Liturgia de aplausos en el adiós a un Príncipe

Las hermanas de la Cruz quisieron invadir el altar al término de una ceremonia marcada por el contraste de sensaciones

Carlos Navarro Antolín

14 de noviembre 2009 - 05:03

Una señora anónima se quita las gafas al término de la ceremonia y deja ver su rostro enlagrimado. Está triste porque el cardenal se ha ido (y todos saben como ha sido). El fotógrafo Jesús Martín Cartaya bisbisea: "Los teléfonos ya no se cogen esta semana en la casa del cardenal". Un periodista comenta: "Va a vivir en una habitación, no en un piso". Un veterano de la radio sentencia: "¿Has visto la cantidad de clergyman que hay hoy?" Todo se ha consumado tras el Salve Regina. Las hermanas de la Cruz quieren invadir el altar en ese momento. El canónigo Luis Rueda las frena, les pide paciencia y les promete que el cardenal regresará de la sacristía, ya sin ropaje litúrgico, y recibirá todos los saludos uno por uno. Ayarra toca y vuelve a tocar. La música del canónigo de Jaca sonó en Roma, en 2003, en plena Plaza de San Pedro, cuando Juan Pablo II impuso la birreta cardenalicia a monseñor Amigo. Aquel hombre revestido de púrpura se relajó por fin en la ciudad que metía el dedo en la llaga una y otra vez para preguntarle por el título de Príncipe que no llegaba. El órgano de Ayarra sonó ayer de nuevo para despedir a aquel joven obispo que llegó a Sevilla procedente de Tánger el año de los Mundiales. El hermano mayor de una antigua cofradía rememora tiempos en blanco y negro y extrae conclusiones: "Al menos se marcha con una demostración de calor de su diócesis como pocos cardenales conocen, porque Bueno Monreal se nos murió en Navarra sin podernos despedir de él".

El cardenal deja la sede en plena forma. "Se jubila en su mejor momento". Nueve obispos concelebraron la ceremonia. Y una legión de sacerdotes que tardaron hasta veinte minutos en desfilar por el pasillo principal, a la velocidad de cofradía lenta sin un diputado para poner orden en las parejas. Entre el público, casi dos mil personas. ¿Ausencias? Claro que las hubo. Tanto de figuras del episcopado español como de titulares de algunas parroquias señaladas de la ciudad. Pero ni unas ni otras restaron un ápice de calor a una ceremonia marcada por las ovaciones. Aplausos a la llegada del cardenal. Aplausos al término de la homilía. Aplausos al marcharse. Toda una liturgia de vítores y manos levantadas para decir adiós. Este cardenal se ha caracterizado por introducir el aplauso hasta en las ceremonias más solemnes. Un franciscano que ha sabido combinar el latín con las nuevas formas.

El momento más frío se produjo en el reparto de la comunión. Todos querían recibir la sagrada forma de manos del cardenal. Hasta tal punto llegaba el empecinamiento de los fieles que monseñor Asenjo se quedó sin nadie en dos ocasiones. Por muchos intentos que realizó Jesús Pérez Saturnino por evitarlo, fue imposible reconducir la cola de fieles. El nuevo arzobispo optó en ese momento por marcharse discretamente.

Los políticos, los grandes defendidos por el cardenal en muchas de sus entrevistas periodísticas, arroparon al purpurado en su última gran celebración solemne. Por la Junta de Andalucía, Juan Espadas, consejero de Vivienda. Por el gobierno local, Emilia Barroso, delegada de Bienestar Social, que llegó tarde y ocupó la segunda fila. Joaquín Peña y María del Mar Sánchez Estrella, por el grupo popular. Acudieron el subdelegado del Gobierno en Sevilla, Faustino Valdés; la diputada nacional y ex alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril; el diputado autonómico, Jaime Raynaud (PP); el jefe superior de Policía, Enrique Álvarez Riestra, y el teniente de hermano mayor de la Real Maestranza, Alfonso Guajardo-Fajardo. Las cofradías estuvieron representadas por su presidente, Adolfo Arenas. Entre el público estuvieron los hermanos mayores de Los Estudiantes, el Buen Fin, Pasión, el Silencio y el Gran Poder. Aunque algunos de ellos salieron del templo al término de la homilía del cardenal.

Se va monseñor Amigo y se lleva consigo la púrpura. Ya lo dijo el difunto cardenal Javierre: "Las ciudades no tienen ningún derecho a exigir cardenales". El cardenal se ha ido (y todo el mundo sabe cómo ha sido).

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