EL TIEMPO
La lluvia regresa este fin de semana a Sevilla

Festival de invierno, cines de verano

Calle Rioja

Se rasgan las vestiduras por el aplazamiento del Festival de Cine Europeo de Sevilla y se asistió con indiferencia al cierre progresivo de los cines de verano

Cine de verano
Francisco Correal

09 de agosto 2023 - 06:00

EL domingo salimos del cine de Plaza de Armas de ver De perdidos… a Río, una película sin pretensiones, que como se sabe son mucho mejores que las pretenciosas. Con las calles desiertas, la ciudad al socaire del calor, entramos en el Patio de San Eloy de la calle del mismo nombre, la que une la Campana con el hotel Colón. Un camarero decía: “El Andaluz se ha terminado, ¿quiere un Europeo?”. Se refería a los gentilicios con los que bautizan a la mayoría de los montaditos. Yo me debatía entre un Belga y un Manchego.

Un Europeo en vez de un Andaluz. La respuesta del camarero me llevó a la polvareda mediática generada por el aplazamiento del Festival de Cine Europeo, donde Kieslowski manda mucho más que Mariano Ozores. La polvareda que no generó la marcha de su director, José Luis Cienfuegos, asturiano de Avilés, buen vecino de la Alameda hasta su marcha. Un tipo que sobrevivió al frente del certamen con tres alcaldes de dos partidos diferentes: Juan Ignacio Zoido, Juan Espadas, Antonio Muñoz. Le faltó un suspiro para sumar cuatro en su currículum con la llegada de José Luis Sanz. Su marcha, dada su impecable trayectoria y su predicamento en el sector, fue como la de Joaquín cuando se fue del Betis al Valencia. Se ha ido al festival de Valladolid, un consuelo ante el descenso del equipo de fútbol, pensará Enrique Valdivieso.

Conocí y traté a los directores de las dos primeras ediciones del Festival de Cine de Sevilla, Francisco Millán y Alfonso Eduardo Pérez Orozco. De la escuela del cine Club Vida, la nouvelle vague de los jesuitas, vecinos en los locales de la calle Trajano de los pioneros del socialismo sevillano. A Millán lo conocí como crítico de televisión en El Correo de Andalucía. Le trasladó la pasión a sus dos hijos. Paco, su tocayo, se fue a Nueva York en busca de aventuras audiovisuales. Dani Millán trabajó con Pilar Miró, que era directora general de Cinematografía cuando nace el Festival de Cine de Sevilla en los primeros años ochenta, aprovechando las dudas del de Donosti. La Real Sociedad perdió una Liga en Sevilla, pero su festival de cine supo remontar el vuelo.

Trajeron a Otto Preminger, a Luigi Comencini, a Paul Mazursky, a Silvia Krystel, la mítica Enmanuelle, con una tediosa película danesa y una rueda de prensa multitudinaria. Vino Helmut Berger, el primer Pedro Almodóvar, la música de Georges Delerue. Eduardo Benítez montó su oficina en el Alameda Multicines y desde allí tenía contacto directo con Hollywood. Alfonso Eduardo, pancipelado, gentilicio de los nacidos en Montellano, además de crítico de cine lo era de jazz y de flamenco. Se turnó con Jesús Quintero en el programa radiofónico Estudio 15-18 y con su hermano José María Álvarez Orozco, catedrático de Literatura, codirigieron una de las Bienales de Flamenco. Un año acogió un ciclo de new wave neoyorquina con John Landis, Susan Seidelman y Jim Jarmusch que terminó con una fiesta en la discoteca Groucho.

Un festival que creó una cantera cinematográfica: Juan Bollain, Antonio Pérez, Pilar Távora, Lala Obrero, Perico Barbadillo. Con el apoyo incondicional de la Asociación de Escritores Cinematográficos (Asecan), ese grupo de jóvenes (Paco Casado, Rafael Utrera, Juan Fabián Delgado, Enrique Colmena), que un día abordaron en la Feria de Abril a Orson Welles en un coche de caballos y concertaron con él un encuentro en el hotel Alfonso XIII.

Hay cines que enmarcaron una doble página de este periódico con fotografías que me dejó Eduardo Benítez y un titular, Sucedió en Sevilla, título de la película con Juanita Reina que dirigió José Gutiérrez Maesso, que se hizo cargo del festival con una cena de clausura en Navidad en el Casino de la Exposición, con calentadores de butano. El festival se rejuveneció con la savia nueva de Manolo Grosso y Carlos Colón, reconocido en Málaga por su contribución a los ciclos de música de cine. Vino Bertolucci y nos quedamos esperando a Godard (era tentador el título de Pirandello) en el estreno de Prenom: Carmen en el Lope de Vega. El festival se convirtió después en un Guadiana de distintos afanes y especialidades.

Se rasgan las vestiduras por el aplazamiento del festival de cine de invierno mientras asistimos con resignación o indiferencia a la desaparición del medio centenar de cines de verano que llegó a haber en Sevilla. El de la Diputación no es un cine de verano, es más bien un cine en verano, que no es lo mismo. La preposición es fundamental. Y eso que está en manos de alguien como Luis Rodríguez, que prácticamente nació en uno de estos refugios de la selecta nevería. El verdadero cambio climático vino con el cierre progresivo e inclemente de las salas estivales. Cine de verano es la película que pusieron en Cine Clásico de la 2 el lunes, Jasón y los argonautas con el vellocino de oro en el ambigú.

Hasta hace cincuenta años se podía ir en Seiscientos al teatro San Fernando. En 1973 desaparecen esos dos exponentes de los pequeños placeres cuya renuncia nos aboca a una sociedad menos humana, más robótica y estandarizada. Lo del San Fernando es curioso. Nos contaba Juan Parejo que nace en 1847, el mismo año que se pone en marcha la Feria de Abril; y es derribado en 1973, el año que la Feria se traslada del Prado a Los Remedios.

En dos milenios y en cuatro periódicos distintos por estas fechas siempre reivindicaba el oficio de crítico de cine de verano. En el recuerdo, Manuela en el cine Sinaí, mi descubrimiento de Gonzalo García Pelayo con la música de Lole y Manuel; un King Kong en el Palmera Cinema; Delta Force, con Lee Marvin, en el Ideal, la noche antes de un viaje a Egipto; coincidir con Julio Anguita viendo Código de silencio, peliculón justiciero de Chuck Norris; Las minas del rey Salomón en el Alfarería, con Mamen Otero y Edurne Mendiluce; Regreso al Futuro en el multicines del Prado un día antes de volver a pasar por esa avenida camino del hospital para que llegara al mundo mi hija Andrea; el estreno del primer Torrente hace 23 años en el efímero cine de verano de la actual comisaría de la Alameda. El auténtico efecto 2000.

Ese cine marxista de Groucho y leninista: cuanto peor, mejor. Cuando Almanzor perdió el tambor en el cine del Polígono Norte, Rambo cinco o seis en el cine Miraflores. Y una gala de los Oscar en la que los galardonados siempre eran Louis de Funes, Antonio Ozores, Esteso y Pajares, Charles Bronson, Jaime de Mora y Aragón, Bud Spencer y Terence Hill, les seguían llamando Trinidad, Fumanchú, Maciste, John Wayne, Bruce Lee y Lee van Cleef. “¡Desenfunda!”, rezaba el cartel de la película. Y todavía se preguntan por qué hace tanto calor. Porque no hay cines de verano. El auténtico refrigerador. El símbolo de los pequeños placeres. Nadie va en Seiscientos al teatro San Fernando, que es el nombre del cementerio. La muerte tenía un necio.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último