradaba callejear en las bullas, y prefería verlas en televisión, salvo en casos excepcionales.
Las mañanas de Lunes Santo eran diferentes. Su día, su emoción, su gloria. Eran como un sueño que florecía, y que pasaba siempre por los ojos y las lágrimas de Guadalupe. No es sólo que él quisiera verla, sino que Ella también quería verlo. Guadalupe lo veía, año tras año, un poco más mayor, con el paso de la vida, pero con la misma ilusión de aquel niño que la talló en un piso pobre de San José Obrero. El niño perdió a su padre mientras la hacía, pero pudo brindar a su madre el éxito de tener, a sus 16 años, una Virgen para la Semana Santa de Sevilla.
Hoy será un día diferente, sí. Luis Álvarez Duarte no faltará a su cita del Lunes Santo, sino que la cumplirá de otra manera. Se ha quedado para siempre a los pies de la Virgen de Guadalupe. Ya no necesitará acudir a su lado, porque ya nunca la deja sola. En la tarde del 27 de febrero, antes de que estallara la crisis del coronavirus, en un acto sencillo y restringido, las cenizas de aquel niño imaginero fueron depositadas en una pequeña sepultura construida delante del altar de la Virgen. Una lápida lo recuerda: Nuestro hermano de honor D. Luis Álvarez Duarte, maestro escultor e imaginero de Sevilla. 22-5-1949. 13-IX-2019.
Así se ha cumplido su última voluntad. Para Luis Álvarez Duarte todos los días del año son Lunes Santo. La eternidad era eso: seguir contemplando, ya sin final, el sueño inmenso de Guadalupe. Este año, como si Ella le quisiera guardar el luto, no estará en su paso, desde el que reina en las calles de Sevilla.
Siempre rosa lozana, siempre fiel y humilde como la Niña de Nazaret, pasará esa noche entre silencios, sabiendo que a sus pies se acurruca su imaginero. Y ya nunca se separará de aquel niño, que convirtió un trozo de madera en una Virgen para Sevilla.
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