Orto y ocaso de Aznar: un carisma que nace en Sevilla
calle rioja
Aniversario. Se cumplen 25 años del triunfo del PP que llevó a Aznar a la Moncloa, proclamado líder indiscutible de la derecha en Sevilla en 1990
Los aniversarios son así de caprichosos. En menos de una semana, del 27 de febrero a este 3 de marzo, coinciden los 40 años de la toma de posesión de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno (cuatro días después de la intentona golpista de Tejero) con los 25 del primer triunfo electoral de José María Aznar. El antes y el después de los catorce años que estuvo en la Moncloa el sevillano Felipe González Márquez, que ganó por goleada el año del Mundial de España y aguantó en el cargo tres Mundiales más: México, Italia y Estados Unidos. El felipismo coincide con los cuatro Mundiales que jugó Maradona.
El 3 del 3 del 33 nació el actor Alfredo Landa, que aquel 3 de marzo de 1996 del final de Felipe (Maradona lo había dejado un par de años antes) cumplía 63 años. Esa mágica coincidencia numérica me la confesó en el festival de cine de Huelva, donde acudía como Sancho Panza en la adaptación cinematográfica del Quijote que dirigió Manuel Gutiérrez Aragón con Fernando Rey como el ingenioso hidalgo.
Bodas de plata de un triunfo agridulce por el complicado momento judicial y electoral del Partido Popular, que hace su particular Ruta de la Plata para mantener gobiernos en Galicia (el único con mayoría absoluta, en la tierra de Calvo-Sotelo), Castilla-León, Madrid, Andalucía y Murcia. Aquel líder del 96 fue proclamado en Sevilla. José María Aznar salió elegido presidente del Partido Popular tras el Congreso celebrado en Sevilla los días 30 y 31 de marzo y 1 de abril de 1990. Todavía era alcalde Manuel del Valle, Manuel Chaves estaba a punto de llegar a la Presidencia de la Junta y la ciudad estaba abierta en obras preparando la Expo del 92. El nuevo líder de la derecha comía con sus cargos de confianza en el restaurante Río Grande, frente a la Torre del Oro que también está de aniversario. Una torre albarrana que hace las veces de escudero icónico de la Giganta, como llama Cervantes a la Giralda en el Quijote.
1996 fue año olímpico. Se disputaron los Juegos en Atlanta, aunque entonces no hubo plata para el baloncesto español, como doce años antes en Los Ángeles. Tom Wolfe ambientó en esos Juegos en su novela Todo un hombre. Ese año el Extremadura de Almendralejo subió a Primera División y la Eurocopa de Inglaterra fue la única competición en la que se probó ese invento del gol de oro que se cargaba la ruleta rusa de los penalties. Ganó Alemania, gol de Bierhoff, a la República Checa, tomándose la revancha de la Eurocopa de veinte años atrás, 1976, disputada en Yugoslavia, un país que se desintegraría en una guerra fratricida y donde un país que serían dos (Chequia y Eslovaquia) vencía a la mitad de dos países que serían uno (las dos Alemanias se unificarían con la caída del muro de Berlín, un año antes de que Aznar fuera aclamado en Río Grande).
Los honores deshonoran. La frase de Alejo Carpentier viene a cuenta de la entrevista que 25 años después de aquel histórico triunfo le hizo Jordi Évole a José María Aznar. La entrevista coincidía en horario con el programa Imprescindibles dedicado a la escritora Carmen Martín Gaite, que murió en julio de 2000, año del segundo triunfo electoral de Aznar, esta vez por mayoría absoluta, sin tener que necesitar el apoyo de nacionalistas vascos y catalanes, sus escuderos en 1996.
El triunfo de Aznar tuvo a un equipo de adelantadas, una suerte de amazonas o valkirias que empezaron a minar la hegemonía del PSOE en Andalucía. En 1995 llegaron a las alcaldías de Sevilla, Cádiz y Málaga Soledad Becerril, Teófila Martínez y Celia Vilalobos. También Rita Barberá en Valencia y Luisa Fernanda Rudi en Zaragoza. El río grande ensanchaba sus aguas. De los 40 años de Calvo-Sotelo a los 25 de Aznar. Todos los presidentes tuvieron sus cimas y sus simas. Ninguno se ha librado de esa lógica pendular del orto y el ocaso. Entre uno y otro, el viaje de la ilusión al declive de Felipe González. El lunes paseaba por el Parque Magallanes uno de los que fueron sus diputados en las elecciones de 1982, el historiador José Manuel Macarro (Mauri y Maguregui junto a Alfonso Lazo en aquellas listas que dieron 202 diputados), que preguntaba por el Jardín Americano. Sonaba a paraíso perdido, a sueño vencido. Dicen los meteorólogos que a partir del jueves vienen lluvias. Carmen Martín Gaite le puso título: Nubosidad Variable. Una novela en la que sale Rocío Jurado, que da nombre al auditorio que separa el Parque Magallanes del Jardín Americano. La Expo, Escorial de este otro Felipe de Bellavista y Suresnes atrapado en el tiempo entre los 40 años de Calvo-Sotelo y los 25 de Aznar.
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