Cofradias

Compendio y guía para una semana

  • Escuchar una buena saeta constituye uno de los instantes que mejor se recuerdan de esta celebración La salida y entrada de las cofradías suelen ser el punto habitual para cantarlas

SE ha cumplido el tiempo. A partir de hoy la ciudad entra en una dimensión diferente. Las manecillas del reloj poco sentido tendrán en estos siete días en los que habrá segundos que se vivirán como siglos. Otra forma de contar. Y otra manera de cantar. Aunque las nuevas generaciones de cofrades han prestado poca atención a la saeta -sucumbidos por el eco de las bandas- no es menos cierto que este género, bien interpretado, constituye en muchas ocasiones ese instante único que se graba en la memoria de muchos sevillanos y visitantes cada Semana Santa.

Manuel Cuevas marcó el año pasado un punto de inflexión con la saeta que le cantó a la Macarena en la Campana. Desde entonces pocos han sido los actos cuaresmales en los que no se ha contado con una intervención de este ursaonés, que ha devuelto a muchos cofrades la ilusión por un género que durante muchos años pasó a un segundo (y hasta tercer) plano. También ha descubierto a bastantes jóvenes la emoción que llega a despertar este palo del flamenco.

A lo largo de esta serie se ha desmenuzado a grandes trazos la historia de la saeta. Sus orígenes, como se apuntó en el primer capítulo, son inciertos. Algunos expertos la relacionan con los cantos hebreos y la llamada a la oración de los almuédanos en las mezquitas. No ha de resultar extraña dicha vinculación, pues el cante que se interpreta en Semana Santa tiene una función similar. Lo único cierto es que no adopta los ropajes propios del flamenco hasta finales del XIX. Antes la dieron a conocer las órdenes franciscanas y capuchinas en las procesiones de disciplinantes. Eran las conocidas como saetas del pecado mortal o arrepentimiento: "Mira que te mira Dios,/ mira que te está mirando,/ mira que vas morir,/ mira que no sabes cuándo"

El pueblo se apropió luego de estas letras en unas oraciones cantadas que dieron lugar a las saetas antiguas o primitivas. Una variante de éstas son las cuartas, quintas y sextas que se escuchan en Marchena durante los días santos. Si tienen oportunidad de escaparse a este municipio, no se pierdan dichas reliquias sonoras: "El que todo lo creó,/ el que adoraron los reyes,/ el que al hombre redimió,/ entre tormentos crueles/ en la Cruz Santa expiró".

La transformación que sufrió la saeta fue pareja a su aceptación social. Pasó de ser considerada una expresión musical impropia de la Semana Santa a convertirse en un fenómeno de masas en los años 20 de la pasada centuria. En en ello tuvieron mucho que ver los grandes cantaores. Todavía existen discrepancias sobre quién "inventó" la saeta flamenca. Unos apuntan a Manuel Torre, jerezano que la introdujo por la seguiriya tras aprenderla de Enrique El Mellizo y La Serrana. Otros, sin embargo, atribuyen al sevillano Manuel Centeno este logro. Lo cierto es que ambos colocaron la base sobre la que se obró el milagro. Con ellos comenzó la edad de oro de la saeta a la que se sumaron los nombres de El Gloria, Manuel Vallejo, La Niña de la Alfalfa o La Niña de los Peines. Tal era la cantidad de público que se aglomeraba cuando estos cantaores salían al balcón que el cardenal Eustaquio Ilundain prohibió que se interpretara este género en 1929, al considerar que se desvirtuaba el fin primordial con el que fue concebido: una oración sencilla y espontánea del pueblo. Era la segunda prohibición que conocía la saeta. En 1878 la vetó el Ayuntamiento por la razón contraria: ser un género poco digno para la Semana Santa al cantarla el apartheid de la época.

Esto no impidió que se siguieran interpretando. A los ya mencionados se han ido sumando los nombres de Pepe Pinto, Antoñita Moreno, Antonio y Manuel Mairena, Peregil, Angelita Yruela, Pili del Castillo, Rufo de Santiponce, Kiki de Castilblanco y la propia Rocío Jurado con aquella famosa saeta que cantó -hace ahora 25 años- cuando la Macarena salía de su basílica para coronarse, letra que improvisó el poeta Rafael de León y que el periodista y escritor Antonio Burgos recoge en su libro Rocío, ay mi Rocío: "Con tu cara y tu pena/ qué guapa vas, mare mía,/ como una rosa morena,/ como una estrella encendía,/ Esperanza y Macarena"

Tras años de declive, la saeta parece remontar el vuelo. A ello han contribuido las escuelas que mantienen hermandades como la Cena, de la capital hispalense, y la Humildad, de Marchena. Cuando llega la Semana Santa los profesionales cantan a petición de las hermandades o un particular. En el primero de los casos se suele hacer gratis o es la corporación la que entrega un donativo voluntariamente. Si se trata de un particular, lo más habitual es que se cobre. El dinero a desembolsar depende del caché del cantaor, el lugar, el número de saetas que se interpreten o si van en grupo. La cifra más barata se reduce a 20 euros por intervención, el caché más alto se estima en 500.

Hay profesionales, como Manuel Cuevas o José Pérez Leal, El Sacri, que antes del Domingo de Ramos ya tienen completa la agenda. Algunos, como Manuel Lombo, lo harán de forma espontánea "y si se tercia". Otros, como Pili del Castillo, no saldrán este año al balcón "por recomendación médica".

El palo por el que más se interpreta este cante en la capital hispalense es el de la seguiriya, que se remata en muchas ocasiones con un martinete. Para captar esta diferencia sólo hay que prestar atención a la melodía y a los cambios de voz al final de cada verso: las escalas ascendentes y descendentes.

En cuanto a las dificultades a la hora de cantarla, Ricardo Rodríguez Cosano, en su libro Ecos del Cante por Saetas, mantiene que el principal riesgo al que se enfrenta un saetero es el de "encontrar el tono deseado en el registro de su propia voz". "En muchos palos flamencos la guitarra sirve de ayuda, pero en esta ocasión el cantaor no cuenta con este acompañamiento", explica Rodríguez Cosano. Por tal motivo, muchos profesionales realizan varias "salías" a través de los ayes hasta escoger el tono adecuado. Por otro lado, contribuye al éxito el escenario elegido: los espacios abiertos -como avenidas y plazas- resultan fatales, pues al saetero le es imposible escucharse y no recoge el retorno de su voz.

A ello se unen los estrictos horarios de las cofradías, que privan al público de escuchar buenas saetas durante gran parte del recorrido, por lo que quedan limitadas en bastantes ocasiones a las salidas y entradas. En este sentido, los pueblos suponen todo un oasis para estos Juglares de la Pasión.

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