Una vela a (casi) todos los santos
Contrapunto
Miércoles Santo. Omnium Sanctorum es un templo mudéjar del siglo XIII que tiene la advocación de todos los santos. Muchos de ellos son titulares de las hermandades, algunos salen en procesión y son patronos de distintas dolencias

Dolores, Amparo, Esperanza, Consolación, Angustias, Salud… Todas estas advocaciones marianas aparecen en el capítulo que el doctor Juan Sabaté Díaz tituló ‘Los santos y la Medicina’ en el discurso que este radiólogo pronunció en la apertura del 325 año académico de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla.
No va de Todos los Santos, traducción al español de la iglesia mudéjar de la calle Feria, Ómnium Sanctórum, de la que por ahora sigue saliendo la hermandad de los Javieres y lo seguirá haciendo cada Miércoles Santo el Carmen Doloroso. Iglesia que recibe la Semana Santa con las obras casi terminadas y con párroco nuevo. No están todos los santos, pero sí un buen ramillete en una conferencia que gráficamente el docto Sabaté tituló ‘El santoral y la Medicina’.
La Academia de Medicina tiene como punto de partida unas Ordenanzas Reales aprobadas por Carlos III en 1784. El monarca que repobló la Sierra Morena con los criterios del peruano Pablo de Olavide. Coetánea de algunas de las hermandades con más solera, lo que se pedía par su ingreso no debía variar mucho de los requisitos para formar parte de una cofradía: “buena y reputada fama, conocida estimación, casado si así fuese en ‘fascie eclessiae’ y no ser penitenciario del Santo Oficio”.
En una de las jornadas se abordó la relación entre la Medicina y la Semana Santa. Durante años la Academia fue propietaria de la iglesia de San Gregorio, en la calle Alfonso XII, que en virtud de una Concordia fue cedida a la hermandad del Santo Entierro. Una Inmaculada de la Roldana está expuesta en el salón de plenos. La escultora fue vecina de la calle Armas donde antiguamente estuvo ubicada la Academia.
En las relaciones entre el santoral y la Medicina se abordan los mismos debates, Fe y Razón, Religión y Progreso, que están en la base de la Religiosidad Popular en la que se incardina la manifestación religiosa de la Semana Santa. El escritor Francisco Ayala, granadino, premio Cervantes después de regresar de su exilio, aseguraba que “la religión y la ciencia son dos ventanas para mirar el mismo mundo y solo puede ser contradictorio si una se empeña en pisarle el terreno a la otra”. Gregorio Marañón, amigo de Alfonso XIII y biógrafo del conde-duque de Olivares, citaba las profesiones de médico, maestro y sacerdote como “puramente vocacionales” porque en las tres convive la doble perspectiva de la ventana de Ayala.
Medicina y Religión se dan la mano en la palabra milagro, del latín ‘miraculum’, que significa mirar o contemplar con admiración. Las hermanas de Lázaro, Marta y María, forman parte de la iconografía de la Semana Santa de Sevilla, y la resurrección del amigo de Jesús por el propio Salvador es el milagro por antonomasia de los evangelios. Dostoievski, en ‘Crimen y castigo’, le dedica un buen puñado de páginas. Igual que en ‘Los hermanos Karamazov’, Jesucristo aparece en la Semana Santa de Sevilla y es apresado por orden del Gran Inquisidor.
El papel mediador de los santos en la Iglesia es reconocido en el Concilio de Trento (1545-1563). No son santos de pitiminí, centrados en una dimensión espiritual y beatífica en detrimento de las urgencias materiales y terrenas. En el siglo IV, San Benito funda las Ciudades de la Caridad para el socorro de los peregrinos y de los enfermos, impulsando una atención hospitalaria que continuará desde Granada San Juan de Dios. Diecisiete siglos después, San Benito sale de su iglesia en el misterio de Castillo Lastrucci y comparte espacio con la residencia de las Hermanitas de los Pobres. Es el patrono de Europa y de Castilblanco de los Arroyos.
