¡Ya!, el proverbial adverbio en los Baños de Teodosio

BAÑOS de Teodosio. El bar La Pajarita recuerda en su mágica posición a unas termas romanas. Allí está el Cabo Cañaveral de la cuenta atrás de los más o menos 365 días, según las cuentas del plenilunio, que de un año a otro faltan para el Lunes Santo. Para que salga la Veracruz. En la iglesia que lleva el nombre de tan histórica cofradía estuvo hace muchos años Ian Gibson oficiando como guionista en una boda con novios de verdad que filmó y produjo -les pagó la luna de miel- la BBC. El hispanista irlandés hubiera disfrutado en otra boda celebrada en el mismo escenario.

En esa iglesia, un domingo de Feria, entre la corrida de rejones y la de los miuras, se casó Julio Miranda, dueño de La Pajarita, con Pepi, sevillana de San José de la Rinconada, la madre de sus hijas Esperanza y Fátima. Este bar que hace esquina es una esquina de circunstancias biográficas.

Todo empezó en 1916, cuando en Santiurde de Toranzo, montañés por casualidad, viene al mundo Julio Miranda, el padre del novio de la Vera Cruz. "Mi padre nació en Santander porque a mi abuelo, un abulense que se casó con una burgalesa, lo destinaron como maestro nacional a ese pueblo de la Montaña". Allí nacieron dos de sus doce hijos, el padre del tabernero y su tío Daniel, sacerdote, "pelirrojo como mi padre". La familia es un elemento nuclear de esta historia.

La Pajarita debe ser casi bicentenaria. Fue una tienda de comestibles cuyo inmueble le compró el padre de Julio a Carlos Pérez de Guzmán y Grosso, marqués de Jerez de los Caballeros. "El traspaso le costó 75.000 pesetas, y para conseguirlas acudió a todos sus tíos".

"Mi padre también era maestro nacional, como mi abuelo. Era el tabernero más culto que había en Sevilla". Imitando el sistema de las ventas que camino del Rocío apuntaban los días que faltaban para el Domingo de Pentecostés, puso en marcha el descuento. Lección de matemáticas del maestro no ejerciente de los días que faltaban para el Lunes Santo.

Julio Miranda hijo nació el día de la Lotería de 1957. El Gordo le tocó años después, cuando volvió de una mili iniciada en el campamento de un pueblo de Gerona y completada como chófer de un coronel en un periodo de efervescencia del terrorismo etarra y a cargo del economato del cuartel.

"Cuando vuelvo me hago cargo del negocio. Abandono los estudios contra la voluntad de mi padre y decido ser sólo tabernero. Mi padre también era chicharero, pero con la aparición de las primeras grandes superficies, Simago, El Corte Inglés, no había nada que hacer".

Padece todo el año la procesión de coches por la calle Baños. "Prohíben que se fume en el bar y dejan que mis clientes se contaminen con los tubos de escape". Salió de nazareno de la Vera Cruz y de las Siete Palabras hasta los 17 años. Ahora su papeleta de sitio está detrás del mostrador, desde que sale la Borriquita hasta que entra la Soledad de San Lorenzo. El Resucitado les coge muertos. Nació en un somier bajo una tabla de quesos. Desconoce el origen de la historia del nombre del local. "Ya estaba cuando lo adquirió mi padre. La Pajarita figuraba en un cartel de venta de hielo, porque en 1952 no había frigoríficos".

Hoy no se cabrá en La Pajarita, pero siempre se cabe. Las leyes de la física se van de vacaciones. Llegarán algunos de los contertulios cofrades de cada Lunes Santo: Cristóbal, Eladio, Fernando, Enrique, Alfonso... "No proceden novedades", dice para defender los palos clásicos de su carta. "Aquí nunca faltan el bacalao con tomate, las espinacas con garbanzos, los calamares fritos y el pollo al ajillo". Gobierna el local bajo la tierna mirada de Isabel Hurtado, su madre, extremeña de Santa Marta de los Barros, la que se casó con el montañés por circunstancias.

Hoy llega el día del proverbial adverbio. ¡Ya! Un año en un instante. En los baños de Teodosio. Apoteosis de Vera Cruz.