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  • Legado. Las hijas del escultor Nicomedes se enzarzan en denuncias recíprocas por la herencia; una de ellas dice que están subastando sus obras, cosa que desmiente la viuda

El escultor Nicomedes (1936-2017), en el banco de Ávila de la plaza de España

El escultor Nicomedes (1936-2017), en el banco de Ávila de la plaza de España / Belén Vargas

EN la foto están madre e hija cuando ésta era una niña. Junto a ellas aparece la escultura que hizo Nicomedes Díaz Piquero (1936-2017)en 1971 para Las Pajanosas. Fue el encargo de un promotor catalán para una urbanización de ese pueblo sevillano, cuando el escultor estaba influido por Giacometti y Henry Moore. Un automóvil inclinado remataba el original conjunto.

María José Caro, la madre de esa foto, y Helena Díaz Caro, la mayor de sus tres hijas, están ahora enfrentadas en los tribunales por la herencia de Nicomedes. Helena nació en 1971, el mismo año que se inauguró esa estatua. “Cada vez que íbamos a El Tiemblo por la carretera de Madrid, había que pasar por Las Pajanosas y le decíamos adiós a la estatua”, recuerda Helena.

La hija mayor acusa a su madre y a Esther, una de sus hermanas, de estar “malvendiendo” el patrimonio artístico de su padre. Extremo que desmiente categóricamente Josefa Díaz en su casa de la calle Lira, donde Nicomedes se trasladó en 1964 desde el estudio con tertulia de amigos artistas que tenía en un taller de la calle Pagés del Corro. “Mire, está todo tal como lo dejó Nicomedes”.

Según el abogado de Helena, estuvieron a punto de llegar a un acuerdo, pero después de la comparecencia judicial del pasado miércoles parece que las diferencias son irreconciliables. Helena dice que su madre con la complicidad de su hermana “han cambiado las cerraduras, me cortaron la luz y el agua y el aire acondicionado sabiendo que mi hija padece migraña”. Muestra una foto con unos moratones.

“Son imaginaciones de mi hija”, se defiende la madre. “Fue ella la que llegó al El Tiemblo, rompió el estudio, se llevó las esculturas y ahora le echa la culpa a sus hermanas”. A la casa de Lira llegaron el alcalde Juan Fernández y algunos concejales para elegir uno de los dos modelos del Juan Tenorio que desde 1974 está en la plaza de los Refinadores. “Cuando se inauguró, tenía a mi hija Esther en brazos”, dice la viuda del escultor. Estos días no dejan de pasar junto a la estatua escolares, turistas y tunos.

También salieron del estudio de la calle Lira trabajos fundamentales en la trayectoria de Nicomedes, como el Rilke de Ronda y el conjunto para la misma ciudad de la dinastía de toreros a la que pertenecen el Niño de la Palma y Antonio Ordóñez.

“No queremos denunciar a la madre de Helena”, dice su abogado, “lo que queremos es evitar el expolio. Ella es usufructuaria de la herencia, pero eso le da derecho a tenerlo, no a no tenerlo y venderlo”. La viuda, pintora y profesora hasta su jubilación, desmiente al letrado de su hija y enumera la cantidad de cosas que hace por dignificar a la muerte de su marido su legado.

Habló con el Ayuntamiento para que iluminaran la estatua del Tenorio, “que estaba oscura y llena de litronas”. Escribió a la alcaldesa de Ronda para que adecentaran el entorno de la estatua de Hércules y los leones. Se ha interesado también por el deterioro que amenazaba la integridad de la estatua de Las Pajanosas.

En el catálogo Nicomedes. Esculturas. 1953-2006, que editó el Ayuntamiento de Ávila, el prologuista, Joaquín Manuel Álvarez Cruz, dice que con la llegada de sus hijas en la década de los setenta el artista serena su estilo y cambia la escultura por el dibujo y la pintura.

Nicomedes Díaz Piquero nació en El Tiemblo, pueblo de Ávila próximo al Cebreros de Adolfo Suárez, en plena guerra civil, el 16 de septiembre de 1936. En su décimo parto, Alejandra Piquero tuvo mellizos y les puso los santos del día, Nicomedes y Valerio, que murió al año de nacer. El que sobrevivió descubrió muy pronto la llamada del arte. Su viuda guarda el Certificado de Aprendiz Adelantado de Cantería de la Escuela Elemental de Trabajo de Ávila. “Decía que ahí empezó todo”.

Llevaba una vida de barbecho de veranos en El Tiemblo e inviernos en su estudio de la calle Venecia. En la herencia familiar, mucho más pacífica que la de su prole, le tocó una viña de su pueblo, que el año pasado lo nombró Hijo Predilecto. Desde 1960, cada Domingo de Ramos sale en procesión en El Tiemblo la Entrada de Jesús en Jerusalén que hizo con 23 años. Cuando la vio el obispo de Ávila, Antonio Cañizares, hoy cardenal-arzobispo de Valencia, le encargó el Cristo de las Murallas.

El contencioso familiar viajó de Sevilla a El Tiemblo. “Cuando llegué cerraron el dormitorio de mis padres”, dice Helena. “Me pregunté qué haría mi padre y eso hice, coger un cincel y un martillo. Llamé a un cerrajero, un concejal y a la Guardia Civil para que hiciera atestado”. Su madre niega que se pueda llamar subasta a la venta que algún particular pueda hacer de copias que Nicomedes hizo en serie.

La viuda se interesó por el mal estado en el que estaban tres obras de su esposo en La Carbonería: un santo Job, trabajo del curso de Imaginería, una vieja de Triana y un gato momificado. Viajó a Logroño a la inauguración del trabajo póstumo de Nicomedes, una obra para unos ingenieros riojanos.

Picasso. Rilke. Beethoven. La huella de sus personajes en dibujos. Nació el año de la guerra y ahora guerrean por él. Como si cobrara vida una de sus obras, El guerrero que surgió del hacha. Entre la Sonrisa Atlántica y la Mediterránea, que esculpió en 1964, aparece ahora una mueca de tristeza.

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