En la sencillez aguarda la belleza en su raíz misma. En un universo de estéticas vacías, de superficies anchas pero sin profundidades, de luces sin sombras, de artificios fugaces, impacta lo que se manifiesta con nobleza y verdad. ¡La reducción a la base, al sustrato! ¡Como la estampa que nos regala San Vicente en estos días!
Como es tradición en estos últimos años, la hermandad de Las Penas despide el mes de mayo con una hermosa iniciativa que sorprende a base de cercanía y simbolismo: la gran ofrenda floral a la Virgen de los Dolores, que desciende de su altar (primera revelación de familiaridad) para recibir un gesto de absoluta pureza. Todos los hermanos de la corporación se reúnen para entregar centros y ramos de flores blancas a su Virgen: Junta de Gobierno, juventud, particulares, priostía, costaleros... Claveles, margaritas y algunas rosas salpicadas que se lanzan, como rocíos nevados, sobre las alturas del mármol y la primavera.
Es todo un valle de estrellas bordeando la cintura de la Virgen, los márgenes azulados de la saya, las espesuras abiertas del manto... Flores para María. Para una madre, para una amada. Como los romanos con Flora o los griegos con Artemisa, esta civilización nuestra entrega todo cuanto tiene para sonrojar los carrillos tornasolados de esta dolorosa que contiene sus lacrimales y los convierte en centellas felices de plata. Se abren paso las flores como se abre paso la vida, como fluye la sangre por la humanidad, como se alza el fuego blanco de los glaciares en los tallos del mar. Mayo es el mes de María, de la única flor posible en el jardín intratable del tiempo.
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