Carlos Alonso Leal, el funcionario que triunfó como director de colegio
OBITUARIO
Tenía la vida encarrilada como funcionario del Instituto Nacional de Previsión, al que había podido opositar gracias a su formación académica como perito mercantil, pero el destino quiso ponerle al frente de una hermosa empresa: el Colegio San Diego, fundado por su padre a principios de siglo en la calle Mármoles y posteriormente trasladado a la histórica sede de Ximénez de Enciso. Carlos Alonso Leal (Sevilla, 1924-2017) dejó la comodidad del puesto con sueldo del Estado para ser mucho más que un empresario: formador de personas en valores, una vocación de la que pueden dar fe varias generaciones de sevillanos. Era el quinto hijo de Carlos Alonso Chaparro y Emilia Leal Barea. Era el indicado para sustituir a aquel director fundador que tiene una calle dedicada en pleno barrio de Santa Cruz. Alonso Chaparro había sufrido achaques de salud, recibió el cálido homenaje de sus discípulos a principios de los años cincuenta y optó por dejar el colegio en manos de su hijo. No se equivocó.
Alonso Leal ejerció como docente y como director. Al igual que su padre, le gustaba hacerse cargo de las clases de los alumnos de mayor edad, los que estaban en su última etapa escolar antes de ingresar en el Bachillerato. Posteriormente se consagró por completo a las tareas de dirección, pilotó a finales de los años setenta la apertura de un nuevo centro en el emergente barrio de Nervión, el San Diego de la Plaza Doctor González Gramaje, que llegó a simultanear unos años con el histórico colegio del barrio de Santa Cruz.
Contrajo matrimonio hace 54 años con Josefina Castillo Molina, docente en el colegio San Diego que llegó a sucederle en la dirección del centro. Alonso Leal era padre de cuatro hijos (María Teresa, Carlos, Belén y Pablo) y abuelo de cinco nietos. Y sentía también un cariño muy especial por sus sobrinos. Miles de alumnos lo recuerdan sin más apelativos que el de "Don Carlos, el director". Ha sido visitado en numerosas ocasiones por antiguas promociones del colegio, lo que era un motivo de alegría para él y su mujer. Josefina Castillo ha sido la persona clave para que Alonso Leal haya llegado con vitalidad y lucidez a los 93 años de edad.
Criado en el centro de Sevilla, se mudó a la misma manzana de Nervión donde estaba el colegio, toda una prueba de su concepción del cargo de director como si de un sacerdocio se tratara. Vivía literalmente encima de su despacho. Persona muy familiar, gran aficionado a los toros (en el San Diego, de hecho, estudiaron varios de los Vázquez), feriante, persona que vivió intensamente la vida, tanto en su condición de sevillano arraigado en su ciudad, como en los innumerables viajes que realizó. Hermano muy antiguo de la cofradía de Santa Cruz, donde llegó a ejercer de secretario en la junta de gobierno. Hombre de profundas convicciones religiosas al que gustaba mantener el contacto directo con los alumnos, incluso cuando dejó de impartir clases y se dedicaba exclusivamente a la dirección. Cada vez que entraba en un aula, tenía la costumbre de saludar al alumno situado en el primer banco como señal de consideración hacia toda la clase. A muchos estudiantes ofreció consejo personal y orientación en la vida para que no perdieran el rumbo en momentos de zozobra. El tratamiento de usted nunca fue una barrera entre don Carlos y los alumnos del San Diego para el cultivo de una relación de afecto.
El colegio San Diego cerró en 1994 dejando un vacío en muchos de sus alumnos y en el barrio de Nervión. Entre las singularidades del centro -de pequeñas dimensiones y dividido entre dos manzanas- figuraba que el 4 de noviembre era siempre festivo al ser la onomástica del director. El San Diego era un colegio familiar en el sentido más romántico, lo que facilitaba la educación personalizada que hoy tanto se anhela.
Alonso Leal cuidaba mucho la selección del profesorado y promovía un centro que educara más allá de la mera transmisión de disciplinas, un colegio que fomentaba el desarrollo personal de sus alumnos, el espíritu crítico, el amor por la cultura local, el conocimiento de las fiestas principales (Navidad, Semana Santa, Feria), el premio a la excelencia con las anuales entregas de diplomas y el contacto con alumnos que ya habían abandonado el centro para cursar estudios superiores, pero que eran requeridos para ofrecer su testimonio y ayuda a los que todavía cursaban la entonces Educación General Básica (EGB).
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