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Fino y estilista en las letras y en el boxeo

  • Magisterio. La Feria del Libro salda simbólicamente la deuda que la ciudad de Sevilla tiene con Julio Manuel de la Rosa, maestro de periodistas y descubridor de voces foráneas

De izquierda a derecha, Francisco Núñez Roldán, Marta Carrasco, Antonio Rodríguez Almodóvar y Juan María Rodríguez.

De izquierda a derecha, Francisco Núñez Roldán, Marta Carrasco, Antonio Rodríguez Almodóvar y Juan María Rodríguez. / víctor rodríguez

Cuatro chicas bailan las sevillanas que cantaba Rosa de Algeciras en la pérgola de la Feria del Libro. Se va la cantaora y llega el turno del homenaje a un escritor. A priori, de la emoción de la garganta y el pálpito del duende se corría el riesgo de caer en el tedio. Eso sería para quien no haya conocido a Julio Manuel de la Rosa (1935-2018), corpulento como Cortázar, amable como Delibes. Murió el 7 de febrero, pero ayer llenó de vida la Pérgola con los testimonios.

Respeto paternal y ternura infantil. Esa doble y paradójica sensación le transmitía a Juan María Rodríguez, que moderó el homenaje y tuvo el privilegio de entrevistarlo para Canal Sur, programa El Sur, un par de meses antes de su muerte. Una primicia, palabra del oficio para el que tanto y a tantos se lo enseñó.

Antonio Rodríguez Almodóvar compartió con él la condición de miembro de la generación del 68. Un grupo mucho más coherente que el de los narraluces, ese gazpacho terminológico que un día Julio Manuel de la Rosa le contó a Juan María que se lo sacaron de la manga Alfonso Grosso y Luis Berenguer y que a Caballero Bonald le parecía una denominación "más bien municipal".

De la Rosa le pasó algunos borradores y manuscritos a Rodríguez Almodóvar. "En algún título me hizo caso". El catedrático de Literatura que acaba de publicar sus Memorias participó junto a otro de los miembros de la mesa, Francisco Núñez Roldán, en el homenaje en forma de libro que al escritor fallecido le dedicó la Universidad de Cádiz en 2015. El distrito al que pertenece la playa de Sanlúcar de Barrameda donde buscaba el paraíso, su particular Yonapatawha faulkneriano.

Un homenaje en cualquier caso "tardío", en palabras de Núñez Roldán, como también ocurriera con Chaves Nogales, "laico, republicano, no frentepopulista. Igual que a él, Julio se vio esquinado por unas fuerzas vivas y no reconocida por las otras". "Era mi Google literario, mucho más fiable que Google", diría la periodista Marta Carrasco, que contó la mediación del maestro para entrevistar con criterio a Ramón Carande o Vargas Llosa. Pulió el periodismo de muchos colegas -Marta citó a Ignacio Camacho, Eva Díaz Pérez y José Antonio Carrizosa, director de este periódico- con un doble magisterio: el de sujeto, verbo y predicado y el descubrimiento de autores malditos. "Me envició con Chesterton", dijo la periodista.

En 1957, Julio Manuel de la Rosa se fue a Madrid con las tres mil pesetas de un galardón literario, otras tres mil que le dio su abuelo y sendas recomendaciones para Fernando Quiñones e Ignacio Aldecoa, con quien compartió amistad y la afición al boxeo. Que el escritor llegó a practicar con los epítetos de fino estilista en los carteles pugilísticos.

En la mesa, dos novelas del escritor, El ermitaño del Rey, ahora reeditada, con la que ganó un premio de la Diputación de Córdoba, y otra de título premonitorio que le ha editado Anantes, La última batalla. Una comida en el hotel Alfonso XIII, contó Juan María Rodríguez, con un torero de campanillas le bastó para descartar escribir su biografía pese al contrato de la editorial. Le gustaba mucho el Belmonte de Chaves Nogales. "El género de la biografía y de la autobiografía, aunque nunca se atrevió con la suya".

Del público salieron testimonios emotivos: dos periodistas que lo tuvieron como maestro, "me descubrió el periodismo", diría Ángel Pérez Guerra; un librero, José Manuel Padilla, que recordó el Paseo sentimental por las librerías de Sevilla con el que Julio Manuel de la Rosa respondió al homenaje que la Feria del Libro le dio cuando se hacía en los Jardines Murillo. "Estaba anunciado para una conferencia que no se dio porque no fue nadie a oírla", contó Padilla. O uno de los amigos que participaban en las tertulias, casi todas en casa del también fallecido Paco Díaz Velázquez, que fue concejal socialista como Rodríguez Almodóvar y además letrista de Camarón. El amigo en cuestión es Luis Núñez Cubero. "Una vez le llevé un relato a su casa de la calle Zamudio y me dijo: 'Léete El escritor de Azorín y vuelve a escribirlo. Así lo hice y quedé finalista del premio Adela Comesaña".

El escritor sólo aguantó un año en Madrid. "Era el gran conflicto que teníamos todos", dijo Rodríguez Almodóvar, a quien también le ofrecieron alguna sinecura en la Corte. "Chaves Nogales se fue y triunfó; Cernuda se fue y triunfó, decía que quedarse en Sevilla era un error de amor. Y tenía razón. En esta ciudad lo mejor que puede hacer un escritor es irse para escapar del ambiente de hispalensismo que decía Julio".

Amigos, lectores, familiares. El universo de Julio Manuel de la Rosa. Que al cronista le prologó un libro comarcal editado por Pedro Tabernero en el que hablaba de "la fría Ciudad Fluvial, la adormecida y bellísima Ciudad de la Gracia".

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