La Virgen de Pablo
Y entonces, se apoyó en una de las columnas que circundan los rosales de Mañara y cruzó los dedos. Y así los mantuvo los larguísimos minutos que le separaban de cubrirse de nuevo el rostro
Los detalles de las cofradías
La Macarena convoca cabildo extraordinario el 29 de julio para proponer la restauración de la Virgen
Fue una tarde de Lunes Santo, de hace ya algún tiempo, cuando aquel niño -lo seguirá siendo siempre, para felicidad de nuestra casa- se vio sobrepasado por la inmensidad del paso de misterio de Las Aguas. Aquel canasto ancho y largo, altísimo a sus ojos, se le reveló como un coloso que caminaba sin pies pero con alma, y que parecía engullirlo a base de oro y de flores.
Su mano apenas guardaba fuerzas para sostener un ramillete de caramelos y una minúscula bola de cera, su mayor tesoro en aquella recién nacida Semana Santa. Echó a llorar buscando a su madre, a todo aquel que le ofreciese una cintura y un calor, una explicación a aquella sugestión tan inabarcable a su edad y a su tiempo. Desde entonces, nunca ha faltado a la esquina de la calle Zaragoza para esperar a "su" cofradía, a su Virgen de Guadalupe, una devoción sincera nacida de las entrañas de aquellas razones hermosas que no necesitan explicarse. Nunca ha faltado... Hasta este año.
Después de una Cuaresma intensa, de tomar medidas, de procurar conciliar su propia respiración con la piel de la túnica, de remangarse limpiando plata, de acudir a convivencias y encuentros, de criar amistades y granar lazos de unión inquebrantables, Pablo echó a caminar el pasado Lunes Santo con un antifaz sobre el rostro y un espigado capirote malva en busca del Arenal. No sabemos si, de mayor, recordará ese instante definitivo en el que por primera vez se sintió nazareno de Sevilla, pero ahí estaremos todos para recuperárselo, para devolverle esa sonrisa infinita que le traspasaba la tela y el escudo.
Allá en la Caridad, casi más por la ilusión que por la lógica, se formaban cautamente los tramos y Pablo reunió concentración y celo para comprender aquella incertidumbre. El cielo amenazaba agua, y aquel mediodía luminoso y claro se tornaba prontamente en un nido de algodones negros. Pablo se repetía: "No pasa nada, si no salimos, no pasa nada". Y entonces, se apoyó en una de las columnas que circundan los rosales de Mañara y cruzó los dedos. Y así los mantuvo los larguísimos minutos que le separaban de cubrirse de nuevo el rostro.
Aunque la cofradía se volvió sobre sus pasos, Pablo cumplió su sueño. Y cruzar los dedos, quizás, era su manera de rezar, de guardar la inocencia del niño que somos todos, de atender el ímpetu de un corazón henchido de ilusiones. Repartió contados caramelos y fugaces estampitas, pero regresó a casa con el convencimiento de haber cumplido un deber. Y habiendo aprendido el sentido de la responsabilidad, esa virtud que le hace tan único y tan especial. "No pasa nada, mamá. El año que viene. Yo lo que no quería era que la Virgen se mojase". Y no se mojó. Y Pablo salió de nazareno.
También te puede interesar