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Carmen, en un paseo de paseíllos

  • Leyenda. A Sevilla la bautizaron Carmen en la literatura y en la ópera. El gran mito junto a don Juan, evocada en una estatua que espera a su torero frente a la puerta del Príncipe

Un turista fotografía la estatua de Carmen la cigarrera, con Triana al fondo.

Un turista fotografía la estatua de Carmen la cigarrera, con Triana al fondo. / Juan Carlos Muñoz

AUNQUE los datos del Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía dicen que los nombres más usados para los niños andaluces nacidos en 2018 fueron los de Manuel y María, en los territorios del mito ese lugar preminente lo siguen ocupando Carmen y (don) Juan. En el día de su festividad, esta Carmen a diferencia de la de la copla –todos los nacionalistas tienen alma de tonadillera– es de España y de Merimée, aquel viajero romántico que formaba parte del grupo de amigos de Marcel Proust, que lo inmortaliza en su septalogía de En busca del tiempo perdido, esquina a la Magdalena.

“Carmen simboliza la liberación de la mujer y refleja el ideal romántico del siglo XIX”, se lee en una leyenda colocada junto a la estatua. La obra es de 1973, la realizó el escultor Sebastián Santos Rojas y fue su modelo una sobrina suya ataviada de cigarrera. Situada a la altura de la segunda línea de casetas de la Velá de Santa Ana, no le da la espalda a Triana, pero por exigencia del guión la colocaron justo frente a la Puerta del Príncipe para esperar la salida triunfal de su torero. Mañana es 18 de julio y hay novillada en la Maestranza, seis novillos de Juan Pedro Romero para jóvenes diestros de diferentes escuelas taurinas, incluido el llamado El Niño de las Monjas, de la escuela de Valencia.

Es la primera Carmen sin Salvador Távora, que dio la vuelta al mundo con este mito sevillano y universal, que saltó al ruedo del teatro con toreros de verdad, como Antonio Ordóñez cuando le abrió la plaza de toros de Ronda, o Javier Conde, el yerno de Morente, en la Maestranza, con el rejoneador Rafael Peralta.Está Carmen escoltada por dos toreros de estirpe, los hermanos Vázquez Garcés. La estatua de Manolo Vázquez es obra del imaginero Luis Álvarez Duarte y lleva una leyenda de José Bergamín, autor de La música callada del toreo. La de Pepe Luis Vázquez no tiene leyenda, la esculpió Alberto Germán, artista de Aracena. Pepe Luis jugaba al frontón con su amigo Juan Arza. Lo retrató Ricardo Cadenas, escribieron su biografía Carlos Crivell y Antonio Lorca y a algunos periodistas nos regaló titulares insuperables: “Hay toreros sevillanos que parecen de Filadelfia”. Y no se refería a John Fulton, que nació en esa ciudad y se presentó en la Maestranza con el sobrenombre taurino de El Yanqui.

Fotografíar a Carmen la cigarrera es de alto riesgo. Apenas visible entre los árboles, el tráfico pasa muy cerca de la estatua. Está en el paseo Cristóbal Colón que va del puente de Triana a la torre del Oro. Antes de la Carmen y Los Vázquez –como tituló Pancho Bautista la película sobre esta familia de toreros– hay un kiosko Bombay con surtido de daikiris, mojitos y caipirinhas, y un expendedor de líquidos mucho más indigestos: un surtidor de gasolina con las generaciones del 95 y del 98. El mito seduce por igual a artistas y a gentiles, extrapolando el sentido de esta palabra propia de la literatura sagrada. La estatua de la Cigarrera no sólo tiene escolta de toreros. En el primer tramo del paseo hay una terna de gigantes que nacieron en los primeros años veinte, los del charleston y el batacazo financiero. Por orden cronológico, el poeta Rafael Montesinos (1920-2005), honrado en unos jardines que llevan el nombre del poeta de la calle Santa Clara; el propio Pepe Luis Vázquez (1921-2013); y el escultor Eduardo Chillida (1924-2002), presente con el Monumento a la Tolerancia que le encargó el primer Ayuntamiento democrático para exorcizar los rescoldos del Castillo de San Jorge que al otro lado del puente fue sede de la Inquisición, donde Gregor Acuña representó El Gran Inquisidor en el episodio sevillano que Dostoievski incluyó en Los hermanos Karamazov.

Don Juan Tenorio está alejado de Carmen la cigarrera. La estatua, obra de Nicomedes, se ubicó en la plaza de Refinadores, en los Jardines Murillo. Mucho más cerca está el que se supone que fue el modelo de aquel personaje que a los palacios subió y a las cabañas bajó, Miguel Mañara, cuya estatua preside los jardines exteriores del Hospital de la Caridad.

La Carmen de España y de Merimée, la que concitó más de un centenar de versiones cinematográficas, desde Chaplin a Godard –la más próxima, la que encarnó la trianera Paz Vega en la versión de Vicente Aranda– preside lo que de forma casi improvisada se ha convertido en un conjunto escultórico de mitos de carne y hueso y mitologías de papel y de partitura. A un lado de la Maestranza, está la estatua de Curro Romero, obra de Sebastián Santos Calero, hijo del escultor de la Carmen; al otro, la estatua ecuestre de doña María de las Mercedes, la esposa de don Juan, el segundo más célebre después del Tenorio, padre del rey emérito Juan Carlos I, abuelo de Felipe VI, que ayer celebró en la Escuela Militar Naval de Marín (Pontevedra), en la festividad del Carmen, los treinta años de un 16 de julio de 1989 cuando su abuelo, el conde de Barcelona, le entregó a su nieto, que tenía 21 años, el despacho de alférez de navío.

Doña María de las Mercedes, madre y abuela de reyes, nunca fue reina, siempre fue bética y currista, epítetos que en tiempo de ortos y ocasos fueron casi sinónimos. Esta estatua ecuestre la realizó Miguel García Delgado, autor del clandestino busto de Luis Cernuda (1902-1963) que nunca se llegó a exponer y le encargó Jesús Aguirre, duque de Alba, cuando fue comisario del pabellón de Sevilla en la Expo 92, aquella feria de mitos en la que triunfaron Carmen y donJuan.

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