Cada ciudad tiene sus santos de referencia. En Sevilla procesionan San Esteban, San Bernardo, San Benito, San Lorenzo, San Buenaventura. Por toda la geografía española se reparten otros nombres del santoral asociados, por la historia que nos ocupa, a diferentes curaciones o mediaciones sanadoras. Santa Apolonia es la patrona de los dentistas; San Blas, de los otorrinos; San Ramón Nonato, de las parturientas, porque nació por cesárea; los hermanos Cosme y Damián son patronos de los cirujanos; Antonio Abad, unido a la hermandad del Silencio, del ergotismo (insuficiencia arterial); San Roque, ante las epidemias de peste; Alfonso María Ligorio, de los discapacitados; Santa Águeda, de los dolores de mamas; Santa Marina, del reúma; San Serapio, un santo muy literario, de los traumatismos; Catalina de Alejandría, de las heridas por armas blancas. San Lucas es el autor del tercero de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles. Fue secretario de san Pablo y antes ejerció la pintura y la medicina.
Una disertación de Juan Sabaté que empieza con Hipócrates, griego del siglo V antes de Cristo, un médico que trazó las líneas básicas del oficio a través del juramento hipocrático. Y termina con otro nombre propio, que tantos años salió de nazareno de la hermandad de San Isidoro. La parte trasera de esta iglesia conserva el resto de la sinagoga; la delantera da a un jardín que lleva el nombre de este médico.
El doctor Sabaté se pregunta si ha habido algún santo dentro de la Academia de Medicina. Y responde con la afirmación de Juan José Asenjo Pelegrina, arzobispo emérito de Sevilla, académico de Erudición de la de Medicina, para quien el doctor Ismael Yebra Sotillo fue “un santo con corbata”.
“Puedo afirmar que Ismael fue más que un buen médico, un médico bueno”, dice su amigo y condiscípulo, “que siempre hizo el bien y que contó con el cariño y respeto de todos los que le conocimos. Destacando por su sencillez, integridad, modestia, consideración hacia el prójimo y con una sublime sabiduría a la hora de enfrentarse a la enfermedad y de esperar a la muerte con dignidad y sin miedo”.
La Semana Santa de Sevilla está llena de santos, valga la redundancia. Este Miércoles Santo salen en procesión hermandades que tienen entre sus titulares a San Juan Evangelista y San Juan de Dios (La Sed), Santa Bárbara (San Bernardo), San Francisco de Asís y San Francisco de Padua (El Buen Fin), San Martín de Tours (La Lanzada, única que tiene el título de imperial), San José (El Baratillo) San Pedro con sus Negaciones y Lágrimas (Cristo de Burgos), San Vicente Mártir (parroquia de la que sale las Siete Palabras), San Andrés Apóstol (Los Panaderos).
Cualquier día de la Semana Santa de Sevilla se puede completar con sus titulares y advocaciones la Última Cena. En este abrazo entre la fe y la ciencia, el doctor Sabaté destaca el papel de los exvotos, ejemplos de curaciones que abundan en iglesias y santuarios, desde mechones de pelo a la L de quien al final consiguió aprobar el carnet de conducir.
Son varias las exigencias para admitir un milagro: un registro médico detallado, “hora por hora, con adecuada certificación”; documentación de que la invocación se realizó previamente; y asegurar “que la oración y la invocación fueron necesarias para que se obrara el milagro, como única vía de sanación”. Entre las causas que se quedaron aparcadas destaca la de Miguel Mañara (1627-1679), fundador de la Santa Caridad, servidor de los pobres cuyo legado pervive junto a las Atarazanas. Dentro de dos años, en el pregonado centenario de la generación del 27, el cuarto centenario del nacimiento de Mañara podría ser una coartada cronológica perfecta para empujar esta causa en la ventanilla romana de la santidad.
Los santos curan, los curas sanan, porque según el doctor Marañón comparten aliento vocacional con médicos y maestros. Sevilla tiene hasta una calle llamada Divina Enfermera, que es una de las advocaciones de la hermandad de la Lanzada. El episodio de Longinos, cuando le brota agua y sangre a Cristo, símbolo de la salvación, el agua del bautismo, la sangre de la Eucaristía, sólo aparece en el Evangelio de Juan. En esa iglesia está enterrado Juan de Mesa, el hombre que esculpió a Dios, como le llamó en su biografía novelada Fernando Carrasco, el artista que muere en 1627, el año que nace Mañara. Los cruces de caminos de la Sevilla eterna, ésa que se mide en instantes.
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