Sevilla

Fija, limpia y da esplendor

  • Un recuerdo de una historia de amor y generosidad que nació en la discoteca Holyday y pasó por Persán

José Moya Sanabria.

José Moya Sanabria. / Juan Carlos Vázquez

Han muerto con un mes de diferencia. Imagino que sus vidas se cruzaron en más de una ocasión pese a que Felipe Rodríguez Melgarejo (1940-2020) respiraba el cielo balompédico de Nervión y José Moya Sanabria (1953-2021) el de Heliópolis, aunque los dos volarán ahora en aquel mosaico de firmamento tan bonito que pintó Ahmed ben Yessef.

Aunque el primero fue concejal del Ayuntamiento y el segundo prestó ímprobos servicios a la corporación municipal, otro ámbito en el que pudieron cruzarse sus vidas, ambos eran preclaros exponentes de la sociedad civil, ésa que enriquece a las ciudades, las hace dinámicas y las inmuniza contra los estragos de la pereza y el ombliguismo.

Paradójicamente, uno con la discoteca Holyday y el otro con la fábrica Persán, pertenecían a dos sectores en apariencia antagónicos, los dos durísimamente castigados por la pandemia, el ocio y el trabajo. Si algo distingue a Sevilla es que ha hecho del ocio, de la diversión, una fuente inagotable de empleo, de creatividad empresarial. Trabajar y divertirse completan un alambique de ingeniería social a veces imperceptible que además dota a la ciudad de una personalidad que la redime de los políticos de pacotilla y de los remiendos de copistería. Holiday está en una calle llena de amigos, de recuerdos, que siempre lleva al Señor de Sevilla y a esa iglesia de San Lorenzo de la que fue párroco Marcelo Spínola, de quien hoy se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento.

Y Persán, atravesado el túnel de Torreblanca, es siempre la evidencia de que ya estamos en Sevilla las muchas veces que hemos ido a Málaga a ver a la familia. Un faro de la innovación que, como quieren los académicos, fija, limpia y da esplendor. Rodríguez Melgarejo y Persán nacieron el mismo año de 1940, en plena posguerra. Alguna vez he estado en Holiday; también en Persán, la última para entrevistar al pintor Daniel Bilbao, descendiente de Gonzalo y de Joaquín. Ese día saludé a Concha Yoldi, hoy viuda y siempre cómplice de Pepe Moya, una mezcla sevillana en las inquietudes y el carácter de Teresa de Calcuta y Margaret Thatcher.

Este matrimonio dinamitó esa falsa y estéril disyuntiva, ¿estudias o trabajas?, y ha estado en el tajo y en las aulas. Hermano e hijo de pregoneros de la Semana Santa, el Cristo de la Buena Muerte, titular de los Estudiantes, hecho por las mismas manos de Juan de Mesa que hablaron con Dios a solas en el Gran Poder, lo habrá acogido en su seno. Hace unos cuantos años yo escribí una historia en la que hablaba de Holyday y de Persán. Cuando mi hija mayor era muy pequeña, la llevábamos a un curso de natación en una piscina en la calle Alberto Lista. Allí nos hicimos amigos de Enrique y Mari Carmen, que también querían hacer de su hijo un futuro Mark Spitz. Ella era guapísima.

Trabajar y divertirse son actividades que dotan a la ciudad de personalidad

Un día pidió ayuda al único periodista que conocía, al padre de la piscina. Necesitaba urgentemente una donación de médula ósea. Me contó la historia con una ternura y una entereza que aún me estremece al recordarla. La foto para el reportaje la hicimos con su pareja en el lugar donde se conocieron, la discoteca Holiday, a la que Enrique, como tantos soldados, había acudido en un permiso de la mili. Allí surgió el flechazo. Toda una vida por delante. Enrique ha trabajado toda su vida en Persán y en esa rutina laboral cimentaron sus sueños. Mari Carmen murió pocos meses después de contarme la historia. Otro nexo entre Pepe y Felipe, abanderados del trabajo y del ocio, parientes no tan lejanos desde la pista de baile y la formulación química de la lejía.

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